El vendedor de
sombreros
Este cuento es
un interesante trabajo de animación. Se comienza realizándose cada participante su sombrero. Una vez terminados,
se colocan sillas en un gran círculo, tantas como asistentes que ponen el
sombrero en el suelo al lado de cada asiento. Quien narra el cuento se coloca
en el centro y empieza a relatar la historia.
Érase una vez un señor
sombrerero que se paseaba por un hermoso bosque llevando en su maleta una
preciosa colección de sombreros, que tenía intención de vender en la más famosa
de las ferias del condado.
Cansado de su larga caminata
se echó a descansar debajo de un frondoso árbol, sin saber que en aquel bosque vivía una familia de monos
que imitaba a todo aquel que pasara por allí.
Aprovechando que el señor
estaba dormido y bien dormido, los animales bajaron de los árboles en los que
estaban encaramados, abrieron la maleta, sacaron los sombreros, se los pusieron
en la cabeza y de esta guisa volvieron a trepar a sus casas.
(Hacen lo mismo subiéndose en
lo alto de las sillas)
Cuando el sombrerero despertó a la mañana siguiente
se sintió extrañado pues no recordaba dónde se había dormido, así que dedicó un
rato a mirar a su alrededor, desperezarse, rascarse la barriga, tocarse la
cabeza y emitir unos cuantos bostezos que fueron imitados (sin que él lo
sospechara) por toda aquella familia de monos.
(Hacen los gestos y
sonidos pero sin hablar)
Pero grande fue su sorpresa
cuando al acercarse a su maleta dispuesto a reiniciar su viaje se encontró que
no había ni uno solo de sus sombreros. Asombrado, se mesó los cabellos, dio la
vuelta alrededor de su bolsa una y otra vez, pensó, volvió a pensar, hasta que
lanzó un aullido de rabia, mientras gritaba: ¿Dónde están mis sombreros?
Grande fue su sorpresa al
escuchar los lamentos y aullidos que soltaron aquella jauría de monos en lo
alto de su cabeza y claro no tuvo más remedio que descubrir quiénes habían sido
los autores de tamaña fechoría. Durante un rato se inició un baile extraño;
nuestro vendedor amenazó a los monos, chilló, pataleó, rabió, les pidió que
bajaran de allí, que le devolvieran sus sombreros, y poco le faltó para ponerse
de rodillas -tal era su desesperación- pero
para su asombro los monos, sin inmutarse, seguían paso a paso todos sus
movimientos, y si bien es verdad que no podían hablar, ya que los monos no
hablan, imitaban los sonidos que les parecían oportunos.
Nuestro hombre pasó gran
parte de la mañana desgañitándose, llorando, chillando, siendo incapaz de
conseguir que sus preciados sombreros bajaran a sus manos.
Nuestro hombre pasó gran
parte de la mañana desgañitándose, llorando, chillando, siendo incapaz de
conseguir que sus preciados sombreros bajaran a sus manos.
( Aquí se puede alargar a gusto de la
imaginación de cada uno)
Incluso sacó un plátano de su bolsillo y se lo comió
con toda la parsimonia de que fue capaz, teniendo en cuenta su estado de ánimo,
mientras los monos imitaban impertérritos sus movimientos.
Por fin tuvo una idea; se
sujetó el sombrero que llevaba en la cabeza (y que por supuesto no se quitaba
ni para dormir), echó una ojeadita a los monos y cogiendo la visera del mismo
lo lanzó al aire con todas las fuerzas de que fue capaz. Y claro está, los
monos imitaron paso por paso sus movimientos y al cabo del rato una nube de
sombreros bajó desde lo alto de los árboles y cayó con delicadeza a su
alrededor, por lo que presuroso se dedicó a recoger y guardar en su maleta
tanto modelito proponiéndose no olvidar poner un buen candado en su bolsa y,
eso sí, diciendo que nunca, pero nunca, contaría a nadie lo que le había
pasado.
Este cuento lo escuché hace
muchos años y aun después de haberlo relatado muchas veces tengo que decir que
no he localizado al autor.
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