viernes, 7 de marzo de 2025

Norias volanderas

 

Tarjeta postal de Xiu Xiu


Este es de los regalos que me hacen las amigas y hermanas que saben que me gustan están estas preciosas tarjetas postales que cuando las abres muestran una sorpresa en su interior.
Esta me la han  traído de Barcelona, ya que no es otro objeto que la Noria gigante del Tibidabo.

En su presentación al sacarla del sobre no parece nada especial, pero al desplegarla aparece con toda su magia.

La noria desplegada


Parece que de un momento al otro se va a poner a girar. 
Algunos detalles nos revelan el cuidado y cariño que se han puesto en el troquelado, como esas cabinas de alegres colores que al menor soplo se agitan contentas en el aire.

                             Se puede ver el entramado que sujeta la noria 

                 y los detalles de cada cabina, con sus  tres ventanitas. 

Abres la tarjeta y comienza la magia. 
La noria espera que lleguen las primeras familias y las pandillas de jóvenes, se suban, se asomen a las ventanas y desde sus privilegiados miradores se maravillen de la belleza de Barcelona observada a vuelo de pájaro desde las alturas.
La música comienza.                                   
 

Para quien quiera conocer más cosas sobre esta casa de edición puede encontrar información en: 

xiuxiucards.com - @xiuxiucards





 

sábado, 1 de marzo de 2025

Más y más cuentos

 De nuevo volvimos Vicky y yo a contar cuentos. esta vez fue a la clase donde ella lleva colaborando desde hace un tiempo, se trata de un aula especifica del colegio Ave María San Cristobal.

Como hacemos siempre llevamos un programa previsto abierto a las modificaciones que se puedan producir y en este caso como la participación fue tan grande y variada quedamos muy satisfechas de los resultados al ver como desde el primer minuto los chicos y las chicas se lanzaron a contar cuentos a la clase.


Vicky en acción con el cuento La casa que Pedro ha construido

Elegimos esta retahíla por lo sencilla que es y porque la clase entera ayuda a seguir con la historia. Forma parte de los cuentos interminables y hay una gran variedad en la tradición oral de nuestro país, cualquiera de ellos se prestan a repetirlo una y mil veces para deleite de las criaturas.

Laura encantada de colaborar con Vicky con el cuento del chupete de Gina.



Otro momento del cuento.

De los cuentos sobre la mesa, elegimos esta vez el famoso cuento de El gato con botas, conocido por la clase y  rápidamente nos ayudaron a contarlo.
Para Quique estos son sus preferidos, sujeta cada tarjeta y eso le permite estar atento al desarrollo de la historia.


Erik y el cuento

Desi de forma espontanea nos maravilló con un cuento espontáneo de su invención usando los materiales del Cuento de la casa de Pedro. 

Estos materiales tan versátiles permiten crear mil y una historias.

La cuerda Mágica, La niña traviesa y la magia de Clipito y Clipita sorprendieron y entusiasmaron a nuestro joven público.  
Para terminar un cuento clásico Los tres cerditos, esta vez acompañados por los materiales realizados con papiroflexia y la ayuda de nuestros oyentes.
Pedro, otro alumno, nos sorprendió al aprender durante la misma sesión a realizar barcos de papel y contarnos el cuento de la Camiseta del capitán.

Un éxito de mañana para todos los participantes. Como siempre nos enriquecemos mutuamente con cada una de estas experiencias.  
 
 


viernes, 28 de febrero de 2025

Insistente insomnio

 ( El Verdugo 2)

 El parpadeo azul, de la luz de emergencia, le sacó del sopor producido por el comprimido que, a altas horas de la noche, había tenido que tomarse ante el insistente insomnio que le aquejaba.

Se alzó rápido del lecho, atento, expectante, preparado ante cualquier contingencia. El silencio roto  por la alarma luminosa le condujo a los movimientos precisos que correspondían a una situación extrema.

La temida lluvia de meteoritos había llegado.

Se percató de su desapego y de la poca atención prestada a las noticias de los últimos días. Como un autómata se aproximó al primer armario que, como correspondía e esta anómala situación, permanecía abierto.

Extrajo primero una luz frontal que le facilitó el desplazamiento por la estancia escasamente iluminada, después procedió a registrar el arcón de emergencia, situado en el primer estante del mueble. Conocía perfectamente su contenido sin necesidad de verlo, gracias a los ejercicios cien veces repetidos de salvamento, que establecían los protocolos gubernamentales que permitían a la población enfrentarse a la situación actual.

De la caja de alimentos desecados e liofilizados extrajo una de las burbujas hidratantes, comestibles, del tamaño de una pelota de tenis. Era justo lo que necesitaba para paliar la  sequedad  producida por un conato de pánico.

Una tormenta de meteoritos no era algo habitual, se daba una vez cada cuatro lustros y solía tener consecuencias devastadoras.

De manera mecánica, fue extrayendo la ropa del armario. Descartó el uniforme de trabajo que lo señalaría, peligrosamente, ante una población alterada. Era preferible y además recomendable pasar desapercibido. Adoptó, por tanto, el traje habitual de la mayor parte de la población de Urno y en breve terminó de vestirse.

Dos comprimidos vitamínicos y otra capsula de humedad le dejaron listo, en la medida de lo posible, para enfrentarse con la tarea del día.

No quiso indagar más allá de lo que le esperaba. El acto de la doce en el Gran Ronpoint podía ser cancelado, pero no le eximía  tener que presentarse en el lugar, por encima de todas las tormentas que hubiera sobre el planeta.

Apoyó la mano derecha en la puerta permitiendo que el mecanismo previsto para las situaciones de emergencia la abriera. Cuando había que proceder con el menor gasto energético, los pertenecientes a su casta sabían muy bien cómo hacerlo.

En el descansillo de la escalera se enfrentó con el desconcierto inhabitual, de tener que usar las escaleras mecánicas. Era impensable coger el ascensor. Realizó la subida al nivel menos cuatro del edificio cruzándose con algunos vecinos cuya palidez extrema indicaba su preocupación ante la situación.  

Se movió con soltura desplazándose con rapidez. Aunque había calculado que el trayecto, a la Gran Plaza, sería más largo que de costumbre, estaba seguro que había salido con el tiempo adecuado. Antes de abandonar su habitación se había procurado un móvil  y un diminuto auricular que colocó en su oído  izquierdo, aparato encargado de transmitirle  las órdenes pertinentes sobre su tarea.

Normalmente los Ejecutores como él, no conocían su trabajo hasta escasa horas, y a veces minutos, antes de realizarlo. Sólo se fijaba el momento y por lo general, era un holograma en el bólido espacial quien le  informaba del nombre de la persona y los delitos por los que había sido condenado.

Se apresuró a coger una línea de metro. En el arcén, entre los escasos pasajeros presentes, destacaba la presencia de los uniformes verdes oliva de los miembros de las  Fuerzas de Seguridad del Polisenado.

La rotura del campo electromagnético, provocado por la tormenta de meteoritos, hacía imposible que los vehículos oficiales despegasen de las bases y se demandaba a la población que trabajara desde casa o recurriera a los transportes públicos.

Acarició su vestimenta naranja que le uniformaba frente a la masa. La habitual para aquel día, el uniforme color mostaza, llamaría demasiado la atención y le hubiera puesto en una situación comprometida por parte de algún fanático contrario a la pena de muerte.

En la parada de Maizka Lominosa «primera lideresa de la revolución terrícola» su móvil le transmitió el nombre de la persona a la que tenía que ajusticiar.

Fue el único momento, de su vida, en el que se alegró de poder confundirse con la masa. No sólo la ropa le concedía el anonimato, si no que era consciente de que las cámaras, colocadas en miles de puntos invisibles de la estación, no estaban operativas.

Su corazón empezó a latir con un clamor insoportable. Sus manos se humedecieron. Su piel empezó a tornarse pálida.  Se sujetó con tanta fuerza al asiento que casi le dolieron los nudillos.

Durante las cuatro paradas siguientes  intentó relajar su respiración y calmar su angustia. El auricular continuó informando de los cargos por los qué  había sido condenada. ¿Cómo era posible?, ¿ella?  Por un momento tuvo su imagen delante, sus ratos de charla. ¿Ella? Compañera de trabajo, de formación en la Alta Academia. Habían compartido momentos de confidencias, entrenamientos, se sabían los mejores en su ramo, se desafiaban jugando a paralizar sus  emociones, en acallar los estados emotivos de sus pieles, en aclarar sus pensamientos, en someter sus dudas. Habían reído. Incluso atrevidamente se habían acariciado.

El veredicto, traición al estado y ocultación de pruebas.

Entendió perfectamente lo qué esto implicaba. Era consciente de que una autocracia acaba por eliminar a todos aquellos que cuestionen su autoridad, aunque sea por un comportamiento inapropiado, en solitario, al escapar de la cotidianidad establecida por  la Norma.

Tuvo claro que él sería el siguiente.

Se estaban divirtiendo por haberle destinado esta tarea.

El túnel, por el que estaban pasando, era largo y oscuro, aunque alguna luz centelleante entre sus muros indicaba la presencia de habitantes del inframundo. Conocía  su existencia, los poderes fácticos necesitan la presencia de una casta sometida,  carne de cañón a la que echar mano, para los trabajos más esclavos y con la que experimentar en esta era de debacle. 

En un primer momento desechó la idea por absurda, aun siendo consciente de que su vida había dejado de ser importante.

Aquellas imágenes miserables se le aferraron a la mente como una obsesión. Aunque nadie librara a Mara de una muerte segura, podía evitar la inmediatez de la suya.

Tal vez era preferible vivir libre a seguir sometido.

En la siguiente parada, haciendo una finta, simulando que perdía el equilibrio, dejó caer su móvil en la bolsa de una señora que casi atropella con su gesto. El auricular como por descuido se estrelló contra las vías del metro y amparándose en la marea que salía de los vagones, la confusión y el despiste de los guardias aceitunados se perdió, con premura,  por el interior de  los túneles...

 

 

lunes, 24 de febrero de 2025

Todo está controlado

 (El verdugo 1)

No necesitó timbre. Su mente le mandó al cerebro las señales pertinentes para que supiera que era el momento de alzarse de la cama. Hoy era el día. Se mesó su pelada cabeza y en un gesto innecesario, pero mil veces repetido, levantó el brazo y al instante la sala se inundó de luz. Se aproximó a uno de los paneles del cubículo y los muros opacos se transparentaron dejándole ver un amanecer indescriptible. El sol inundó hasta el último rincón de la estancia.
 Sus pensamientos se organizaron con rapidez mientras se  desplazaba a un rincón del cuarto, donde una puerta armario se abrió de forma automática mostrándole el impecable uniforme que, hoy, debía colocarse. Todo estaba medido y controlado. El gran Ordenador Central se ocupaba de esas menudencias cotidianas que antes costaran tantos esfuerzos.


En la encimera de aluminio, que ocupaba una de las paredes de la sala, un vaso de cristal de bohemia le esperaba con un batido verde pistacho, repleto de proteínas, vitaminas y sales minerales. Como tenía por costumbre se lo llevó a los labios y sin aprensión tragó un sorbo, el líquido anodino, de forma inesperada, le trajo a las papilas el aroma del café recién molido. Se quedó paralizado ante tal pensamiento y, por un momento, algo parecido al miedo le  correteó por las venas.

En la pared que reflejaba su figura se contempló tal como era: alto, fuerte, un metro noventa de estatura, cabeza esférica libre de cabello, incluso carecía de pestañas, sus pabellones auditivos, atrofiados, eran apenas unos apéndices decorativos. Lo inútil había sido suprimido en la propia evolución de la especie.
Casta Diva, de «Norma», una de sus arias preferidas, flotó en el ambiente, le bastaba desear una cosa para obtenerla.
En el ascensor acristalado que le llevó al exterior, terminó de ajustarse el cuello del ropaje especial que definía su trabajo. En la puerta del enorme edificio uno de los bólidos oficiales sin conductor, le esperaba. Sus puertas se abrieron al aproximarse.
 Nada más ocupar su asiento, el vehiculó con un suave ronroneo se puso en marcha hacia  su destino. Mientras el coche se desplazaba entre un enjambre de trasportes diversos y edificios acristalados, el holograma oficial le presentó el caso del día.

Cansado de la burocracia a la que se habían visto sometidos últimamente los profesionales de su ramo, miró sin ver la imagen que se le presentaba.

Su carrera había sido meteórica, aunque había tenido que demostrar, siguiendo una serie de rigorosísimos exámenes que estaba preparado para ello. Al contrario de la mayoría de los habitantes de la casta superior de Urno, «planeta perteneciente a la galaxia de Aztia» él formaba parte de los que no manifestaban nunca sus sentimientos. Los demás mortales, si eso se les podía llamar, no poseían esa propiedad y palidecían en momentos de angustia, se ruborizaban ante situaciones delicadas, su piel se tornaba violeta ante la ira o el descontrol y mostraban un verde aceitunado ante la satisfacción. Él, cómo los gobernantes del «Polisenado» controlaba de tal manera su mente que podía realizar su tarea sin la más mínima alteración de su epidermis.
Extrañamente aquella mañana no era verdad, ya que cuando por fin se fijó en la imagen que tenía delante, empezó a sentir como las puntas de sus dedos, sin uñas, se estaban comenzando a blanquear. Sabía que el interior del vehículo estaba acondicionado para conocer en cada momento sus reacciones y analizar el más mínimo gesto: sensores que medían su temperatura corporal, cámaras que controlaban sus facciones, pulsímetros atentos a la modificación de su ritmo cardiaco, a su tensión, a los cambios de humedad.
Consciente de lo que estaba viviendo, con el hábito de tantos años aprendido, pudo corregir su propio pulso y se enfrentó con el informe. Hoy a las 12 horas en la Gran Plaza  Ronpoint debía llevar a cabo la ejecución más difícil de su carrera.  Su compañera de trabajo con la que había tenido tantas horas de discusión y consuelo caería bajo su mano.

Bajó contrito la cabeza, no se planteó negarse, era consciente de que su propia sentencia de muerte estaba ya firmada.

  

lunes, 17 de febrero de 2025

23 octubre 1980

Ortuella (Vizcaya) España.

23 de Octubre 1980.

 

10 horas de la mañana.

En las aulas voces de niños, juegos de mesa desparramados, lápices y plastilina de colores, murales de láminas plastificadas; tablas matemáticas del 1 al 9, enormes mapas físicos de ríos y montañas. Fotos del rey. Negras pizarras.

11 horas de la mañana.

Viento suave, limpio cielo de nubes. Risas livianas. Ecos repetitivos de canciones infantiles. Caminatas traviesas por los pasillos. Baberos desmayados sobre las perchas. Balancín estático en el patio. Pelota solitaria en el arenero. Relativo silencio.

VIDA    

 12 de la mañana.

Explosión de gas, terrible accidente, confusión, tremendo destrozo. Vocerío, gritos… avisos: ¡al colegio! ¡El colegio! Gente en movimiento. Carreras sin sentido y el caos, enorme caos. Mesas sobre mesas, paredes y cristales rotos, escombros, polvo gris, espeso y amenazante.

13 horas de la mañana.

Sirenas alborotadoras, policía, bomberos, lugareños desesperados y expectantes. Más gritos. Aullidos, llantos de niños. Miedo, mucho terror ante la posible escena. Preguntas sin respuesta, respuestas sin preguntas: ¿Mi hijo? ¿Mi nieta? ¿Tu sobrino?

MUERTE

 50 niños y 3 adultos, víctimas de aquel terrible suceso. Pequeños de solo cinco o seis años de edad. El pueblo entero en lágrimas. Demasiado dolor, demasiado.

En su cementerio criaturas durmientes para siempre, ¡qué tristeza!, para siempre. 

Después de 24 años, Ortuella en permanente luto diario.

 

domingo, 16 de febrero de 2025

LA PAZ, UN LUGAR DE ENCUENTRO

Son las 10 de la mañana de un año que comienza. Un año redondo, completo, que ya se anuncia esquinado. No habrá libretas, agenda, ni folios en blanco para anotar los propósitos habituales en estas fechas, no habrá una sola línea… nada, mientras no corrijamos los errores del pasado.

Aquí, desde esta habitación, mientras comienza a entrar el sol de invierno los convoco, a los tres, a los tres grandes, los tres Pablos. Viajeros incansables, artistas, habitantes de diferentes rincones del planeta. No llegaron, si acaso, a conocerse y si lo hicieron es lo mismo, no es eso lo que nos ocupa, o al menos lo que me ocupa hoy,  aquí, en mi sala de trabajo.

No habrá concierto de año nuevo, no lo quiero. No quiero valses vieneses ni señoritas edulcoradas en sus trajes de fiesta, me quedo  con los acordes del Himno para la paz de Pau Casal, compositor reconocido por su activismo en la defensa de la paz, la democracia, la libertad y los derechos humanos. Con los acordes de su música los sigo convocando, a cada uno en su lugar del mundo, cada uno el primero en lo suyo, artes tan distintas, tan diversas y sin embargo, unidos los tres por el mismo deseo… 

Mientras, admiro la pintura que el Pablo, el otro Pablo, el chicuelo malagueño que pintarrajeaba guijarros a la orilla de un mar que no era el suyo, llenaba de carboncillo cualquier muro encalado para acabar, un día, creando esa increíble litografía conocida como la  Paloma de la Paz… No fue la única paloma, hubo muchas palomas, 20, 30… ¿quizás más? Dibujos, grabados, pinturas, a veces cuatro trazos livianos en un simple papel, tras una búsqueda perenne. Así se  declaraba pacifista, con este símbolo que sería ya para siempre el nuestro. La paloma; una llamada a la Paz, el Guernica; un grito desgarrador del después, para mostrar los  desastres de una guerra. Recordar para no repetir.

Pájaros… Pintó suficientes pájaros para llenar cien cielos, cómo si no hubiera suficientes aves en el planeta para que no llegara su mensaje:

"La pintura no fue inventada para decorar las casas. Es un arma de guerra para defenderse del enemigo", decía.

 

Y volando, en mi mente nueva de año nuevo, que parece viejo ya de tan masacrado, atravieso continentes para llegar a Chile… donde otro Pablo, ¡Pablo querido!, que acompañó mis dudas y llantos adolescentes, fiel amigo a la puerta de una mano, tardes de amor,  melancolía, risas ante cebollas odalificadas, recurso perenne de belleza, ¿qué decirle?  Yo también puedo llorar los versos más tristes esta noche y los seguiré llorando mientras acompaño, en la calle, las luchas cotidianas que reclaman la Paz.

Poeta grande, pacifista, concienciado.

Con los ecos del chelo de Casal,  dejándome acariciar por el vuelo ligero de la paloma picassiana, releo una y mil veces el hermoso poema de Neruda: 

 Oda para la Paz

Paz para los crepúsculos que vienen,
paz para el puente, paz para el vino,
paz para las letras que me buscan
y que en mi sangre suben enredando
el viejo canto con tierra y amores,
paz para la ciudad en la mañana
cuando despierta el pan, paz para el río
Mississippi, río de las raíces:
paz para la camisa de mi hermano,
paz en el libro como un sello de aire,
paz para el gran koljós de Kíev,
paz para las cenizas de estos muertos
y de estos otros muertos, paz para el hierro
negro de Brooklyn, paz para el cartero
de casa en casa como el día,
paz para el coreógrafo que grita
con un embudo a las enredaderas,
paz para mi mano derecha,
que sólo quiere escribir Rosario:
paz para el boliviano secreto
como una piedra de estaño, paz
para que tú te cases, paz para todos
los aserraderos de Bío Bío,
paz para el corazón desgarrado
de España guerrillera:
paz para el pequeño Museo de Wyoming
en donde lo más dulce
es una almohada con un corazón bordado,
paz para el panadero y sus amores
y paz para la harina: paz
para todo el trigo que debe nacer,
para todo el amor que buscará follaje,
paz para todos los que viven: paz
para todas las tierras y las aguas…
 

Oda a mis amigos defensores de la Paz, guerreros contra el odio y la barbarie. A su manera cada uno, con su arma personal: su chelo, su pincel o su pluma.

Los tres se fueron el mismo año… Nonagenarios los dos Paus, el otro Pablo, herido de muerte por el golpe de estado chileno, decidió tal vez, abandonarnos antes de tiempo. Es posible que los otros Pablos le estuvieran llamando desde donde quiera que acaben los grandes maestros, para hacer juntos aun algo más para terminar con estas malditas guerras y quienes las consienten.

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miércoles, 12 de febrero de 2025

El ángel del trapecio

 

—Aprendiste a hacer acrobacias antes que a caminar— le decía Tomaso cada vez que ella desfallecía ante la dureza de los ensayos. Y juntos repetían como en una cantinela—. Volatines a los cuatro, piruetas a los cinco, volteretas a los seis…— y acababan en una carcajada cómplice en un juego que, de frecuente, resultaba archisabido.

Ioana era morena y delgada, de cuerpo ágil y miembros delgaduchos, capaces de los más complicados saltos desde su más tierna edad. Nieta e hija de trapecistas, romaní, de generaciones circenses que hacían de su vida un largo trazado por el mundo.

De su abuelo Tomaso, aprendió la concentración y la fuerza, de Katia su abuela, descubrió la magia de la lectura, y de uno y de otro fraguó lo que serían sus dos mayores pasiones en los primeros años de su vida.

La chiquilla resultaba atrevida y audaz en el trapecio, siempre queriendo llegar más lejos, hacer el ejercicio más difícil, para entusiasmo de sus mayores y angustia de sus hermanos con los que compartía número, y no veían con buenos ojos que la pequeñaja pusiera en peligro el éxito del espectáculo. Por el contrario, en su vida diaria, Ioana se mostraba tímida y reservada, buscaba la soledad antes que tratarse con otros niños del circo y aprovechaba cualquier descuido para escapar de sus obligaciones domésticas y correr a esconderse en las páginas de un libro.

A los siete años debutó por primera vez en las alturas. Katia le cosió, para la ocasión, un precioso maillot blanco con lentejuelas plateadas, una ligera faldita de tul completaba el atuendo. Bajo la atenta supervisión de sus dos compañeros realizó una actuación tan brillante que el público de pie, la aclamó con lágrimas en los ojos. La vieron tan menuda, tan frágil, tan ligera. Literalmente voló de un columpio a otro, de un trapecio al siguiente, finalizando el número con una doble pirueta, para ser impecablemente recogida por los brazos de Francesco, el hermano mayor. El éxito fue tan grande que desde ese día la denominaron como «Ioana, El Ángel del Trapecio» y así constaría, desde ese momento, en la cartelera del espectáculo.

Aunque le gustaba la vida del circo, echaba mucho de menos a su madre, sin entender muy bien porqué desapareció un día de sus vidas, dejando a su padre transformado en una persona rencorosa y amargada que no soportaba verla leyendo, convencido de que los libros acabarían por llenarle la cabeza de ideas extrañas y terminaría también dejándolos.

A la chiquilla, lo que más le asombraba era el desconocimiento de las ciudades por las que pasaban. Nunca había ocasión para visitarlas, primero porque era demasiado pequeña y más tarde, al comenzar su adolescencia, porque los hombres de su familia la protegían como leones, impidiéndole salir del perímetro del circo. Ioana satisfacía su curiosidad con la lectura, preguntaba a Tomaso, apuntaba en un cuaderno especial, e iba atesorando imágenes de bellos lugares y paisajes que a pesar de no haber visto nunca, sabía que escondían los más increíbles tesoros; Timisoara, Brasov, Cluj-Napoca, Iasi... Más tarde conforme fueron traspasando fronteras se extasiaba ante los sonoros nombres de lugares, soñaba que un día conseguiría perderse por sus avenidas y acabaría comprendiendo nuevas lenguas que al oído le resultaban tan extrañas y melodiosas.

Fue en Debrecen donde Ioana descubrió la que sería su tercera pasión. En las afueras de esta bella ciudad húngara, el Circo Josue, su circo, se asentó vecino a la feria. Esa tarde de primavera, la muchacha atraída por la música desconocida de un carrillón, vio por primera vez al joven Martín, de origen rumano como ella, quien con sus diecisiete años, sus cabellos rubios, sus ojos verdes y su alegre sonrisa, se ocupaba de un precioso tiovivo. Mientras la chica miraba embobada los carricoches, Martín la miraba a ella. Con un gesto la invitó a que subiera, y allí descubrió un precioso alazán con una estrella en la frente y crines de color casi blanco.  Antes de que el chico se acercara a ayudarla ya estaba la niña encaramada al caballo, lo acarició con una enorme sonrisa y emocionada se dijo en voz alta:

—Te llamarás Trapecio y serás siempre mi favorito.

En el primer viaje permaneció tranquila, absorta al sonido de la música, al suave balanceo del columpio, al bisbiseo de la multitud, al calidoscopio de cristales que reflejaban las luces y el gentío. En el segundo se levantó, para asombro de la chiquillería, y de pie sobre el caballo, comenzó a hacer las más increíbles piruetas.  Se sentía la criatura más feliz de la tierra. Martín la miraba entre entusiasmado y precavido, aquella muchachita, de apenas catorce años, de figura liviana y ropajes extraños, poseía una gracia inigualable. Las familias, que esperaban a sus niños, aplaudieron al verla, hasta la aparición de Francesco que la sacó de allí de malas maneras.

Ioana soñaba por las noches con sus dos trapecios. Volar en el aire era una cosa inigualable, pero su caballito le traía el aliciente de escapar algún día de ese circo que empezaba a aprisionarla, de esas faldas largas y angustiosas que le obligaban a usar y de la vigilancia a la que le sometían sus mayores ante cualquier atisbo de libertad. Ansiaba correr por otros campos, otras praderas, chapurrear otras lenguas, conocer otra gente, reír en otras miradas.

Desde aquel día se hicieron costumbre sus escapadas casi cotidianas al tiovivo. A veces Martín lo ponía en marcha sin música y sin luces y amparados en la oscuridad de la noche, cabalgaban uno al lado del otro y se contaban sus sueños. Otros días, los menos, volvía a hacer piruetas y saltaba de un caballo a otro entusiasmando a un público que esperaba aburrido, mientras sus hijos giraban en ese absurdo juego de la vida.

A pesar del trasiego del circo, del deambular de un lugar al otro, Ioana y Martín no perdieron el contacto. Se escribían cartas que, a veces se escondían en los entresijos de los caminos. Cada misiva iba acompañada por una foto de Trapecio en una ciudad diferente que se iba añadiendo al diario que la chica comenzó a escribir el día que conoció a su caballito. El muchacho, con su mala letra, le hacía un resumen de cómo iba todo, sus aventuras y desventuras, el paso difícil por algunas fronteras, su desesperación ante los malos tiempos y su preocupación ante el deterioro continuo de su precioso carrusel. Nunca olvidaban acabar las cartas con un mensaje de esperanza: «Ya mismo nos encontramos en un nuevo destino».

Ioana cumplió 16 años. Era una esbelta y bella muchacha que para desconsuelo de los hombres de su familia se había cortado su larga cabellera en un arrebato de rebeldía, dejándose una melenita corta y rizada que le confería un aire de niño travieso. Su abuela desde la cama, enferma, la miraba con dulzura. Cómo no comprender lo que es el encierro de un circo y de una vida prisionera.

Tomaso la miraba a los ojos mientras la preparaba para el espectáculo. ¡La conoce tan bien! La sabe distraída en los últimos tiempos. Le espolvorea las manos endurecidas por los ensayos y le repite la frase que ambos dicen siempre antes de salir a la arena: «¡Cuando se está en el trapecio, se está en el trapecio!». Ioana, sabe bien lo qué significa, cualquier distracción allí arriba puede significar la muerte o una lesión irreparable.

La muchacha se siente al límite de sus fuerzas, ha recibido carta de Martín comunicándole que va a dejar la vida de feriante y se alista en el ejército. No le dice quién cuidará de su caballito, ni con quién va a soñar para escapar un día del circo. No se siente con fuerzas para enfrentarse a su familia. Tomaso su único aliado, está tan mayor... Katia, seguramente no pasará del invierno. No quiere ocupar el lugar de su abuela.

Reza a su madre para que se acuerde de ella mientras va subiendo la escala que le conduce a las alturas. Una lágrima se le escapa. Lo tiene decidido «esta será su última actuación», a pesar de que le gusta volar en el trapecio, a pesar de que la vida en el circo es lo único que conoce. Mira a Francesco que le observa expectante sospechando que algo está ocultando y se concentra en la frase del abuelo.

«No hay más trapecio que éste, hoy, ahora», se dice. Y comienza a volar…

El público se levanta sobreexcitado. Grita tan fuerte que Ioana se asombra…

«¿Por qué no aplauden?»

Teresa Flores

domingo, 9 de febrero de 2025

MERVEILLES


 Cómo puedo saber quién me mira al otro lado del espejo si dudo estar en el lado correcto.

                        

 24 HEURES. Laussanne, 22 mayo 2023

 Paul Ricaner

 La eminente doctora Alice Merveilles, ofreció en la tarde de ayer, en el Salón de Actos del Centro Cultural Ville de Lausanne, una interesante conferencia sobre «Las vicisitudes del espejo y su relación en la pérdida del yo».

La señora Merveilles, pasa unos días en nuestro país con ocasión de su participación en el Tercer Congreso Internacional de Terapeutas de Familia, que con el lema “Construyamos una ciudad real desde la realidad”, reúne a un importante número de profesionales del sector.

Doctora en Psicología Aplicada a la Educación por la Universidad de Oxford, licenciada en Neuropsicopatología de los sueños por la Freud Universidad de Viena, Miembro Honorífico de la Universidad de Massachusetts por su apasionante estudio sobre El Sueño Soñado. Especial mención, por la Complutense de Barcelona, por sus trabajos de campo en «La Aniquilación de la Fantasía y  el Olvido Concedido», además de publicaciones de diversas índoles, siendo las más conocidas: “La terapia del sombrero”, “Normalización de una tarde de té”, “Gatoterapia para superar el insomnio” “Cómo curar la cuniculifobia en veinte sesiones”… entre otras, indican la categoría de nuestra ilustrísima conferenciante.

Apasionada de su trabajo, la doctora Merveilles, ofreció ante una sala abarrotada, un interesante parlamento que fue seguido con gran interés por el  público. Relató cómo sus vivencias infantiles marcaron su juventud y el comienzo de su adultez y determinaron, en gran medida, su necesidad de extender, por el mundo, la llamada a la Realidad Circundante. En palabras escuchadas durante la conferencia: «Llenar la cabeza del niño con fantasías, no hace sino difuminar su propia identidad y se corre el grave peligro de que acabe esperando que las tazas hablen o los gatos sonrían».

Apremió a los padres y a la sociedad, en general, a que las únicas narraciones que las criaturas deben escuchar estén basadas en hechos reales y que en ningún momento se deban tergiversar, endulzar o camuflar, por muy duras que resulten. «Sólo el relato de lo autentico, formará criaturas fuertes y capaces de enfrentarse con el mundo futuro», recalcó.

Es interesante señalar que la Doctora es fundadora de la Asociación de carácter internacional, que cuenta con varios millones de seguidores,  For a childhood base don reality (Por una infancia basada en la realidad),  que tiene su sede en Londres, lugar de residencia de la señora Merveilles.

En la puerta del Centro Cultural Ville de Lausanne se produjo un momento de confusión, debido a la presencia de activistas del Movement Fantasy is poetry (Movimiento la Fantasía es Poesía). La manifestación, de carácter pacífico, se complicó en el momento en que algunos exaltados empezaron a quemar libros de la conferenciante. La policía hubo de intervenir. Como resultado de las protestas fueron detenidas cuatro personas y cinco niños tuvieron que ser atendidos por crisis de ansiedad aguda.

Terminado  el acto tuvimos la oportunidad de entrevistarnos con Alice Merveilles. Una señora de mediana edad, cordial y amable dentro de su trato distante, que no aceptó prolegómenos y fue directa al grano. Reconoció sentirse  muy feliz al estar de nuevo en Suiza, donde pasó varios cursos estudiando en el famoso internado St. George’s International School, en Sant Gallen. «Fue para mí, nos indicó, un refugio auténtico de paz después de las vivencias ocurridas en Inglaterra durante mi infancia. Escapar de Londres me procuró alejarme de la fama producida por la publicación, por parte del señor Lewis Carroll de mis aventuras, pude por fin calmar mis angustias y temores gracias a la ayuda psicológica y terapéutica que recibí». Confiesa que temía mirarse al espejo por las mañanas, y empezar a encontrar objetos realizando cosas inhabituales.

 Respecto a sus proyectos para el porvenir, comentó que, en estos momentos, está realizando una pormenorizada purga de los cuentos clásicos tradicionales, de manera que no quede en ellos nada que no pueda ser posible. Tajantemente nos aclaró, «se acabó aquello de lobos que hablan, gallinas que plantan trigo, peces que dan doblones de oro o cochinitos que construyen casas. Historias sí, pero reales».

Sobre nuestra pregunta de qué papel jugaría entonces la fantasía, respondió, que la fantasía tiene cabida solo en los sueños. No se declara  froidiana, ni lacaniana y se muestra totalmente en contra de los gurús que pretenden analizar los sueños. Según sus estudios realizados con más de cinco mil criaturas, de tres a catorce años, en la clínica Mayo, durante los últimos cuatro años, la mente libera estas fantasías como  basuritas dentro del momento del sueño y, en algunos casos pesadillas, de la misma manera que al exhalar, en la respiración, nos libramos del dióxido de carbono, totalmente perjudicial para la salud.

Nos despedimos de la eminente científica agradeciéndole sus palabras y su  acogida, y la dejamos con su apretado calendario, ya que, terminada la estancia en nuestro país, tiene previstas una larga serie de conferencias en diversas ciudades de Europa.

 



Teresa Flores

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lunes, 3 de febrero de 2025

EL BLOG DE SARA

 


4 de noviembre 2021  

Hace mucho tiempo que no paso por aquí y la verdad es que lo que ha ocurrido hoy en el instituto no puedo dejar de contároslo.

El caso es que teníamos una actividad organizada por la profesora de francés, se trataba de la presentación del libro “La route à bout de bras”, la verdad es que no me gustan nada las presentaciones de libros, siempre suelen resultar tremendamente aburridas y eso que a mí me gusta mucho leer.

En la mesa, aparte de Marisa nuestra profe, estaba un muchacho africano con la piel muy negra, grueso, cabello rizado y ojos castaños. Ha habido un murmullo general de sorpresa cuando hemos entrado en la sala.

Marisa ha iniciado las correspondientes presentaciones y nos ha explicado que la charla se llevaría a cabo en francés, y para que todo el mundo entendiera se iba a ver un Powert Point con las explicaciones en castellano. El murmullo en ese momento ha pasado casi a ser un rugido y Marisa nos ha mirado con aire feroz, ese que se le pone cuando quiere echarnos de clase.

A mí, el francés me gusta mucho pero no estoy tan preparada como para seguir una charla, así que me despanzurré en la silla dispuesta a distraerme como fuera. Bueno, me estoy enrollando demasiado, voy a lo importante. Cuando el chico negro ha comenzado a hablar se le entendía perfectamente y esto ya me ha levantado el ánimo.

Ha empezado de una manera muy original pues nos ha dicho: perdonad que no me levante,-  luego le ha pedido a Marisa que retirará la mesa, entonces sí que ha sido una sorpresa increíble, Mamadou, que es como se llama el conferenciante, va en silla de ruedas. Todos nos hemos quedado alucinados, se han levantado cuchicheos de todo tipo y yo he pensado: negro, africano, emigrante y encima discapacitado, ¡madre mía!…Ya es tener mala suerte.

Él ha vuelto a repetir: seguro, perdonáis que no me levante- y ha sonreído, ha sonreído con una sonrisa enorme y nosotros hemos sonreído con él. Se ha hecho un silencio increíble. Y ha continuado: bueno esta es mi condición, os preguntareis qué hago aquí, vengo a contaros mi viaje, mi viaje como emigrante, huido de un país con hambre, con falta de libertades, donde se nos discrimina por pertenecer a unas determinadas etnias y mi minusvalía,   producida por la polio, también es un motivo más de aislamiento y abandono.  No, no es lo peor del mundo- añadió.

Sinceramente he admirado su capacidad de reacción. A mi lado mis compañeras, mis mejores amigas, empezaron a decir tonterías por lo bajini y las callé de forma tajante. La charla me estaba resultando además de impactante, tremendamente interesante. ¿Se puede tener una aventura en un viaje como el suyo y se puede aun seguir sonriendo?

Mamadou nos ha contado su viaje desde Conakry, capital de Guinea, y nos ha presentado su libro. Él, no lo ha escrito, es lo primero que nos dijo. El libro ha sido escrito por medio del  móvil. Me ha parecido increíble escribir un libro por medio de un móvil, ¡nunca se me hubiera ocurrido! Nos contó que conoció en un centro de acogida a su llegada a Francia, a Elizabeth una señora Suiza y con ella inició una correspondencia de audio.

Nos aclaró que aprendió a escribir en francés en la escuela coránica mientras pedía limosna por la calle siendo un niño, pero que aún  no tenía suficiente dominio de esta lengua.

 

Imaginé a Mamadou, en  un barrio de Conakry, pequeño, tullido, extendiendo la mano para pedir limosna, arrastrando  sus piernas inútiles y sentí mucho frío.

2 años pasaron desde que inició su viaje; 2 años de penalidades, conflictos, dificultades, situaciones de hambre, miedo, miseria, muerte, solidaridad a veces, y mucha tristeza.

Lo más curioso es que su condición de minusválido fue la que en muchos momentos le salvó la vida, no tuvo que trabajar en los campos de trabajo, no le pegaron como a otros, le subían el primero a los barcos. ¡Qué curioso! lo que en otras situaciones te mata a él le había salvado.

Nos confesó que la silla y  las muletas que había conseguido en su país tuvo que abandonarlas, sabía muy bien que con ellas hubiera sido imposible avanzar por el mar o por el desierto. Él simplemente se arrastraba.

Elizabeth y él escribieron juntos el libro. Bueno, dice que ha sido ella la que ha mantenido y ha sujetado la pluma, él ha sido la voz. Lo han hecho en forma de abecedario; por cada letra  un párrafo y en cada párrafo un fragmento de su historia, de su vida, de su infancia, de las miserias y las alegrías de su viaje.

Está actualmente en un Centro de Internamiento en Francia cerca de nuestra frontera, pero lo quieren mandar de nuevo a Italia.  Sigue en espera de que un día pueda moverse entre fronteras y circular libremente por Europa.

Nos confiesa, que sale del Centro dónde vive, con permisos especiales, para dar charlas en los institutos cercanos, para traernos el tema de la emigración, para que seamos más abiertos a otra gente y a otras condiciones de vida.

Dice que cada vez se siente un orador más capaz e importante, y volvió a reírse, y nosotros nos reímos con él.

Nos dijo que tal vez un día escriba un libro aún más largo y con más detalles y esta vez lo hará solo. Que cada día  anima a muchos de sus compañeros emigrantes que viven con él  a escribir, a contar las historias de sus vidas, para que se conozcan, para que no se pierdan, para que no mueran como tantos que un día iniciaron un viaje y nunca llegaron a ninguna parte.

La charla me ha parecido hasta corta. ¡Qué interesante, qué trágico, qué maravilla, qué sorpresa, qué dolor! de pronto el francés se me ha convertido en una lengua viva, tan viva, que estoy dispuesta a empaparme todas las lecturas que Marisa mande y por supuesto comprarme este libro y leerlo una y otra vez.

También ha recalcado que, cuando escribe a su país o habla por teléfono con algún familiar de los pocos que le quedan, los desanima en su idea de viajar y abandonar lo conocido, les explica que en otros países no van a tener una vida mejor. A él le llenaron la cabeza de que en Europa le operarían, caminaría y tendría un trabajo, no es así como él lo ha vivido.

Dice que el día que se sintió más feliz, después de meses, fue cuando entre todos los voluntarios de un centro de acogida le hicieron el regalo de una silla con motor, de pronto sintió que podía moverse con más  libertad, salió corriendo por la puerta y casi se estrella por la calle. Qué gritaba y gritaba y reía muy fuerte para que nadie se diera cuenta de que estaba llorando. Está tan acostumbrado a ver el mundo desde su sillón y a moverse con la fuerza de sus brazos.

También hablaba emocionado de aquellas muestras de solidaridad y de amistad que ha recogido a lo largo del camino; de todas esas manos que le apoyaron, le ayudaron con los papeles, le acogieron en su casa, le llevaron ropa y en definitiva fueron la compensación por otras miradas y otros desprecios que recibió ante su condición de emigrante y discapacitado.

Cómo se nos acababa la hora apenas hemos tenido tiempo de preguntar nada. Ha terminado contándonos que su solicitud como refugiado está en medio de una maraña de papeles. Lo más terrible, dice, es que incluso cuando lo obtenga no podrá tener un  trabajo fijo.

Cuando he salido de la charla he pensado en todas las tonterías que tenemos en la cabeza y en todas esas cosas que nos parecen problemas y en realidad son estupideces, como diría mi padre.

No quiero alargarme más que vais a acabar aburridos. Deciros que mi profe Marisa ha leído este texto y me ha propuesto para que lo publiquen en la web del instituto,  os dejo el enlace https://agora.xtec.cat/iespereborrellpuigcerda.

¡Eso sí!, me ha dicho que tengo que pulirlo y sobre todo corregir los términos políticamente incorrectos.

 

¡Qué sociedad más hipócrita que nos pide que miremos con lupa las palabras y luego abandonemos a la gente en las fronteras en las condiciones en las que vienen!

 

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Datos extraídos del libro “La route à bout de bras” Mamadou Sow, palabras recogidas por Elisabeth Zurbriggen. Julio 2020. 

Teresa Flores

 

domingo, 2 de febrero de 2025

ABREN LAS CIZALLAS SUS DENTADURAS

 


Se enamoró de mí nada más verme. Me lo contó después una y otra vez, que si fue mi color naranja, que si mi chasis, que si mis ruedas, que si la potencia del motor, que si lo bien que tiraba por la montaña… Un no parar de halagos. Me puso de nombre “Naranjito”, ¡claro! se le ocurrió comprarme cuando el Mundial del 82.

No me dijo la que le armó la parienta por la compra, que si no había dinero, que si estaba loco, que si ahora que iban a tener un crío. No hacía falta, desde la acera del bloque donde vivían, en la Chana, escuchaba los gritos. No era difícil, un primer piso en verano y con todas  las ventanas abiertas, debieron de enterarse hasta en Puerta Real.

Después de la bronca sin más, nos fuimos solos al pantano, me rascaba las marchas con rabia y me zarandeó por los estrechos caminos de la estación de Calicasas. Refunfuñaba y gritaba como un poseso, ahí fue cuando empezó a hablarme: “que no se entera, que contigo estoy en el trabajo en un volao, que los domingos nos venimos al Cubillas a tomar el aire con la tortilla y el pollo empanao”. De repente se le cambió de humor y exclamó jubiloso: “Has visto la cara que se le ha puesto al cuñao…”  Y soltó tal alarido de risa que al coger un bache, de improviso,  casi volamos.

Maricarmen, la parienta, se fue calmando y él, fue poco a poco haciendo conmigo un tándem inquebrantable.

Cómo me cuidaba, la de horas que dedicaba a limpiarme con esmero deteniéndose en cada uno de mis entresijos, pasándome un trapito húmedo primero y una gamuza después hasta que quedaba brillante brillante. En esta operación se iba calmando mientras mascullaba y me hablaba del hijo puta del jefe que le había hecho una trastada y, de lo cara que estaba la gasolina y, que si la última letra se le estaba atragantando y, que vaya noche le había dado el bebito… así, hasta que me fui haciendo imprescindible en su vida.

Pasaban los días, y los meses, me presentaba  con orgullo ante los colegas de su trabajo: “Mi Naranjito” decía,   y chuleándose añadía: “Coge los cien en quince segundos, gasta poquísimo, hasta a Maricarmen le está empezando a gustar esto de pasearnos por la Alfaguara o el Parque de invierno”.

Qué tiempos, siempre atento a mi  menor muestra de flaqueza. Cuántas aventuras pasamos juntos, cuántas risas, cuántas canciones entonaba con su ronca voz mientras yo le acompañaba con el rugido del motor. Cuántas rutas, difíciles unas, maravillosas otras, durmiendo, a veces bajo las estrellas cuando se nos había echado la noche encima. Con aquellos monólogos  que se marcaba, hablando de su infancia, de su madre muerta, de ese padre ausente…

Si se ponía melancólico me  acariciaba con suavidad el salpicadero, si se enfurecía se aferraba con tanta fuerza al volante que a veces, hasta a los dos, nos dolía.

Pasaron los años, se acabaron las letras, vinieron dos críos más que saltaban sobre mis asientos y me dejaban la tapicería llena de churretes y desgarrones. Ya no miraba tanto por mí.

Empecé a renquear y entonces vinieron las revisiones, los expertos, el peregrinaje de un lugar a otro y su rabia. Esa rabia que me llegaba cargada de ira y de desprecio. A veces hasta se liaba a patadas con mis llantas.

No sé cuando dejé de serle importante. Se fijaba en otros coches, en otras marcas, comenzó a preguntar precios, a hacer cuentas, a discutir de nuevo con Maricarmen. Notaba con pesar  su ausencia durmiendo semana tras semana, solitario, en el garaje. Cuánto abandono. Qué pronto me dejó tirado.

Lo peor, no lo sabía aun, estaba por llegar. Siempre imaginé que acabaría mi existencia en un desguace con mis compañeros de fatigas, hablando con unos y otros de nuestras andanzas, contándonos los kilómetros recorridos, las aventuras. Soñaba que me colocarían encima de un poste haciendo de anuncio del local, muy alto para que en mi vejez viera el mundo desde arriba.

Quiero pensar que no ha sido él quien lo ha elegido, que ha sido el azar o la mala suerte. Aquí estoy, boca abajo, mis lunas delanteras destrozadas, las puertas machacadas, inservibles, oigo mencionar a los que me rodean que trabajar con nuestros cadáveres maltrechos les prepara para salvar vidas. 

Los veo acercarse vestidos con extraños uniformes amarillos y naranjas, con el anonimato que le dan sus cascos, gafas y guantes de protección para evitar que nuestras esquirlas les destrocen. En sus manos rechinan potentes sierras y abren las cizallas sus dentaduras, la soldadora ruge a toda potencia. Pronto empezarán a cortar mi chapa naranja. La sirena de la alta torre suena, mientras olvido mi nombre y con él a mi dueño.

Teresa F

sábado, 1 de febrero de 2025

STAPELIA MALODORANT

                                            

Stapelia Malodorant era una persona muy particular. No se podía decir que fuera una profesora al uso, si es que ese término se puede utilizar para una docente, pero rara, rara, lo era. Sobre todo por su particular forma de vestir. Anómala rayando en lo chabacano, pues superponía, con bastante mal gusto, diversas prendas de unos colores tan chillones y anticuados que su presencia terminaba por resultar dolorosa.

Lo más grave de este personaje era que olía a perros muertos, vamos, que apestaba. Se cuchicheaba, por los pasillos del instituto, que el origen de su problema era que se pasaba con el pachulí, las hierbas medicinales o cataplasmas que tenía a bien usar para sus múltiples dolencias, que le gustaba demasiado el tinto de garrafón, que no lavaba nunca la ropa o bien que, sencillamente, mantenía su cuerpo demasiado alejado de cualquier tipo y variedad de jabón.

Ningún cargo directivo se había atrevido, en los dieciséis años que llevaba Malodorant en aquel instituto, a llamarle la atención. Tarea difícil que una no desea ni a su peor enemigo, porque si la libertad de cátedra en un centro escolar es incuestionable, lo de vestir o acicalarse de una u otra manera, no deja de ser una elección personal.

No era extraño pues que, cuando Stapelia entraba en la sala de profesores, a la hora del recreo, lugar que no solía frecuentar con asiduidad, se produjera una huida masiva del resto de los compañeros, bien hacia la cafetería o hacia los departamentos, en un intento de salvarse de los múltiples efluvios que provenían de la susodicha.

La situación se agravaba con la llegada del invierno: las aulas cerradas al fresquito reparador de la sierra de Granada, la calefacción funcionando desde antes que el centro abriera sus puertas y, esos ropajes tras ropajes con los que la profesora encaraba las bajas temperaturas de la temporada, hacían que sus olores personales llegaran a superar los 58 grados de la escala aromatil.

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Que esa clase, aquel día, no se portara correctamente, era algo que reconoció el claustro, el consejo escolar, y hasta la propia inspección, pero que la situación hacía mucho que se les había ido de la manos a todos los implicados, fue algo que no tuvieron más remedio que admitir.

El asunto ocurrió con el grupo de 4B, uno de las más bravos; 17 chicos y 13 chicas con las hormonas reventonas a tope, bullangueros, mal encaraos, bastante juerguistas algunos, movidos a rabiar otros… Insoportables en grado sumo. Para más inri entre todos juntaban, y hasta por repetido, todas las siglas de los habituales diagnósticos del alumnado de educación especial, que se puedan encontrar en un centro.

Era una mañana de diciembre, el 17 para ser más exactos, las vacaciones cercanas, un frío del carajo en el exterior y en el interior una temperatura agradable, incluso excesivamente caldeada.

La chavalería salía del gimnasio donde el   profesor de Educación física, les había metido una caña increíble y les había hecho sudar como locos. Cuando llegaron a clase, soltaron mochilas y se despojaron de chaquetas y jerséis; el aula se fue inundando de los olores de aquellos treinta cuerpecillos y cuerpazos que no habían pasado precisamente por las duchas. Nunca había tiempo para aquel menester.

Las risas, las juergas, los tropezones y la vitalidad desbordante, hicieron que no se percataran de que la persona que les esperaba a última hora de aquel viernes, fuera la única profesora que quedaba de guardia, la señora Malodorant.

Ella, por el contrario, no se despejó de sus ropajes, que no solo la protegían del frío y la ocultaban de los demás, sino que incluso ante el nulo recibimiento que experimentó por parte del alumnado, se arrebujó aun más entre tanta tela, si es que aquello era posible. 

En breves minutos el ambiente del aula se hizo irrespirable y hasta las ventanas empezaron a empañarse del vaporcillo reinante.

Doña Stapelia, invisible ante aquella muchedumbre pataleona y risueña, que obviaba con descaro su presencia, se quedó no solo sin habla, sino también alucinada y demudada.

La clase de 4B, estaba acostumbrada a tener a esa hora al bueno de don Francisco, que se contentaba con dejarles leer cada uno a su antojo, mientras se calmaban los ánimos y el griterío.

Cuando la profesora aclaró su garganta pretendiendo carraspear en un intento de llamar la atención a dicha jauría, su pituitaria comenzó a dilatarse ante aquella extraña confusión de olores. Cerró los ojos para identificar, y a la vez ahuyentar,  cada una de las ráfagas aromáticas que le llegaban de diferentes rincones del aula: calcetines sudados, ropa húmeda, axilas peludas, pies sucios, colonia barata, aftershave, Nenuco, champú de coco, desinfectante, ambientador, alcanfor, mentol, árnica…

De repente experimentó la tremenda sensación de que, por un instante, su cerebro empezaba a fragmentarse, ¿cómo era posible oler tanto en tan poco espacio y en tan poco tiempo?

Su tez se descompuso en breves segundos: de una lividez extrema, cercana al blanco mate, pasó a un morado peligroso, regresando de nuevo a la palidez más absoluta.

El alarido iracundo y desesperado que brotó de sus pulmones, consiguió por fin abrir su garganta y salir así del tremendo impasse que acababa de sufrir.

La clase, aterrorizada, guardó silencio y como un solo individuo empezó a sentarse. 

En ese momento fue cuando Stapelia empezó a hablar, aunque solo pudo emitir cuatro extrañas frases entrecortadas… ¡Qué peste huele! ¡Qué peste! ¡Qué pest…! ¡Qué pe…!

Cuando la delegada de clase envió a un compañero a pedir auxilio al equipo directivo y, se apresuró a abrir de par en par la ventana más próxima a la mesa de la profesora, Stapelia* Malodorant, lloraba a moco tendido. 

Con gran pesar fue consciente, por primera vez en mucho tiempo, de su propio olor a vieja, sucia, desaliñada, repulsiva, y sobre todo, su propio olor a vergüenza, tristeza y soledad.

 

*Stapelia: nombre de flor que emite un hedor a estiércol y a carne podrida.


Teresa Flores

martes, 21 de enero de 2025

LA TETERA DE ALICIA

 Me encantan cuando me regalan estas maravillas cuenteras que existen hoy en día en el mercado.

A simple vista es una tarjeta para enviársela a una amiga y compartir las maravillas que podemos encontrar por ahí.

Me la regaló Clara, mi hija, para mi cumpleaños y no paro de admirarla..

Presentación de la tarjeta

Cuando la saqué de su envoltorio original aparecieron miles de imágenes. El cuento entero de Alicia, del principio al final..

He realizado fotos, que aunque no son de muy buena calidad dan una idea del conjunto. Hice planos más cercanos para poder apreciar la cantidad de personajes que caben en esta maravillosas tetera. 
¿Viajará con ella Alicia más lejos aún del pais del conejo blanco?
Seguro que sí.

Todo el mundo a bordo

Atención, comienza la partida
 

Del otro lado



Importante la cesta para la  merienda.

La tarjeta tiene el tamaño de un bolígrafo y no hace falta recortar, pegar, ni encajar, solamente desplegar y colocarla sobre una superficie para que inicie su viaje al país de la fantasía.
                    
                
                   ¡Qué mejor conductor que el sombrero loco!