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jueves, 31 de octubre de 2024

EL BARGUEÑO

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Lo encontraron un día, en un rincón de las dependencias que antiguamente ocupaban los animales, entre aperos de labranza polvorientos, un arado viejo y varios rastrillos desdentados. No se preguntaron qué hacía allí aquel mueble, ni mucho menos imaginaron su incalculable valor.

Debido a su gran tamaño costó trabajo sacarlo al exterior. Estaba tan sucio y tan lleno de mugre que enseguida pensaron que no tendría más destino que el hacha y una chimenea del convento.

Lo primero fue fregarlo, a lo bruto, a manguerazo limpio  y después a restregones exhaustivos con estropajo de aluminio y jabón de sosa, para poder retirar la roña que lo envolvía desde, vete tú a saber, cuántos siglos.  Poco a poco, aquel armatoste, empezó a mostrar su verdadera fisonomía.

Cuando empezó a asomar la marquetería de la superficie superior y en los laterales se encontraron delicadas cenefas de taracea, abandonaron tan expeditivos métodos y continuaron  limpiándolo ya con tal cuidado que parecía que lo que tenían entre manos no era otra cosa sino una tierna criatura.

Fueron, entonces, trabajando con delicados cepillos, pinceles de suave pelaje, lija del grano más fino, de manera que nada pudiera dañar la estructura ni la decoración de aquel paralelepípedo rectangular, apoyado sobre cuatro patas salomónicas de casi un metro de altura,

Que el frontal del mueble apenas presentase ornamentación les llevó a pensar, como mostraron los trabajos posteriores, que correspondía a una hoja abatible que se posicionaba horizontalmente para permitir usarlo  como escritorio, al apoyarla sobre dos travesaños que se extraían de los laterales del mueble.

 Fue la Hermana Coral, gitana del Albaicín, la que se metió de lleno en la complejidad de los trabajos. Hija y nieta de ebanistas de renombre,  supo con prontitud encontrar los útiles necesarios para la recuperación de aquel extraño mueble. Con dos novicias jóvenes recién llegadas al convento, una de ellas de origen incierto, pudieron romper la cerradura oxidada, casi escondida entre la mugre, y abrir aquella misteriosa caja de pandora.

Para sorpresa de todas, el interior del mueble estaba en buenas condiciones, habida cuentas de cómo habían encontrado lo de afuera. Cuatro cajoncitos enmarcaban tres estantes, lo que no dejaba lugar a dudas sobre el uso del bargueño. Con mucha precaución se fue vaciando el mueble y entregado a la hermana Margarita lo obtenido. Se sacaron las ocho gavetas y se dejó para más adelante la tarea de restaurarlas y de examinar, con calma, su misterioso contenido. La madera del interior aunque era  de roble, no tenía ni la calidad ni la calidez de la exterior, no presentaba ornamentaciones ni arabescos de ningún tipo aunque sí precisaba un urgente barnizado.

Se retomó por tanto la restauración del mueble y, acabada la limpieza de cada uno de los materiales que lo conformaban, se empezaron a recuperar los preciosos decorados de taracea; el nácar se llevó a su sitio, se restituyó el faltante de hueso y de las otras maderas deterioradas, se encoló, se estucó y se aplicó, para finalizar una  protección general con cera de abeja. Se limpiaron y repararon los herrajes oxidados y se colocó una nueva cerradura. El mueble terminado luciría orgulloso en la biblioteca.

Margarita dedicó muchas noches a revisar aquellos latinajos encontrados. Su contenido siguió y sigue siendo hoy en día un secreto…

 


miércoles, 30 de octubre de 2024

CALLADAS, PERO NO ILETRADAS

 


Cuando la madre abadesa recorrió por primera vez la biblioteca, reconoció su magnificencia a pesar del tremendo abandono que encontró en ella.

De planta rectangular y gran tamaño, situada en la  fachada noble del convento, su pared principal estaba ocupada por dos amplios y hermosos ventanales, que le permitían recibir la luz del sol, durante todo el año, gracias a la orientación sureste del edificio. En las tres paredes restantes, abigarrados anaqueles de roble y pino esperaban, detenidos en el tiempo, recuperar sus antiguas funciones.

En una de las esquinas de la estancia una majestuosa escalera de caracol de madera, de balaustres ornamentados con delicadas molduras en forma de hojas de acanto, permitía el acceso a la galería superior. Un policromado artesonado mudéjar de finales del siglo XVI, indicaba el poderío y origen de los antiguos moradores del palacio.

Las mesas de lectura de madera de nogal, profusamente labradas, así como los sillones compañeros, eran muebles recios y fuertes, capaces de aguantar generaciones enteras sin muchos sobresaltos. La luz artificial provenía de apliques con tulipas de delicado cristal de Bohemia y de grandiosas lámparas venecianas estratégicamente colocadas a lo largo de toda la estancia.

La madre Margarita tenía estudios. Había huido de Corea temiendo por su vida, a causa de la violencia machista de su ex pareja, que para más inri mantenía unas extrañas relaciones con la Mafia de aquel país. Licenciada en Biblioteconomía por la Universidad de Busán, encontró en el convento la posibilidad de dar rienda suelta a sus sueños de infancia que le habían conducido hasta la universidad.

Pero era mucho lo que había que reparar y pocos los medios con los que se contaban y es que el deterioro de la estancia era evidente; los estantes de los armarios se cimbreaban, la madera aparecía desportillada en muchos de los anaqueles  y se temía que la carcoma hubiera hecho su agosto.  En las vitrinas, dañados por la humedad y el polvo, permanecían algunos libros a los que nadie había echado cuentas durante siglos.

Pero ahí estaba ella, voluntariosa, trabajadora y terca como ninguna… Si tenía que quitarse horas de sueño, lo haría. Por la noche, después de vísperas, la hermana Margarita escribía, en los cinco idiomas que dominaba, a las embajadas de diferentes países y solicitaba libros en todas las lenguas posibles. Su objetivo: sacar del analfabetismo a su congregación. Y poco a poco se fueron retirando las librerías rotas,  pintando las paredes de un ligero tono amarillo, barnizados los estantes, la puerta y los  marcos de los ventanales.

Terminada esta primera obra se escribió con primor, a la entrada de la biblioteca, la que sería la segunda máxima de aquella casa:

“Calladas, pero no iletradas”.

Mientras que el padre Juan se dedicaba con entusiasmo a las tareas de alfabetización,  se continuaron las labores y se pulió la balaustrada de la galería superior que, como la escalera, estaba realizada en madera de teca roja brillante, con unas vetas exquisitas. Se limpiaron y restauraron los vitrales de las dos ventanas y se repararon los emplomados. Las mesas de lectura se fueron remodelando, ajustando, tratando agujeros y abandonos, hasta que aquel espacio fue tomando forma.

Los libros fueron llegando y, cada noche, antes del momento de lectura, la abadesa desempaquetaba, con un misterio digno de un hada madrina, los maravillosos regalos que iban recibiendo.

El arzobispado se desprendió de algunos de sus viejos ordenadores, que el padre Juan supo traficar con donaire, para que llegaran sin problema al convento.

Con los saberes de unas y de otras, se mejoró y amplió la instalación eléctrica de forma que al poco tiempo la biblioteca  llegó a tener, también, un rincón conectado con el mundo exterior.

Se escribieron en todas las lenguas presentes las normas de la comunidad.

Un día al mes las hermanas se comunicaban con sus familias, cruzándose así mensajes de esperanza.

En tres años, la biblioteca brillaba. Constituía el orgullo de la casa, los libros ocupaban más y más estantes, hasta que, debido a lo que acontecía en el convento, se creó una sección infantil.

El padre Juan, ya jubilado y demasiado ocioso para la energía que siempre había derrochado, se ocupó de que una vez a la semana el letrado espacio fuera utilizado por los vecinos del barrio y, de esta manera, el convento, a pesar de su clausura, se abrió al mundo.

Teresa Flores

domingo, 27 de octubre de 2024

Espacio y corazón

 


No quedó constancia por escrito de cómo se fueron desarrollando  los hechos, habida cuenta que llegó un momento que la Hermana Escribana se percató de que plasmar en papel lo que acontecía en aquel lugar podía llegar a ser  comprometido.

El Convento de Clausura de Santa Carmelita del Penúltimo Suspiro era, a finales de los años 90, una congregación lo suficientemente importante y conocida, como para preocupar al arzobispado por su situación. La falta de vocaciones había convertido aquella Santa Casa en un lugar fantasmal donde mal vivían media docena de ineficaces monjas achacosas, menuditas y nonagenarias.

Pertenecientes  a la orden de las Carmelitas Descalzas, con  voto de castidad y silencio, ocupaban un amplio palacio del siglo XVII situado en el Cerrillo de Maracena. Rodeado de una amplia extensión de terreno poblado de hermosos frutales, se ocupaban, otrora, de un provechoso huerto así como de animalitos diversos, que no solo permitía  autoabastecer a las más de trescientas monjas, como sostener aquella casa, su Iglesia y sus cada vez más decrépitas paredes.

No fue extraño que, con el comienzo del siglo el Arzobispado, seriamente preocupado por la coyuntura, enviara novicias jóvenes a ocupar aquellas plazas. Eran casi unas chiquillas provenientes de diferentes partes del mundo, cuyo  único punto en común era  haber escapado del hambre y de la miseria  “convencidas” de que Servir al Señor podía ser lo que les salvara la vida.

Que se mantuviera el Régimen de Silencio como  principio sagrado de la Comunidad les facilitó la acogida.  Senegalesas, malienses, filipinas, chilenas o serbocroatas,  eran conducidas ante la Madre Superiora que les hacía besar su crucifijo, las bendecía,  les entregaba una hoja  con una serie de leyes, claramente ilustradas con pictogramas sobre las normas de la Comunidad y, convencida de que Dios iluminaría el siguiente paso, las enviaba a sus celdas.

Poco a poco, en el silencio de las tareas cotidianas y unos ritos, de tan repetitivos relajantes, la marcha en el Convento empezó a adquirir forma.

No tardó ni un año en ser nombrada la hermana Margarita, de origen coreano, como nueva madre abadesa; 35 años, fuerte, alegre y llena de vitalidad, promovió tal cambio que  en pocos meses se remozaron los estucos, se arreglaron las tejas,  se cepillaron los bancos del refectorio y de la iglesia, se pintaron la paredes y se enjalbegaron las fachadas.

Aquella media docena de jóvenes novicias, bien alimentadas y protegidas, se anticipaban a cualquier gesto de la madre Margarita, que subiendo una ceja o  alzando la mano, indicaba sin indicar, a donde había que acudir y cual era la tarea pendiente.

 La Comunidad variopinta y colorida floreció como una madreselva en primavera.

La Hermana Jardinera consiguió una variedad híbrida de arbusto tropical que, con sus sabias manos y sus tiernos bisbiseos, creció sin desmán por los rincones, antes yermos, que rodeaban el huerto. A raíz de aquellas plantas palmeadas y rabiosamente verdes, no era extraño que al llegar la noche, el claustro se viera enardecido por un aroma dulzón y agradable que dejaba a las monjitas en un arrebato  permanente, que les permitía dormir sin pesadillas y levantase a maitines con alas en los pies y una energía encomiable.

Poco a poco las habitaciones se fueron ocupando por novicias menudas y ágiles venidas de otros rincones del mundo. El Convento entero hervía de ebullición y de alegría contenida. Había tanto que ofrecer a las demás y tantas heridas de las que recuperarse...

Hasta el padre Juan, el confesor, decidió que, ante la poca faena que le daban aquellas buenas mujeres, lo más coherente era remangarse la sotana y compartir en cuerpo y alma la vida y las tareas de la Comunidad.

En breve se puso en marcha el Economato y la Madre Abadesa se encargó personalmente del torno, donde se vendían huevos criados, no con gallinas alegres sino extasiadas, frutos y verduras de los huertos tan sabrosos que parecían regadas con agua bendita y a las que los vecinos, que se surtían de aquel vergel, les achacaban propiedades milagrosas.

Únicamente tenía derecho a salir de aquel reducto, Asunción, la Hermana Recadera, que con sus 86 años poseía una mente inteligente y curiosa. Al haber ingresado en las Carmelitas en su senectud, no se vio sujeta al voto de silencio, por lo que se ocupaba de las compras necesarias para la buena marcha del Convento. La pobre, arrastrando una seria escoliosis, caminaba tan agachada que parecía buscar moneditas del suelo por las calles de Granada mientras se ocupaba, entre otras cosas, en comprar lanas para las labores o seda para los bordados.

Poco a poco el arzobispado fue dejando a su suerte a aquella Comunidad de monjas hacendosas y autónomas que no daban la lata, nada reclamaban y hasta aportaban sabrosos productos del huerto o mágicas infusiones caseras para las migrañas del obispo.

Y así fue como siguieron aparecieron en la puerta mujeres maltratadas, criaturas  abandonadas a su suerte, emigrantes o refugiadas. Nadie preguntó nada y se fueron abriendo más y más celdas, reconvirtiendo salas abandonadas en dormitorios, desempolvando ollas y cacerolas, conscientes del lema que dignificaba las paredes del Convento: “Dios tiene espacio y corazón suficiente para acoger a quienes lo necesitan”.

Nadie se extrañó tampoco cuando apareció el primer bebé en el torno, no importaba si venía de dentro o de fuera de la casa. El silencio tiene eso cuando se respeta. Después fueron llegando niños abandonados o perdidos que se hicieron al silencio, a los juegos sin ruido y a las risas sofocadas, acostumbrados como venían de pasar la vida bajo situaciones inimaginables.

Más tarde entraron jóvenes, y no tan jóvenes, de cuerpos andróginos, que también recibieron la misma acogida; una sonrisa, una manta, un catre, una cuchara, un plato de lata, una túnica y una tarea diaria de la que ocuparse.

Y por las noches, en el refectorio, después de un plato de sopa caliente, un tazón de leche y un trozo de bizcocho de las semillas que la Hermana Jardinera cultivaba con tanto arte, la gran casa comenzaba a llenarse de cantos  sofocados  y muchas, muchas silenciosas risas.

Teresa Flores

sábado, 26 de octubre de 2024

RETAHÍLA DE PORTUGAL

 


MANO MUERTA, MANO MUERTA

QUE UN SAPO LLAMA A LA PUERTA.

EN MI CASA NO ENTRARÁS

PEQUEÑO SAPO VETE YA.

1.- Coger la mano por la muñeca con suavidad y agitarla

2.-Darle golpecitos en la barbilla

3.- Hacer el gesto de despedirlo

viernes, 25 de octubre de 2024

LA MONJA NIÑA

 

Foto realizada en el claustro del antiguo Convento de Santa Paula

Menuda para su edad, silenciosa, delgadita y  frágil, de cabello pajizo y barriga inflamada tal vez a causa del  hambre o de los parásitos. Hubo rumores sobre si había aparecido  en el torno… si la encontraron en la puerta de la cocina, si era la hija del jardinero o de alguna de las novicias que acababan de incorporarse al monasterio.  Poco más se pudo vaticinar en el convento de Santa Paula, para más inri de clausura y con voto de silencio.

Llevaba prendida entre sus ropas una carta, una carta mal escrita llena de tachones y faltas de ortografía, tantas, que necesitaron varias horas para poder descifrarla. Tres cosas dejaba en claro: que se llamaba Elisa, que tenía cuatro años y que nadie la reclamaría nunca. No había apellidos, ni lugar de origen de la desconocida criatura: abandono. Tedioso y vulgar abandono.

 Los primeros meses le habilitaron un jergón de paja en la misma celda donde dormía la hermana cocinera, el lugar más caliente de la casa; no era para menos, en esta Granada que cuando dice de ser inhóspita se lleva la palma.

La nena miraba la comida con una mezcla entre la ansiedad y el respeto, esperaba que alguien le pusiera en la mano un plato de gachas y luego, con la mirada baja, no sabía qué hacer con la cuchara, como temiendo un arrebato violento que llevara consigo, quizás, un fuerte manotazo.

Para las hermanas fue el farolillo que iluminó aquel duro invierno de 1844. Espiaban sus escasas sonrisas, esperaban con ansia sus balbuceantes y tardías palabras y aplaudían con ahínco sus primeros logros. Peleaban por trenzarle su ralo cabello y le regalaban a escondidas, algunas bellotas de la encina del huerto o los primeros  frutos de la higuera.

Elisa fue creciendo, tranquila, triste, lentamente, sin aspavientos, sin arrullos, sin abrazos, no parecía, tampoco, echarlos de menos. Era la más pequeña  del internado que las monjas regentaban y aprendió, con bastante dificultad, a desgranar las primeras palabras, recorriendo los negros renglones de la cartilla con sus deditos menudos, así como a cantar, desafinando en el coro, por maitines.

Tal como vaticinaba su carta de presentación, nadie regresó a reclamarla.

Con el tiempo, la alimentación, el aire libre en el huerto y la compañía de unas y otras, creció su cuerpecillo, su tez adquirió un color saludable, su cabello tomó lustre y, cuando forjó una amistad con una pequeña de su edad y pergeñó, con ella, su primera travesura, sus ojos adquirieron un ligero brillo, descubrió la risa y, en cierto modo, la alegría de estar viva.

Cada noche se escapaba por los lóbregos pasillos a buscar la calle, a espiarla desde las celosías, queriendo escuchar en los huertos vecinos alguna voz humana ajena al convento.

Su cabecita empezó a llenarse de sueños locos, con los relatos que traían sus compañeras sobre sus vidas de afuera, sus familias, hermanos, madres y padres. Palabras que le resultaban difíciles de asimilar, sobre todo aquellas vacaciones o fines de semana tediosos cuando era la única criatura menuda que vagaba solitaria por el convento.

Espiaba los comentarios de la hermana lega, del pescadero cuando traía la comanda, los vendedores que en la calle voceaban las mercancías, y se acostumbró a esperar. Quizás ella, sí, quizás ella, un día podría salir de aquel encierro, porque alguien vendría a buscarla.

Indagó su rostro en cada una de las monjas e imaginó que era hija de alguna, de las que llegaron antes que ella o de las que llegaron después. Las observaba cautelosa; atenta a un gesto, al color de los ojos, el rasgo de sus barbillas, la forma de la nariz, el tono de las voces, para acabar sollozando cada noche, en el dormitorio común, a la espera de que un día aquella cárcel, que le había sido impuesta, se terminara.

 Decepcionada y aburrida optó por centrarse en el estudio. Cuando cayeron en sus manos la vida de los santos comenzó a fascinarse y, vivió con cada uno de estas historias la existencia que nunca tendría. Suspiró con aquellas que fueron mártires, viajó con las que fueron secuestradas, entregó sus cortos años a la penitencia, a las ciudades desconocidas, a los descubrimientos.

  Las hermanas percibieron en ello una señal y no fue extraño que, a los 16 años, animada por la madre superiora, se decidiera tomar el hábito de novicia con el nombre de María Elisa de los Dolores… Nombre con el que fue enterrada como monja ocho años más tarde, víctima de una larga y terrible enfermedad.

Sor Fuencisla, la madre cocinera, que la cuidó cuando pequeña y la escuchaba llorar, desde su jergón, sospecha que la muchacha se consumió de tristeza.

 Lo más curioso es que, a esta joven muerte le siguió, a los pocos meses, el deceso de la nueva madre abadesa. Solo 16 años mayor que Elisa. Algunas malas lenguas señalaron el escaso tiempo de diferencia en que aquellas dos almas habían entrado en el convento y, se percataron entonces, de cómo curiosamente, se habían rehuido e ignorado durante toda sus vidas.

jueves, 24 de octubre de 2024

Hay un hoyo en el fondo de la mar




Desarrollo

Se va acompañando con gestos 
(plas) -> aplausos
 
Hay un hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
Hay un hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
Hay un hoyo , hay un hoyo, hay un hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
 
Hay un palo en el hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
Hay un palo en el hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
Hay un palo, hay un palo, hay un palo en el hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
 
Hay un sapo en un palo en el hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
Hay un sapo en un palo en el hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
Hay un sapo, hay un sapo, hay un sapo en un palo en el hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
 
Hay un ojo en un sapo en un palo en el hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
Hay un ojo en un sapo en un palo en el hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
Hay un ojo, hay un ojo, hay un ojo en un sapo en un palo en el hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
 
Hay un pelo en el ojo en un sapo en un palo en el hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
Hay un pelo en el ojo en un sapo en un palo en el hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
Hay un pelo, hay un pelo, hay un pelo en el ojo en un sapo en un palo en el hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
 
Hay un piojo en el pelo en el ojo en un sapo en un palo en el hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
Hay un piojo en el pelo en el ojo en un sapo en un palo en el hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
Hay un piojo, hay un piojo, hay un piojo en el pelo en el ojo en un sapo en un palo en el hoyo en el fondo de la mar (plas) (plas)
 
Desde aquí podéis seguir inventándoos...
Del blog:


domingo, 20 de octubre de 2024

EL RECOLECTOR DE PLANTAS Teresa F

 
 





En sinfonía de verdes
mis ojos afiebrados,
otean el paisaje
sin mirar,
y descubro,
entre espacios,
inexplorados,
aromas nuevos.
 
Registro lo evidente
mientras domino estremecido
la sorpresa.
¿Qué sorpresa?
 
El vuelo de una fugaz mariposa
parece esconder la magia
de un indescriptible presagio.
 
El silencio, a mí alrededor
se rompe con el latir doloroso
de mis sienes,
el aullido de un pájaro
y el atormentado crujir
de mis libélulas.
 
 
Entre el hule,
un brillo extraño
acapara el fragor
de mis cansadas retinas.
 
Mi mano inquieta
y a la vez pequeña y decidida
determina el impreciso gesto,
de relegar unas hojas,
hasta  llegar
donde mi frágil instinto
me señala.
 
Una minúscula florecilla
azulada,
centellea valiente
al rocío incipiente de la mañana.
Sus tiernos pétalos
parecen lágrimas
calientes de la amanecida.
 
Mi corazón necesitado
parpadea,
con un clamor tan intenso,
que somete
mi cerebro,
aún joven de esperanzas,
a una respiración entrecortada.
 
No quiero entusiasmarme.
 
Es tan fácil el vanidoso error
de un paso en falso,
por una alucinación
      inesperada.
 
En mi morral
esperan angustiados
fragmentos prensados
de verde.
 
Tal vez, un día,  
aparezca mi nombre
en el letrero gris
del Jardín Botánico
en el futuro incierto
del breve vergel
que conforma
mi vida.

__________________

 

viernes, 11 de octubre de 2024

NO DUDARÉ EN DEFENDERME

.


 Se fue padre.

Se fue de madrugada, silencioso, como siempre, pensando que yo no lo escuchaba, que no percibía los crujidos de sus pasos por la casa, recorriendo el pasillo profundo, que separó siempre nuestras alcobas.

Se fue calladamente, como si así hiciera menos daño, como si en cada ausencia no se llevara un fragmento de cada uno de nosotros.

¿Cree acaso que no notamos cuando comienza los preparativos? ¿Qué estamos ciegos ante la ligereza de sus gestos, sordos a los cuchicheos de los criados, los movimientos en las caballerizas o el piafar de su yegua favorita, que presiente alegre el fragor de futuras batallas?.

Cómo puede ser tan ingenuo, tan irresponsable, tan insensible, tan insensato.

 Se fue padre.

¿No sabe acaso que deja a madre en una profunda tristeza? Que, ante su ausencia, acompasa su respiración cotidiana al ritmo del telar y nos despierta en las noches insomnes con su monótono zis zas perpetuo.

Ni siquiera las doncellas se atreven a reírse y transitamos los días como almas en pena, vagando por corredores soñolientos, penando entre páginas de la enorme biblioteca, desordenando el cuarto de juegos, bajando y subiendo escaleras  para intentar otear desde las almenas… Vigilando emocionados el horizonte, por si vuelve, por si un día vuelve o si alguien, acaso, regresa con sus nuevas.

Se fue padre.

Apenas las cinco de la mañana. El cielo en lontananza, comienza a poblarse de azulrojos y a escondidas de la nodriza, descalza y en camisa, me aproximo a la alcoba de madre, queriendo asirme de su mano. Esa blanca mano que nadie acogerá en mucho tiempo. Pretendiendo acunarla en mis torpes catorce años, con la cabeza, aun, inundada de imágenes relatadas, en noches frente al fuego, de aquellas aventuras que padre nos traía de sus guerras inútiles pobladas de cadáveres sangrientos.

Maldigo no haber nacido varón para impedirle el paso, para obligarle a que me llevara con él, a donde fuera, poder enarbolar con orgullo su estandarte y huir así del silencio de las estancias en los próximos días, meses y, puede, que hasta años.

Quisiera suprimir el color ceniciento del castillo, siempre a media luz, y, las tardes odiosas bordando sábanas inútiles que nunca conocerán el amor verdadero.

Se fue padre.

No recibiremos nada más que migajas de palabras devanando contiendas, inútiles misivas, relatando pasajes que, por sabidos, no resultaran más esperanzadores. Al final de cada carta un liviano epitafio. Apenas tres palabras para dedicarnos un: “te quiero”, dulce, un “os amo a todos”. Ternura para su bella esposa, besos y abrazos para sus pequeños hijos, su futuro.

¿Amor sincero?

¡Se puede ser más rastrero!

¡Cobarde!, ¡cobarde!, ¡cobarde!

 

Se fue padre.

Por qué te ausentas si dejas en tu casa las puertas abiertas a la desgracia, a nuestra tristeza infinita, al acoso que, los que se dicen nuestros guardianes hacen a madre, a las miradas libidinosas que me persiguen por los pasillos, los roces inoportunos de los escasos varones que, por vejez, no fueron a la batalla, que aterran y soliviantan mi juventud inocente.

¡Olvídate canalla, de conquistar el mundo y regresa antes que sea demasiado tarde! Antes que tu señora ceda ante tanto despropósito, antes que me vea mancillada por un vulgar  lacayo, antes que tus hijos pequeños se asalvajen entre las patas indomables de los caballos de tus cuadras y la dejadez de las nodrizas.

Se fue padre.

Cuánto tiempo tenemos que llorarte después de cuatro meses sin una sola carta.

¿No hay nadie al otro lado del muro?, dinos, ¿no hay nadie?

Tendré que cortarme los cabellos, robar la vestimenta de uno de tus pajes, y escapar en mi alazán a recorrer el mundo, a buscarte. Ser, por fin, el varón que quisiste tener, el que soñaste levantar en tus brazos y nombrarlo tu príncipe heredero.

Yo también anhelo tus sueños, deseo luchar contra Polifemo, encontrar la fuente de la eterna juventud, surcar en un barco océanos de admiración y aventura, enamorarme de un tierno efebo que me haga estremecer en sus brazos.

Quiero ser otra, no quiero seguir pudriéndome aquí en este bando donde nos has dejado, sin preguntarnos, sin poder defendernos de este futuro incierto, imperfecto, duradero, absurdo.

 Se fue padre.

Nunca más seré la niña delicada, no querré escuchar tus poemas ni tus cartas, no ansío abrir esas delicadas sedas con las que regresas de tus viajes protegiendo valiosos presentes. Dejé de ser tu princesa para comprender, demasiado pronto, hasta donde llega el egoísmo de los hombres. No quiero un varón que me salve de mi presente ni dirija, en su arrogancia, mi futuro.

Regreses cuando regreses, llegarás tarde. Tu hija volará enjalbegada, cubierta de tules y dorados, con el corazón roto por todo lo vivido, por tener que hacerme mayor antes de tiempo, por ver morir a madre lentamente de tristeza enterrada cada día en devanar  madejas inútiles de futuro.

No me busques padre, no me busques. Seré el arquero más ágil de tus ejércitos, el soldado más valiente, el más rápido. Si hay que ir a la guerra iremos todos, o no fue ese el juego que nos enseñaste desde nuestra más tierna infancia. No hubo otras historias que las conquistas, que el descubrir nuevos mundos para hacerlos propios.  Nos hiciste palpitar con tus grandes relatos…

Llegar siempre más lejos, más alto.

Allí nos encontraremos, padre… en la batalla,

No dudaré en defenderme.     

                                                                               Teresa Flores

PEDRO MELENAS

 Extraído del libro   PEDRO MELENAS de Heinr, Hoffmann.


 Por no cortarse las uñas 

le crecieron diez pezuñas,

y hace más de un año entero

que no ha vuelto al peluquero.

¡Qué vergüenza! ¡Qué horroroso!

¡Qué niño más cochambroso!

martes, 8 de octubre de 2024

CUENTOS CON MANOS Y PIES

 

LA VACA Y EL TORO

Vaca dibujada por Nico Flores

        

Cuento dialogado para pies, destinado a criaturas pequeñas

 

(Se cuenta el cuento sentados todos en el suelo con las piernas encogidas, el pie derecho es la vaca y el izquierdo el toro, conforme se hace el dialogo los pies toman vida y se mueven)

 

-¡Vaca!

-¡Toro! (las piernas se estiran al nombrarlos)

(Siempre habla el contrario, si no se especifica se turnan cada vez uno)

-¡Hola vaca!

-¡Hola Toro!

-Dame un besito (se tocan las puntas)

-¡Mua, Mua!

-Vaca ¿nos damos un paseo?

-¡Vale Toro!   (caminan)

-Vamos a correr (trotan)

-¡Uf, que cansancio!

 

(Un zumbido se escucha)

 

ZZZZZZZZZZZZ

 

-¡Ay, Ay me ha picado una avispa!

-Ven, vaca, yo te mezo (se sube encima del otro pie)

-EA, EA

-¿Damos otro paseo, Toro?

-¡Vale!

-¿Saltamos el río? (con los pies juntos)

-Ahora tu primero, Vaca.

-Ven tú ahora, Toro.

-Me tengo que ir ¡adiós, Toro, adiós!

-Un besito (se tocan las puntas)

-¡Mua, Mua!

-Adiós Vaca ¡hasta mañana!

-¡Hasta mañana Toro!

 

(El cuento se puede alargar todo lo que queramos)

 

viernes, 4 de octubre de 2024

Las Matrioskas

  

Para la edición en papel podéis encontrarlo por internet

 Este es un cuento muy bonito para contarlo con ayuda de las muñecas rusas.

Hace mucho, mucho tiempo, un carpintero salió de su cabaña y recorrió lentamente el camino hacía el bosque, en busca de un buen tronco para tallar. En un claro del bosque, el viejo carpintero vio un tronco tan hermoso como nunca antes había visto. Lo cogió y lo llevó a casa. Era un hermoso tronco, con el que, sin duda, debía fabricar algo muy especial. Durante varios días, no supo qué hacer. Finalmente una mañana, despertó y decidió hacer una muñeca. Puso el tronco sobre la mesa de trabajo y empezó a tallarla suave y delicadamente. Cuando la terminó, le gustó tanto, que decidió no ponerla en venta y la colocó en su mesilla de noche. Le puso por nombre Matrioska. Cada mañana, el carpintero se levantaba y la saludaba cortésmente, antes de iniciar sus tareas: 


—Buenos días, Matrioska.

Un día tras otro repetía la misma expresión, hasta que una mañana, un tenue susurro le respondió: 

—Buenos días.

El carpintero quedó tremendamente impresionado y repitió:

—Buenos días, Matrioska...
—Buenos días —le contestó la muñeca, con un hilo de voz.

Asombrado, se acercó a la muñeca para comprobar que era ella quien hablaba y no sus viejos oídos que le jugaban una mala pasada. Desde aquel día, vivió acompañado por la pequeña Matrioska, que era un pozo de palabras y risas, y le distraía y alegraba en su trabajo diario. Una mañana, Matrioska despertó muy triste. Tras mucho rogarle, un poco avergonzada, ella le explicó que cada día veía por la ventana los pájaros con sus crías, los osos con sus oseznos, y hasta las orugas que se enganchaban unas a otras formando una gran fila familiar.


—Incluso tú —apuntó Matrioska— me tienes a mí, pues bien, yo también querría tener una hija. 

—Pero entonces —respondió el carpintero— tendría que abrirte y sacar la madera de tu interior para hacerte una hija y eso sería doloroso y nada fácil. 

—Ya sabes que en la vida las cosas importantes siempre suponen pequeños sacrificios —respondió la dulce Matrioska. 

Y así fue como el carpintero abrió a Matrioska y extrajo cuidadosamente la madera de su interior, para hacer una muñeca un poco más pequeña, a la que llamó Trioska. Desde aquel día, cada mañana, al levantarse, saludaba: 

—Buenos días, Matrioska; buenos días, Trioska.

—Buenos días, buenos días —respondían ellas al unísono. Ocurrió que también Trioska sintió la necesidad de ser madre. De modo que el viejo carpintero extrajo la madera de su interior y fabricó una muñeca, aun más pequeña, a la que puso por nombre Oska. Al cabo de un tiempo, también Oska quería tener su propia hija, pero al abrirla, se dio cuenta de que sólo quedaba un mínimo pedazo de madera, tan blanca como el primer día, pero del tamaño de un garbanzo. Sólo una muñeca más podría fabricarse. Entonces el carpintero, temeroso de no poder cumplir el deseo de la pequeña muñequita y de que ésta se sintiera triste toda su vida, le dibujó unos enormes bigotes y lo puso ante el espejo diciéndole: 

—Mira, Ka,... tú tienes bigotes. Eres un hombre, o sea que no podrás tener un hijo o una hija de dentro de ti. Y así es como Ka, Oska, Trioska, Matrioska y el carpintero siguieron viviendo felices el resto de sus días.

TINTA, DIMITADOR

martes, 1 de octubre de 2024

EL LOBO LLAMA A LA PUERTA

¿Hasta qué punto está el lobo dispuesto a cambiar para poder comerse a los siete  cabritillos?

Esta es otra original versión de esta conocida historia infantil. 

Sorprendente aventura y sorprendente historia de Nono Granero que nos divierte a la vez que nos muestra que el futuro puede ser incierto y a la vez tierno. 

La historia nos atrapa como un imán y nos muestra como pueden llegar a cambiar las personas.

NONO GRANERO, es un gran escritor e ilustrador de cuentos que tiene en su haber una inmensa bibliografía.  https://www.todostuslibros.com/autor/granero-nono

También podéis seguirlo en su blog https://nonogranero.blogspot.com/  

Tuve la suerte de conocerlo en Guadalajara, durante la celebración  de el popular Maratón de cuentos, que se celebra cada mes de junio desde hace ya más de 28 años. En ese evento Nono presentó una original exposición titulada Cartografía del cuento popular,  que recopiló en el libro que os muestro a continuación.  

Para que lo conozcáis un poquito más os traigo estas palabras extraídas de como se presenta en su blog.  

Narrador, Titiritero -entre otras ocupaciones-, fundamentalmente me gusta hacer aparecer cosas a partir de otras que no tenían nada que ver: De gestos y palabras, salen historias y cuentos; De pedazos de carbón y manchas de pintura, personajes y mundos; De retales y trozos de corcho y espuma, escenas y acciones; Y de la curiosidad enorme, una manera de ver.

  Y para terminar, os presento otro de mis cuentos preferidos con los que he jugado y reído, al contarlo, en más de una clase. La presentación y sus posibilidades de explotación las podéis encontrar en mi blog; 




NO DEJEIS DE CONOCERLO