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Se fue padre.
Se fue de madrugada, silencioso,
como siempre, pensando que yo no lo escuchaba, que no percibía los crujidos de
sus pasos por la casa, recorriendo el pasillo profundo, que separó siempre
nuestras alcobas.
Se fue calladamente, como si así
hiciera menos daño, como si en cada ausencia no se llevara un fragmento de cada
uno de nosotros.
¿Cree acaso que no notamos cuando comienza
los preparativos? ¿Qué estamos ciegos ante la ligereza de sus gestos, sordos a
los cuchicheos de los criados, los movimientos en las caballerizas o el piafar
de su yegua favorita, que presiente alegre el fragor de futuras batallas?.
Cómo puede ser tan ingenuo, tan
irresponsable, tan insensible, tan insensato.
¿No sabe acaso que deja a madre en
una profunda tristeza? Que, ante su ausencia, acompasa su respiración cotidiana
al ritmo del telar y nos despierta en las noches insomnes con su monótono zis
zas perpetuo.
Ni siquiera las doncellas se
atreven a reírse y transitamos los días como almas en pena, vagando por
corredores soñolientos, penando entre páginas de la enorme biblioteca,
desordenando el cuarto de juegos, bajando y subiendo escaleras para intentar otear desde las almenas… Vigilando
emocionados el horizonte, por si vuelve, por si un día vuelve o si alguien,
acaso, regresa con sus nuevas.
Se fue padre.
Apenas las cinco de la mañana. El
cielo en lontananza, comienza a poblarse de azulrojos y a escondidas de la
nodriza, descalza y en camisa, me aproximo a la alcoba de madre, queriendo asirme
de su mano. Esa blanca mano que nadie acogerá en mucho tiempo. Pretendiendo acunarla
en mis torpes catorce años, con la cabeza, aun, inundada de imágenes relatadas,
en noches frente al fuego, de aquellas aventuras que padre nos traía de sus guerras
inútiles pobladas de cadáveres sangrientos.
Maldigo no haber nacido varón para
impedirle el paso, para obligarle a que me llevara con él, a donde fuera, poder
enarbolar con orgullo su estandarte y huir así del silencio de las estancias en
los próximos días, meses y, puede, que hasta años.
Quisiera suprimir el color ceniciento
del castillo, siempre a media luz, y, las tardes odiosas bordando sábanas
inútiles que nunca conocerán el amor verdadero.
Se fue padre.
No recibiremos nada más que migajas
de palabras devanando contiendas, inútiles misivas, relatando pasajes que, por
sabidos, no resultaran más esperanzadores. Al final de cada carta un liviano epitafio.
Apenas tres palabras para dedicarnos un: “te quiero”, dulce, un “os amo a todos”.
Ternura para su bella esposa, besos y abrazos para sus pequeños hijos, su
futuro.
¿Amor sincero?
¡Se puede ser más rastrero!
¡Cobarde!, ¡cobarde!, ¡cobarde!
Se fue padre.
Por qué te ausentas si dejas en tu
casa las puertas abiertas a la desgracia, a nuestra tristeza infinita, al acoso
que, los que se dicen nuestros guardianes hacen a madre, a las miradas libidinosas
que me persiguen por los pasillos, los roces inoportunos de los escasos varones
que, por vejez, no fueron a la batalla, que aterran y soliviantan mi juventud
inocente.
¡Olvídate canalla, de conquistar el
mundo y regresa antes que sea demasiado tarde! Antes que tu señora ceda ante
tanto despropósito, antes que me vea mancillada por un vulgar lacayo, antes que tus hijos pequeños se
asalvajen entre las patas indomables de los caballos de tus cuadras y la
dejadez de las nodrizas.
Se fue padre.
Cuánto tiempo tenemos que llorarte
después de cuatro meses sin una sola carta.
¿No hay nadie al otro lado del muro?,
dinos, ¿no hay nadie?
Tendré que cortarme los cabellos,
robar la vestimenta de uno de tus pajes, y escapar en mi alazán a recorrer el
mundo, a buscarte. Ser, por fin, el varón que quisiste tener, el que soñaste
levantar en tus brazos y nombrarlo tu príncipe heredero.
Yo también anhelo tus sueños, deseo
luchar contra Polifemo, encontrar la fuente de la eterna juventud, surcar en un
barco océanos de admiración y aventura, enamorarme de un tierno efebo que me
haga estremecer en sus brazos.
Quiero ser otra, no quiero seguir
pudriéndome aquí en este bando donde nos has dejado, sin preguntarnos, sin
poder defendernos de este futuro incierto, imperfecto, duradero, absurdo.
Nunca más seré la niña delicada, no
querré escuchar tus poemas ni tus cartas, no ansío abrir esas delicadas sedas con
las que regresas de tus viajes protegiendo valiosos presentes. Dejé de ser tu
princesa para comprender, demasiado pronto, hasta donde llega el egoísmo de los
hombres. No quiero un varón que me salve de mi presente ni dirija, en su arrogancia,
mi futuro.
Regreses cuando regreses, llegarás
tarde. Tu hija volará enjalbegada, cubierta de tules y dorados, con el corazón roto
por todo lo vivido, por tener que hacerme mayor antes de tiempo, por ver morir
a madre lentamente de tristeza enterrada cada día en devanar madejas inútiles de futuro.
No me busques padre, no me busques.
Seré el arquero más ágil de tus ejércitos, el soldado más valiente, el más
rápido. Si hay que ir a la guerra iremos todos, o no fue ese el juego que nos enseñaste
desde nuestra más tierna infancia. No hubo otras historias que las conquistas,
que el descubrir nuevos mundos para hacerlos propios. Nos hiciste palpitar con tus grandes relatos…
Llegar siempre más lejos, más alto.
Allí nos encontraremos, padre… en
la batalla,
No dudaré en defenderme.
Cuanta tristeza. Cuanta historia incomprendida. A mi me estremece tu relato, pero debo admitir que no lo termino de entender. Yo tambien me quedo desolada y triste por ser tan torpe. Lo siento.
ResponderEliminarSolo es una fantasía querida, tampoco hay que quebrarse el coco.
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