Había una vez, en tiempos muy remotos, una familia que era muy feliz. Se trataban de Valentín y Carlota que tenían dos niños; Margarita y Timoteo.
Eran muy dichosos y tenían muchos amigos. Para comprender hasta qué punto eran felices, hay que conocer cómo se vivía en aquella época. A cada criatura, al nacer, le era entregada una bolsa repleta de Chodudús. No puedo decir cuántos Chodudús tenían porque no se les podía llegar a contar. Eran interminables. Si metías la mano en la bolsa siempre encontrabas un Chodudú. Eran muy valorados ya que cuando los recibías te sentías muy feliz y contento.
Los que no tenían Chodudús acababan sufriendo dolores terribles de espalda, empezaban a encogerse y a veces hasta se morían. Pero en aquel tiempo, era muy fácil tener Chodudús. Cuando alguien necesitaba uno, se acercaba a otra persona y le decía:- Me gustaría tener un Chodudú. Entonces metía la mano en su bolsa y sacaba uno del tamaño de un puñito y tan pronto como lo entregaba éste empezaba a reír y a esponjarse. Si lo colocaba sobre el hombro, la cabeza o las rodillas se ovillaba tiernamente contra su piel, produciendo unas sensaciones cálidas y agradables por todo el cuerpo.
La gente no dejaba
de cambiarse Chodudús y como eran gratis, podían tener todos lo que quisieran.
Esto producía que casi todos vivieran alegres y se sintieran felices y
contentos.
Y digo "casi", porque había una persona que no estaba contenta viendo a la gente
intercambiar sus Chodudús. Era la feísima bruja Belzefa. Estaba muy furiosa porque
la gente al ser feliz no compraba sus filtros ni sus pociones y se le ocurrió
un plan maquiavélico.
Una hermosa mañana,
Belzefa se acercó a Timoteo y le dijo al oído mientras observaba a Margarita y a Carlota jugando
juntas -¿Ves los Chodudús que Margarita da a Carlota? Si sigue haciendo eso,
no le quedarán más para tí- Timoteo se
asustó - ¿Quieres decir que no habrá más Chodudús en nuestra bolsa cada vez que
quiera uno?, -Efectivamente- respondió Belzefa, cuando se terminen, se habrán
terminado. Y despegando se alejó, por el aire sobre su escoba,
riéndose burlonamente. Timoteo se tomó estas palabras muy en serio y a
partir de ese momento, cuando Margarita regalaba un Chodudú pensaba que no le
quedarían más para él.
¿Y si la
bruja tenía razón? Le gustaban mucho los Chodudús de Margarita, y la idea de
que pudieran terminarse no solo le inquietaba sino que le ponía muy furioso. Se
puso a vigilarla para que no los despilfarrase dándolos a cualquiera.
Además se quejaba cuando ésta lo hacía.
Incluso a su madre
a la que quería mucho dejó de ofrecerle sus Chodudús y los guardó solo para
él. Los demás niños viendo lo que estaba pasando y aunque pensaban que no
estaba bien negar los Chodudús, comenzaron a tener mucho cuidado con sus
posesiones. Vigilaban atentamente a sus familias, y cuando sentían que alguno daba
a los otros se enfadaban y cogían unas horrorosas rabietas.
¡Cómo cambiaron
las cosas¡ ¡El plan diabólico de la bruja funcionaba! Aunque todavía
encontraban Chodudús cuando metían la mano en sus bolsas, lo hacían cada vez
menos y se volvían más avaros. Pronto comenzaron a observar la falta de
Chodudús, y se empezaron a sentir infelices.
La gente dejó de
sonreír, de ser amables, algunos empezaron a encogerse y a veces hasta se
morían por falta de Chodudús. Cada vez compraban más filtros y pociones a la
bruja. Aunque eran conscientes que no servían para nada pero, no tenían otra cosa.
La situación
se hizo más y más grave. Sin embargo, la mala Belzefa no quería que la gente se
muriera. Una vez muertos, no podían comprarle nada. Así que imaginó otro plan. Le
dio a cada persona una bolsa muy parecida a la de los Chodudús, excepto que era
fría, mientras que la que contenía los Chodudús era cálida. En estas bolsas,
Belzefa había puesto Frapicantes. Estos
Frapicantes no provocaban a quienes los recibían calor y ternura, sino frialdad y cólera. Sin embargo era mejor que
nada ya que evitaba que se enfermasen.
Asi pues ocurría
que cuando alguien decía- Quiero un Chodudú - los que temían agotar su reservas
respondían- No puedo regalarte un Chodudú, pero, ¿Quieres un Frapicante?
Cuando dos
personas se juntaban con idea de intercambiar Chodudús la mayoría de las veces ocurría que una de ellas cambiaba
de opinión y finalmente le daba un Frapicante.
A partir de ese
momento aunque la gente casi no se moría, eran muy desgraciados,
tenían mucho frío y estaban siempre enojados. La vida se volvió mucho más amarga y complicada. Los Chodudús, que al principio estaban disponibles como el aire
que se respira, se hicieron cada vez más y más escasos.
La gente hacía
cualquier cosa para conseguirlos.
Antes de que
apareciera la bruja, solían reunirse en pequeños grupos para intercambiarse
Chodudús. Contentos, sin preocuparse de la cantidad regalada o recibida.
Después del plan de Belzefa, se juntaban por parejas y se guardaban los
Chodudús para ellos.
Los que no
encontraban a nadie que se los regalara
se vieron obligados a comprarlos y tenían que trabajar muchas horas para poder
pagarlos.
Como se habían
vuelto tan escasos, algunas personas conseguían Frapicantes, ya que eran
innumerables y gratuitos, y las cubrían con plumas suaves para esconder su
naturaleza y hacerlas pasar por Chodudús. Estos falsos Chodudús complicaban aun
más las cosas, pues si dos personas los
cambiaban esperando sentirse bien lo que les ocurría era que se encontraban
fatal y no comprendían nada de lo que estaba pasando.
La vida se volvió
muy triste. Timoteo recordaba que todo había empezado cuando Belzefa les había
hecho creer que un día los Chodudús se acabarían.
Pero fijaros lo que
pasó. Una joven alegre y despierta, llegó un día a este triste país. Nunca
había escuchado los comentarios de la bruja mala y distribuía Chodudús en
abundancia sin temor a que se terminaran. Los ofrecía de forma gratuita,
incluso antes que se los pidieran. La gente la llamó Julia Dudú, pero algunas
personas la criticaban porque animaba a los niños a regalar Chodudús como
siempre se había hecho.
A los niños les
gustaba mucho Julia porque se sentían muy bien con ella. Empezaron a repartir
Chodudús a su aire. Los adultos se asustaron y decidieron promulgar una ley
para protegerlos e impedirles despilfarrar sus Chodudús. Esta ley decía que
estaba prohibido distribuirlos a tontas y a locas y que se precisaba un
permiso para intercambiarlos.
A pesar de esta
ley, muchas criaturas siguieron cambiando a escondidas sus Chodudús cada vez que querían y cada
vez que alguien se los pedía. Y como había muchos, muchos niños, tantos como
adultos, parecía que las cosas iban a cambiar.
Todavía, no sabemos
que va suceder...
¿Acaso los adultos, con sus leyes, van a impedir la generosidad de los niños y las niñas? ¿Van a seguir el ejemplo de Julia y de las criaturas, asumiendo el riesgo de que no haya siempre todos los Chodudús deseados? ¿Recordarán los días felices de su infancia cuando los Chodudús eran abundantes aunque se regalaran sin contarlos? ...
Es un cuento muy serio...
ResponderEliminarTiene mucha miga
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