Su casa está
permanentemente abierta, no tiene puertas ni ventanas. Está siempre abierta a todas las voces que
pasan a lo lejos o se acercan; el balido de una oveja, el tontón de una vaca,
la chavalería del pueblo cuando juega en la era o las motos cuando rugen por la
carretera.
A veces su
casa se llena de palabras, tantas y tantas aparecen como por ensalmo, que no es
extraño encontrar un monosílabo en el espejo del baño o una esdrújula
bajo las sábanas. Un día, incluso, una tilde remolona se le coló a la señora
Remansa en un ojo y se le quedó completamente acentuado.
Con los
estornudos provocados por un ataque de alergia que le duró tres días, puso
perdida la casa de bisílabos graves, por lo que se vio obligada a invitar a las
personas que asistían a su taller a merendar, y les preparó; un bizcocho de
chocolate que da para mucho juego, una tarta de ruibarbo para atreverse con lo
desconocido y un helado de zarzamora que es como muy largo y duradero.
Cuando
terminaron de comer les entregó a cada cual una bayeta realizada con un ligero
fragmento de gasa color blanco, para evitar las interferencias, y durante toda
la tarde recogieron vocablos de toda la casa para luego sacudirlas en sus cajas
particulares de palabras.
Como
terminaron con las cabezas llenas de frases sin sentido, jugaron al aire libre
al píllame- píllame y a contar canciones de locura, en que la única norma es no
decir nada que merezca la pena ser oído pero en que la risa esté asegurada.
A veces,
Remansa recibe en su casa a niños y a niñas, incluso a adolescentes,que vienen
de muy lejos y que sufren de escepticismo palabril o de silencio retardado. Se
trata de criaturas a las que las palabras le producen alergia, les salen
ronchas en presencia de un libro y sufren de somnolencia aguda ante una conversación
interesante.
Remansa les
deja vagabundear a su aire por la casa de las palabras, por el huerto de las plantas asombrosas y
adentrarse sin normas por el jardín del rumor.
En su taller
nunca se ha producido un solo fracaso.
Al principio
cuando llegan a la casa de las palabras se quedan en estado de “pasmés aguda”, limitándose
durante las primeras horas a mirar con aire escéptico un punto fijo de la gran
estancia esperando que salgan imágenes a entretenerles. O bien se sientan en un
rincón con cara de aburrimiento, extrañados de que su móvil haya dejado de funcionar y hayan
olvidado el nombre del aparato y su utilidad.
A los pocos
días encuentran como por descuido, alguna palabra en su calcetín, en un
bolsillo o debajo de la almohada (que son las más eficaces) y después con una inmensa tarta de zanahoria cubierta de chocolate malteado, una gran mesa rodeada de
chicos y chicas como ellos, poco espacio, sin platos, ni cucharas, empiezan a
meter las manos en la fuente, a rozarse con quien tienen al lado, a protestar,
a asustarse, a chuparse los dedos y como por arte de magia les surge la necesidad de saciar su curiosidad por escuchar términos nuevos y aparecen así las primeras respuestas a
las preguntas de Remansita.
Al comienzo sólo bisbisean monosílabos, emiten onomatopeyas, apenas movimientos tenues
de cabeza, miradas de reconocimiento alrededor y se van escapando algunas risas….
Y poco a
poco se van incorporando al taller. Miran con reticencia, sonríen por lo bajini, hasta
que emiten una sonora “CARCAJADA”, enorme palabra llena de tantos monosílabos,
comienzo inequívoco de que los bisílabos biensonantes y bienhacientes están por
llegar.
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