jueves, 9 de octubre de 2025

Pulsos de agua


Desde hace dos semanas lo vengo escuchando, es como un lamento sordo, como un sonido desgarrador y penetrante que horada mis oídos y los de todas las criaturas que sobre él habitamos.

Conforme el sol ataca los días de este invierno tan extraño, nuestro suelo va emitiendo más y más latidos, se asemejan a pulsos de agua, serpientes marinas que nos cercan.

Intento no perder de vista a mis oseznos, los llamo con voz lastimera si se alejan apenas dos pasos, pero me siento prisionera del momento, del terrible momento, si no puedo cazar, si me alejo; si lo que llevo durante tantos días presintiendo se cumple, será nuestro fin y, lo que es peor, será el de ellos, mis pequeños.

 Las focas, nuestro alimento, hace tiempo que emigraron más al norte huyendo de esta debacle que se acerca, pero yo, recién parida, no sé siquiera cómo podré enfrentarme a mi propia debilidad y a la crianza de mis dos cachorros.

Si no me alimento en breves horas, en un par de días no tendré suficiente leche para amamantarlos.

Hasta mi blanco pelaje luce más apagado, mi respiración se hace fatigosa por momentos, mi compañero se fue, ¿partió a la caza o nos abandonó?, prefiero no pensarlo.

El suelo de nuevo se cimbrea.

Acuso el tremendo y anómalo sol de este extraño invierno. El viento templado que no permite mantener el grosor del hielo, necesario para caminar sobre él con seguridad.

Tiemblo, no de frío, sino de miedo.

Llamo a mis pequeños y me acurruco solícita con ellos, los envuelvo en un abrazo que nos proteja del desastre. ¿Acaso está en mi mano remediarlo?

De repente, el espacio que ocupamos, amenaza con separarse de la enorme masa que nos ancla a un suelo más compacto.

Gruño atemorizada, rujo, me incorporo sobre mis patas traseras, levanto los brazos, enseño los dientes embravecida, enfurecida, temerosa.

Pero lo más terrible ocurre.

Se desgaja definitivamente, se rompe el hielo que pisamos. El sonido es patente. Se parte la lámina cristalina y un lento desplazamiento se instaura.

Es un instante, apenas tres segundos angustiosos, dejo de sujetar a mis criaturas. En el movimiento realizado, a pesar de mi cautela, mi pequeño se separa de nosotras.

Lo veo alejarse con una lentitud angustiosa. Casi puedo tocarlo, pero sé que es inútil moverme, hacerlo sería ponernos en peligro a los tres. Sujeto con fuerza a mi osezna que gime presintiendo la desgracia. Ella y yo permanecemos inmóviles…

Lloro con lamentos de desesperación y rabia. No puedo alcanzarlo, no puedo…Tan pequeño, tan frágil, apenas un ovillo de lana blanca y casi rosada, que destaca ante la luz hiriente de la mañana…

Lanzo manotazos desesperados al aire, lo llamo, me golpeo el pecho con fuerza, grito desesperada mientras la pequeña asustada, entre mis gruesas patas, se aferra con fuerza a mi pelaje.

Pero mi otra criatura se aleja, irremediablemente se aleja, a una velocidad tan lenta que puedo ir captando su figura y cada uno de sus rasgos que fijo en mis pupilas para no olvidarlo nunca: sus ojos bellos de bebé perdido, su negra mirada lánguida, sentado en el suelo, alzando sus bracitos, llamándome, llamándonos, con un gemido lastimero que me rompe, me quiebra, me destroza, como el hielo, como la vida que se nos acaba de fragmentar en mil pedazos.

Amamanto a la pequeña con mis lágrimas.

El sonido del hielo destrozándose acompaña los lamentos de mi hijo que ya es un pequeño punto en lontananza… No volveré a tenerlo en mis brazos, no podré enseñarle a nadar, ni a cazar. Escasos días permaneció sobre la tierra. Al menos no tendrá tiempo de conocer a los que se dicen humanos, ni espantarse de la brutalidad de sus actos y las consecuencias de los mismos.

Maldigo a esos seres que han destrozado mi espacio, nuestro espacio, que han provocado que nuestro tiempo cambiara, que han hecho desaparecer nuestros alimentos, calentar nuestros mares e inundar de basura nuestras aguas.

Los maldigo por no respetar el ciclo sagrado de la vida. Y les auguro que también sufrirán la desgracia de ver destrozado su hábitat  y perder a sus seres queridos.

domingo, 5 de octubre de 2025

Eso no se hace


María Ortiz

Tiempo de espera, tiempo detenido de palmas, palmitas y cinco lobitos. Mamá, no quiero más sopa si no me la traes en avión y dile al Coco que no venga a buscarme que ya me duermo sola. A la nana, nanita nana, nanita ea, mi niña tiene sueño, bendito sea. Aplaude la familia mis primeros pasos agarrada al filo de los muebles. Todo es descubrimiento. Tantos hermanos para jugar. Pilar me deja su cuna, su biberón y su espacio junto a la cama de mis padres. Miro y aprendo las primeras normas…

¡Eso no se toca!
 
Los primeros juegos con los primos y las primeras travesuras. Me encanta correr por el campo, subirme al trillo y saltar desde las pacas de paja. Mamá, ¡me pica todo! Qué sabrosas las brevas de la higuera. Ya tengo quince cromos. Mi hermano me ha roto mi preciosa muñeca de porcelana. Lloro desconsolada. Por mucho que me lo repitan: el patio de mi casa no es particular. No quiero jugar más al corro de la patata, prefiero que me cuentes un cuento, no el de las asaúras no, que me asusta pero a la vez me encanta.
¡Eso no se hace!
 
De la mano a mi primera escuela con mi primer babero. “¡Calladita estás más guapa!”. A rezar como una niña buena: «Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro hermanitos que me esperaban...». Así no es, “Vamos a contar mentiras”, esa canción me gusta mucho. Papá saca el coche y nos lleva al campo con la tortilla de patatas y los filetes empanaos. Hacemos cabañas con ramas. Jugamos al escondite inglés. “Esto era un rey que tenía tres hijas, las metió en tres botijas y las echó cuesta abajo”. No, ese no, cuéntame mejor el cuento del “Gallo pelao”. 
¡Eso no se dice!
 
Nos vamos a la ciudad, atrás se quedan los abuelos en el pueblo. Nueva escuela, nuevos uniformes grisáceos. Domingos de misa obligatoria. Mamá, ¡me aburro! No se dice me aburro, se dice orina caballo. Papá compra el periódico para él y los tebeos para nosotros. Se hace una espera agradable. Me pido leerlos la prime. Me gusta sobre todo “la familia Ulises”. Sábados por la tarde recorridos mágicos con el tranvía, nos vamos a Dúrcal, a Dílar… Descubrimos los pueblos de los alrededores de Granada con meriendas de pan y chocolate. Mamá nos contagia su pasión por el campo, silbatos con hojas, barcos de juncos; la diferencia entre la retama y la gayumba; el sabor del pan y quesico y el dulzor de la madreselva.      
¡Eso no se cuenta!      
 
Primeros cursos en aquel enorme colegio lleno de niñas que no saben pronunciar la jota. Flores, dice la monja, repite delante de toda la clase: Jaime, baja la jícara, la jaula y el botijo. ¡Qué tontería! No soy un monito de feria. Mis primeras mejores amigas. Mis primeros libros. Encontrar el escondite perfecto para entregarme a mi mayor pasión que saca de quicio a mi madre: la lectura. Tebeos de Tintín; Matilde, Perico y Periquín; novelas ejemplares... Después llegarían las de aventuras de Enid Blynton,  releídas cada verano —aún descansan en la estantería de mi casa—. “¡Quisiera ser tan alta como la luna!”. Música de zarzuela para desayunar. Rezar, rezar, rezar… Aburridos rosarios diarios. ¿Cuántas misas?, qué lejos se iba mi mente con tanto mantra soporífero. ¡Al pueblo, nos vamos al pueblo! Visitas al despacho de mi padre. Cuando te sientes, las rodillas cerraditas. ¡No, a los árboles no te puedes subir!
¡Eso no es de niñas!
 
Crecer, espejo que muestra lo que la ropa camufla. “Cinco semanas en globo”, me gusta Julio Verne aunque me salto tanta descripción. Leo las primeras novelitas rosas.  De la biblioteca de papá solo me quedan por leer los libros cristianos o los prohibidos; El diario de Daniel, El diario de Ana María… Un libro para los chicos y otro para las chicas. No aclaran ninguno de ellos los líos que pasan, a esta edad, por el cuerpo y por la cabeza. Para más confusión, en el manual “Pureza y hermosura”, la religión censura aún más cada acto cotidiano. Escribo mi primer diario y mi primera obra de teatro. También mi primera novela colectiva en el patio del colegio durante los recreos. Me fascina Agatha Christie. Consigo mi primera guitarra y canto de María Ortiz “Mi amiga Catalina”.
¡Eso no se mira!
 
Ropa censurada, “Burda” censurada, palabras censuradas, conversaciones censuradas. El instituto llega a mi vida como un torbellino, clases mixtas, risas contenidas, pandillas de excursiones domingueras en el tranvía de la sierra. El aire empieza a oler a nuevo. Cantos con la guitarra en maravillosas tardes de amigos. “En la mesa se habla de flores y de amores”. El rosario diario se hace cada vez más odioso. Surgen las mentiras necesarias para justificar las salidas con los amigos, con la pandilla o con el primer amor. “Tú no puedes volver atrás” palabras escritas para mí. Visito Cabo de Gata y leo “Campos de Níjar”, fiel reflejo de aquella tierra por extraño que parezca. El teatro, una nueva pasión que llega a mi vida y la hace su centro. Sería la más joven de la compañía haciendo el papel de la más mayor en “Doña Rosita la soltera”. Me inundo de poesía: “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres”, recital que presentamos de Miguel Alarcón “Palabras de amor y muerte”.
¡Eso no se discute!
 
Universidad, reuniones clandestinas en fines de semana con consignas surrealistas. Panfletos escondidos, libros prohibidos que se compran bajo el mostrador de la librería Alarcón después de decir una palabra clave… Emoción y a la vez miedo. Paco Ibáñez nos sacude en el Crucero del Hospital Real, “¡A la calle que ya es hora!”. Vivaldi,  Mozart y otros músicos, irrumpen en casa gracias a mi hermano mayor y se llenan las habitaciones con los ecos de “La consagración de la primavera”. Canción folk, canción protesta, cantautores… los Beatles, Miguel Ríos,  cada hermano aporta sus gustos musicales. Pachanga con el dúo dinámico y tardes de guateques. Canta Joan Báez “El preso número nueve”, Quilapayún nos pide que “Unamos todas las manos” y rompamos todas las murallas, Raimon nos acerca “La cara al vent”.
Eso sí se puede.
 
Primer trabajo, primera casa propia, primera escuela. Compromiso político, pedagógico. Libros y más libros de amigos o de bibliotecas. “Muerto el perro se acabó la rabia”, brindamos por los tiempos que vienen, lloramos por los que no están. Irrumpen las voces del pueblo, ¡A la calle! ¡A la calle!, “¡El pueblo unido jamás será vencido”, “Libertad, ¿por qué sin ira?”…Trabajo, reuniones y más reuniones. ¿Esto es la democracia? Formar parte de la Asociación de vecinos del Zaidín, las fiestas. Luchar para recuperar los derechos que se perdieron. Queda tanto por hacer. Optimismo y alegría, mucha alegría, “Perquè el temps està canviant”.
¡ESO SÍ!