Me asomo a la ventana. Arboles cimbreantes al color del otoño. Juego con el visillo transparente en marfiles. El arce de la plaza posee el color de la luz. Tal vez sea hoy. La pequeña juega a la rayuela. Cerilla que quema mis dedos. Nueve, diez, canta. Bocanada que se atasca en mi garganta, toso. Del cielo al infierno hay solo un salto. Tal vez hoy lo consiga. Pasos impertinentes en la escalera. Amargura de tabaco negro. No, le dice la madre al niño que juega en el arenero. La cortina huele a lavanda. No corras, repite la madre. Mis manos tiemblan. Más alto grita un pequeño. Espanto el humo con mano ajena. Amarillea la tarde. Tres meses, cuatro días, cinco horas. Viento ligero, viento del este. Tintineo las monedas en mi bolsillo. Ladra un perro. Hoy no será posible, lo sé. El kiosco de la prensa permanece abierto. ¡Qué frío el cristal, qué frío! La niña vuelve a lanzar el tejo. Preguntaré el por qué a mi madre. El Toyota rojo aparca en zona prohibida. Tres meses, cuatro días, seis horas. El hombrecito del semáforo parpadea. Refresco mi mente al vidrio de la ventana. El bús 8 se acerca. Las pastillas me dejan la boca arenosa. La niña adorna sus trenzas con cintas rojas. ¡Cuánto dolor me quema dentro! Un bebé llora. Apoyo la mano en el picaporte y el balcón se abre. Aroma el guiso cotidiano de la vecina. Una brisa liviana me hace retroceder asustado. Amarillea la tarde. No saber el por qué de tanto pánico, Ladra un perro. Me aparto del balcón como si quemara. Flores de plástico decoran ventanas ajenas. Tropiezo con la mesa que se tambalea a mi peso. El sol traza geometrías en la pared de enfrente. La madera presume de áspera bajo mis dedos. En la escalera pasos que se alejan. Mi respiración se confunde. Un portazo estremece el suelo. Me llevo la mano al pecho, duele. La niña de la rayuela canta. ¿Lo conseguiré hoy? Tres, cuatro, cinco, patea el tejo. Me aferro al jersey buscando una seguridad que no siento. La calle, de repente, se ha quedado en silencio. Siete pasos más y llegaré a la puerta. Rompe el butanero, con su voceo, la frágil calma. El reloj del comedor me asusta con sus latidos. Un grifo gotea en alguna parte. Sobre todo que no llegue ahora madre. Resopla el viejo ascensor con gemido prehistórico. Cierro los ojos tanto que casi duelen. El viento del exterior amenaza mi nuca, me estremezco. Tres meses, cuatro días, siete horas. La vecina del quinto se lanza por bulerías. La puerta del pasillo asemeja un túnel del tiempo. Ladra con rabia un perro. ¡Las llaves! Las bombonas se bambolean en un estruendo de campanas malhumoradas. No llegaré tan lejos. La vecina de arriba vuelve a arrastrar las sillas. ¿Qué me sucedió que me causa tal pavor? Un camino de sol se abre paso entre los muebles. ¿Qué monstruos me acechan en la calle? Mauro el gato, reclama su comida. Cierro los ojos y me lanzo a la puerta, abro. Taconeo incesante que se aleja. Salgo al descansillo con el corazón en las sienes. La niña prosigue su letanía. Un timbre cercano paraliza mi angustia. El tráfico se agita en la calle. Tres meses, cuatro días, ocho horas. La portera grita. Me enfrento a mi propio desconsuelo y en un gemido doy dos pasos. El bebé llora. Me aferro a la reja del ascensor. Grita la pobre loca del cuarto. ¿Lo conseguiré mañana?