La clásica pajarita de papel |
Doce años tiene la Zagala. Se llama Rosa Luz y no tiene padre... Su madre, joven labradora, abnegada y valiente para el trabajo ha caído enferma de agotamiento. Rosa Luz que adora a su madre, observa como esta languidece y piensa con dolor que puede hacer ella. Y pensando, pensando surge una idea y si comprara en la botica de la villa aquella medicina que anuncian como reparadora de males...
Pero... cuesta dinero y ellas son pobres, su madre
no se lo consentiría.
Ya está...venderá los palomos, sus pichones hermosos
y preferidos. Con pretexto dispone el viaje y subiendo al palomar prende los
dos palomos destinados a la inmolación. Los acaricia mucho
¡los quiere tanto! Les pone fina y delgada la ligadura de las patas y
escondiéndolos con habilidad, parte para la villa.
Turbio está el cielo, las nubes agachadas y ceñudas
presagian tormenta, pero Rosa Luz no se da cuenta. Camina y camina sonriente
pensando en la venta de aquellos pichones, con el importe de la cual comprará
el licor maravilloso.
Allá en el mercado, todo fue bien. Una señora
escuchó la pena honda que la niña tiene y le dice temblorosa de emoción:
— Guárdatelos y toma para la medicina. Agradecida la
zagala ha llorado pensando en la madre.
Descendía de las cumbres la niebla de la noche,
silbaba el viento y algunos copos blancos empiezan a caer. Rosa Luz llevaba el
canasto con la botella de licor y los palomos. Empieza a andar y andar, pero no
encuentra su rumbo. Borradas todas las rutas por la nieve no se distinguen los
caminos; la niña asustada, reza. Muy cerca suena el río ancho y turbio, que
aturde más aun a la pobre caminante. Se cansa, vacila. Y al perder los ánimos,
piensa en dar libertad a los palomos para que se salven ellos, llevando al
solitario caserío su último adiós. Los pichones libres y sacudidos, levantan
sobre la niña un vuelo corto, sin moverse como si aguardaran y Rosa Luz corre
detrás de ellos ansiosa de alcanzarlos otra vez ¡Quisiera volar, quisiera
vivir!
Así va andando la niña detrás del vuelo de los
pichones.
La sombra de la noche sigue detenida por el claror
de la nieve. La madre aguarda a su hija con loca incertidumbre, sale al portal
a otear los senderos.
Baja al camino y dice al viento el nombre amado con
un grito de avidez;
—¡Rosa Luz, Rosa Luz! —. Como respuesta, dos aves llegan del fondo de la noche y se posan en sus brazos. Ella reconoce a los palomos preferidos de su hija y vuelve a gritar:
—¡Rosa Luz!,
—¡Aquí estoy! —responde una voz cercana.
Este sí que es un cuento precioso y desconocido, como tú dices.
ResponderEliminar¿Te mando unas palomas para ilustrarlo y ayudar al colorido colibrí??
Me encantará decorarlo con una de tus preciosas fotografías.
EliminarParece que, en la época de Concha Espina, no tenían las palomas tan mala prensa como ahora...
ResponderEliminarJajajaj, es verdad, las pobres ahora son las nuevas ratas de ciudad. Mucha hambre quitaron en la posguerra según cuenta mi madre.
ResponderEliminarEl cuento muy conmovedor y elhermoso final del colorido colibrí es, perfecto.
ResponderEliminarGracias Teresa, te felicito
Me alegra que te gusten las dos cosas, comentarista anónima...Para mi ha sido un descubrimiento conocer los cuentos de esta escritora.
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