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miércoles, 9 de diciembre de 2020

El pájaro pañuelo Teresa Flores

Dibujo de Marta Flores 

    Dio cuatro pasos sobre la superficie de la mesa, los suficientes para colocarse en el centro. Juntó sus piececitos calzados con unas sandalias blancas, sencillas, iguales a las que llevaba todos los veranos.
    Giró y los miró desde su escasa altura. Allí estaban; sus tíos, primos y demás familia y escondidos entre ellos, como queriendo pasar desapercibidos, sus padres.
    Esta vez no iban a conseguir hacerla rabiar. Esta vez ella sería más fuerte y más lista, aunque sintiera la boca pastosa, le picaran los ojos, las mejillas se le tintaran de amapola, y le diera ganas de hacer pipí.
   Se permitió otro giro.
  Levantó la cabeza desafiante dentro de sus difíciles cinco años, presintiendo que serían muchos los momentos de su vida, en que se encontraría en una situación parecida.

     Confusa, metió las manos en los bolsillos de su vestido nuevo. Su vestido amarillo, de flores coloradas, que tanto le gustaba y que hoy estrenaba con motivo de la fiesta de presentación de su hermanita.

      Si el zumbido que había en sus oídos pudiera callarse, seguro que escucharía las risas y los murmullos de su espontáneo público. — ¡Canta Laura, canta!, que nos han dicho que lo haces muy bien—.

     —No mejor que baile— dijo una voz de chico, seguramente su primo Carlitos, al que tanto odiaba.

     Se sacudió el flequillo. Sacó las manos de los bolsillos sujetando el pañuelo que aquella mañana su papá le había dado. Lo amasó haciendo una bola, una bola redonda, perfecta, y la mostró sobre sus palmas abiertas a todos los que tenía a su alrededor.

     Ante la desenvoltura de la niña se hizo un absoluto silencio. 

     De pronto el pañuelo en sus manos tomó vida. La pelota redonda, chiquita empezó a agitarse y poco a poco se abrió, extendiendo sus alas y emprendió el vuelo.

     Picoteó por encima de la mesa algunas miguitas de pan, alisó el bigote de su tío Manolo y acabó posándose en el sombrero de su querida madrina.

     En solo cinco minutos, sin una palabra, el pájaro pañuelo voló por encima de la mesa, se detuvo expectante ante los postres, acarició goloso una guinda del pastel, y acabó posándose en el hueco de su cuello desde donde le susurró al oído una conversación que la hizo sonreír, responder que sí, luego que no, para acabar alzando los hombros. 

    Una conversación que todos hubieran querido compartir.

     Después de otro vuelo corto se acurrucó en la panera, volvió a hacerse huevo, se durmió, y allí se quedó medio olvidado.

     El aplauso que recibió fue tan grande que cuando su madre la levantó de la mesa cogiéndola en sus brazos tuvo la sensación de que volaba.

     Mientras que la ceñía en un abrazo pleno de ternura le dijo emocionada — Laura, ¡serás la mejor contadora de historias que exista en la tierra! y no te preocupes si nunca puedes contarlas con palabras—


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