Desde pequeña, Paula había jugado con las manos y la mente: adivinaba las cartas que sus amigos habían pensado, hacía que la mecedora del salón se moviera, barruntaba la llegada de las tormentas, al abrir la ventana de su cuarto, con su fino olfato.
Pero su número estrella era
la concentración mental, que ya le sirvió una vez cuando no quiso comerse la
sopa: pensó tanto en la mosca que caía al plato, que allí se la encontró al
abrir los ojos y gritó tanto de emoción que se libró de tomársela.
Paula además de maestra de profesión, era
bruja de vocación; había hecho un curso intensivo a distancia para ampliar sus
conocimientos y solo le quedaba un examen presencial para demostrar sus poderes
ante el tribunal de brujas de la región.
Salía mucho al campo con los
alumnos y estudiaban la flora y la fauna que merodeaba por los alrededores. Su
clase estaba abierta a la naturaleza.
Pero la población del pueblo
era escasa, se rumoreaba que podrían suprimir la escuela si la matrícula no
llegaba a veinticinco alumnos y faltaban cuatro.
“A la administración solo le
importan los números, no ven otra cosa”,pensaba con rabia.
En una salida al campo con
los alumnos, se encontraron con el rebaño de Óscar y los niños comenzaron a
contar las ovejas y hacerle preguntas.
“¿Tienen
nombre las ovejas?”, le preguntaron a Óscar.
“Pues claro, yo se lo pongo
al nacer y hasta responden cuando las llamo. Las ovejas no son tontas, aunque
no vayan a la escuela”, les respondió Óscar.
Paula esa noche empezó a
pensar en el número de ovejas y en el número de niños y decidió consultarlo con
el pastor y los padres de los alumnos.
“¿Qué os parece si
matriculamos a cuatro ovejas en la escuela para responder a la Administración,
que le da tanta importancia al número de alumnos y así evitamos que supriman la
escuela”?
A todos les pareció una buena
idea y ella se puso manos a la obra.
Preparó una zona verde en la
clase para la llegada de las cuatro ovejas y las matriculó con sus nombres, apellidos
y fecha de nacimiento.
Cuando los nuevos alumnos
aparecieron en el patio, las recibieron
con alegría y, aunque les costó entrar, no dieron problemas de mala conducta.
La presencia de las ovejas en
la escuela sirvió para que los niños investigaran sobre ellas y Paula dirigió sus poderes mentales a su examen práctico.
Conchi Gallego
Algunos de mis alumnos/as se portaban mucho peor que esas ovejas, seguro. Y eso que hasta balaban, ¡como ellas!
ResponderEliminar