Y dentro está el cuento en un desplegable con ilustraciones en blanco y negro y el texto que acompaña a cada una de ellas.
La pequeña cerillera no está muerta,
En la noche andersiana en Copenahgue, reino de la podrida Dinamarca, los niños, como en todos sitios, sueñan con una oca rellena de ciruelas cocinada por la abuela, mientras tiemblan a causa del frío mortal de las calles en la que vive la pequeña vendedora.
(Cristhian Andersen no lo sabia)
Agazapada en el Tívoli y acurrucada en el fuego de los sueños famélicos, donde los pavos gordos crecen como la mala hierba, la pequeña vendedora de cerillas, pequeña, muy pequeña, se ha metido en la caja para no salir jamás.
Allí permanece helada, furtiva, oscura para besar vuestros cigarrillos y cuando, al acecho la acosáis por la noche, su cuerpo largo y pálido como sus fósforos, con la punta roja como sus senos, os mirará a los ojos, se frotará contra el raspador, besará sus cabellos de paja y frente a los agujeros negros de vuestros corazones exhalará su pequeña llama.
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