El otro día le leía a mi madre un maravilloso librito de cuando ella iba a la escuela. Allí apareció este filosófico poema que, para mí deleite, mi madre casi recordó.
Aunque la gente se aturda,
Diré, sin citar la fecha,Lo que la Mano Derecha
Le dijo un día a la Zurda.
Y por si alguno creyó
Que no hay Derecha con labia,
Diré también lo que sabia
La Zurda le contestó.
Es, pues, el caso que un día,
Viéndose la Mano Diestra
En todo lista y maestra,
A la Izquierda reprendía.
-Veo, exclamó con ahínco,
Que nunca vales dos bledos,
Pues teniendo cinco dedos,
Siempre eres torpe en los cinco.
Nunca puedo conseguir
Verte coser ni bordar:
¡Tú una aguja manejar!
Lo mismito que escribir.
Eres lerda, y no me gruñas,
Pues no puedes, aunque quieras,
Ni aun manejar las tijeras
Para cortarme las uñas.
Yo en tanto las corto a ti,
Y tú en ello te complaces,
Pues todo lo que no haces
Carga siempre sobre mí.
¿Dirásme, por Belcebú,
En qué demonios consista
El que, siendo yo tan lista,
Seas torpe siempre tú?
-Mi aptitud, dijo la Izquierda,
Siempre a la tuya ha igualado;
Pero a ti te han educado,
Y a mí me han criado lerda.
¿De qué me sirve tener
Aptitud para mi oficio,
Si no tengo el ejercicio
Que la hace desenvolver?
La Izquierda tuvo razón,
Porque, lectores, no es cuento:
¿De qué os servirá el talento,
Si os falta la educación?
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