En los ríos apretados de agua
se hundieron gozosos los caballos.
Venían despacito,
descasando de la faena durísima
y encontraron
las limpias corrientes tranquilas.
Eran unos esplendidos caballos de ebonita.
Tenían los ojos retallados de paisajes.
Cuando emergieron,
para salpicar de agua el césped
y las campanillas doradas,
la tarde se llenó del olor ácido
a tierra
llovida.
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