En
sinfonía de verdes
mis ojos
afiebrados,
otean el
paisaje
sin mirar,
y
descubro,
entre
espacios,
inexplorados,
aromas
nuevos.
Registro
lo evidente
mientras domino
estremecido
la
sorpresa.
¿Qué sorpresa?
El vuelo
de una fugaz mariposa
parece
esconder la magia
de un indescriptible
presagio.
El
silencio, a mí alrededor
se rompe con
el latir doloroso
de mis sienes,
el aullido
de un pájaro
y el atormentado
crujir
de mis libélulas.
Entre el
hule,
un brillo
extraño
acapara el
fragor
de mis cansadas retinas.
Mi mano inquieta
y a la vez pequeña y decidida
determina
el impreciso gesto,
de relegar
unas hojas,
hasta llegar
donde mi frágil
instinto
me señala.
Una
minúscula florecilla
azulada,
centellea
valiente
al rocío
incipiente de la mañana.
Sus
tiernos pétalos
parecen lágrimas
calientes
de la amanecida.
Mi corazón
necesitado
parpadea,
con un
clamor tan intenso,
que somete
mi cerebro,
aún joven
de esperanzas,
a una
respiración entrecortada.
No quiero
entusiasmarme.
Es tan
fácil el vanidoso error
de un paso
en falso,
por una
alucinación
inesperada.
En mi morral
esperan
angustiados
fragmentos
prensados
de verde.
Tal vez,
un día,
aparezca mi
nombre
en el
letrero gris
del Jardín Botánico
en el futuro
incierto
del breve
vergel
que conforma
mi vida.
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