viernes, 18 de diciembre de 2020

LA MANO DERECHA Y LA IZQUIERDA - Miguel Agustín Príncipe

El otro día le leía a mi madre un maravilloso librito de cuando ella iba a la escuela. Allí apareció este filosófico poema que, para mí deleite, mi madre casi recordó. 

Aunque la gente se aturda,

Diré, sin citar la fecha,
Lo que la Mano Derecha
Le dijo un día a la Zurda.

Y por si alguno creyó
Que no hay Derecha con labia,
Diré también lo que sabia
La Zurda le contestó.

Es, pues, el caso que un día,
Viéndose la Mano Diestra
En todo lista y maestra,
A la Izquierda reprendía.

-Veo, exclamó con ahínco,
Que nunca vales dos bledos,
Pues teniendo cinco dedos,
Siempre eres torpe en los cinco.

Nunca puedo conseguir
Verte coser ni bordar:
¡Tú una aguja manejar!
Lo mismito que escribir.

Eres lerda, y no me gruñas,
Pues no puedes, aunque quieras,
Ni aun manejar las tijeras
Para cortarme las uñas.

Yo en tanto las corto a ti,
Y tú en ello te complaces,
Pues todo lo que no haces
Carga siempre sobre mí.

¿Dirásme, por Belcebú,
En qué demonios consista
El que, siendo yo tan lista,
Seas torpe siempre tú?

-Mi aptitud, dijo la Izquierda,
Siempre a la tuya ha igualado;
Pero a ti te han educado,
Y a mí me han criado lerda.

¿De qué me sirve tener
Aptitud para mi oficio,
Si no tengo el ejercicio
Que la hace desenvolver?

La Izquierda tuvo razón,
Porque, lectores, no es cuento:
¿De qué os servirá el talento,
Si os falta la educación?

viernes, 11 de diciembre de 2020

La señora Julieta. Teresa Flores

 «Cuando nos quedemos sin sonrisas es cuando nos percataremos de la importancia de las mismas»

                                                                                                      Julieta Verdemar

 

Julieta es una señora muy simpática que vive en una gran casa acompañada de sus nueve gatos, seis de angora y tres persas.

La señora Julieta sale todo los días a dar un paseo y, por donde quiera que vaya, siempre camina repartiendo sonrisas.

Julieta sonríe haga frío, calor, viento o lluvia, y es que Julieta piensa que siempre hay motivos para sonreír.

Cuando se encuentra a alguna de sus vecinas, coge el autobús o tropieza con la señora cartera, aprovecha para dedicarle una de sus enormes sonrisas. Hace lo mismo con el panadero, la carnicera, el dependiente de la mercería (al que suele visitar un día si y otro también) y con la guardia urbana que cuida que todos las criaturas crucen correctamente la calle.

Alguna gente rechaza su sonrisa con una mueca de desprecio, otros sin embargo la cogen y se la guardan para pasar el día de una manera más confortable.

La señora Julieta no echa cuentas de cómo suelta sus sonrisas por el mundo, tanto es así, que una mañana que estaba especialmente alegre repartió más sonrisa de la cuenta. Se sentía pletórica de energía, caminaba a tal velocidad que recorrió la ciudad, de punta a punta hasta cuatro veces, y las cuatro veces depositó sus sonrisas por todos los escaparates y por todas las tiendas.

Tantas y tantas sonrisas esparció, que se fueron quedando por los portales, las avenidas, colgadas de los semáforos, enganchadas en las papeleras, incluso alguna de ella se coló en la mochila de un niño que marchaba tranquilamente a la escuela.

Otras se posaron en las escaleras de una oficina, en el coche de la policía, en la puerta del ayuntamiento y dejó tres o cuatro sonrisas más en el kiosco de  prensa donde, cada día, se quedaba extasiada mirando las revistas.

Tantas sonrisas dejó y tantas repartió, que se fueron enganchando unas a otras a lo largo de las aceras. Algunas quedaron prendidas en las hojas de los árboles del parque, hasta que una ráfaga de viento las balanceó juguetona sobre las azoteas.

Volaron las sonrisas como cometas por encima de los patios de los colegios, de las chimeneas, del río, de los hospitales y de fábricas aburridas que además de provocar un horroroso humo negro, despachaban cada día  trabajadoras de rostro entristecido.

La sonrisas navegaron horas y horas sin detenerse, y las criaturas al verlas comenzaron a recogerlas, husmeando por los rincones para ver si se encontraban alguna sonrisa despistada.

Poco a poco en lugares perdidos, algunos bastante oscuros, fueron hallando sonrisas de la señora Julieta. A veces era solo una media sonrisa o un pedazo, pero con gran paciencia empezaron a cuidarlas y fueron recuperando las sonrisas dañadas, las no aceptadas o arrugadas, de forma que aumentó tanto la colección de sonrisas, que poco a poco y sin darse cuenta, fueron añadiendo las suyas propias.

Al día siguiente la ciudad amaneció plagada de sonrisas, nevada de sonrisas. Tantas y tantas había, que tenías que irlas apartando para poder  caminar, y los chicos y las chicas de los colegios las fueron repartiendo a todos los transeúntes, con una sonrisa enorme puesta en sus rostros.  

Aunque algunos las despreciaron, la mayoría se las colocó cerca de la oreja y escucharon el rumor que provocan las sonrisas, otros se las pusieron cerca del corazón y mucha gente, la mayoría, las guardó en sus bolsillos  notando,  durante todo el día,  unas ganas irresistibles de bailar.

Las sonrisas pasaron de mano en mano, se cambiaron como los cromos de los álbumes, poblaron los jardines y las plantas, y todos y cada uno de los presentes guardó el recuerdo del día de las sonrisas, como uno de los más preciosos e importantes de su vida.  

 

miércoles, 9 de diciembre de 2020

El pájaro pañuelo Teresa Flores

Dibujo de Marta Flores 

    Dio cuatro pasos sobre la superficie de la mesa, los suficientes para colocarse en el centro. Juntó sus piececitos calzados con unas sandalias blancas, sencillas, iguales a las que llevaba todos los veranos.
    Giró y los miró desde su escasa altura. Allí estaban; sus tíos, primos y demás familia y escondidos entre ellos, como queriendo pasar desapercibidos, sus padres.
    Esta vez no iban a conseguir hacerla rabiar. Esta vez ella sería más fuerte y más lista, aunque sintiera la boca pastosa, le picaran los ojos, las mejillas se le tintaran de amapola, y le diera ganas de hacer pipí.
   Se permitió otro giro.
  Levantó la cabeza desafiante dentro de sus difíciles cinco años, presintiendo que serían muchos los momentos de su vida, en que se encontraría en una situación parecida.

     Confusa, metió las manos en los bolsillos de su vestido nuevo. Su vestido amarillo, de flores coloradas, que tanto le gustaba y que hoy estrenaba con motivo de la fiesta de presentación de su hermanita.

      Si el zumbido que había en sus oídos pudiera callarse, seguro que escucharía las risas y los murmullos de su espontáneo público. — ¡Canta Laura, canta!, que nos han dicho que lo haces muy bien—.

     —No mejor que baile— dijo una voz de chico, seguramente su primo Carlitos, al que tanto odiaba.

     Se sacudió el flequillo. Sacó las manos de los bolsillos sujetando el pañuelo que aquella mañana su papá le había dado. Lo amasó haciendo una bola, una bola redonda, perfecta, y la mostró sobre sus palmas abiertas a todos los que tenía a su alrededor.

     Ante la desenvoltura de la niña se hizo un absoluto silencio. 

     De pronto el pañuelo en sus manos tomó vida. La pelota redonda, chiquita empezó a agitarse y poco a poco se abrió, extendiendo sus alas y emprendió el vuelo.

     Picoteó por encima de la mesa algunas miguitas de pan, alisó el bigote de su tío Manolo y acabó posándose en el sombrero de su querida madrina.

     En solo cinco minutos, sin una palabra, el pájaro pañuelo voló por encima de la mesa, se detuvo expectante ante los postres, acarició goloso una guinda del pastel, y acabó posándose en el hueco de su cuello desde donde le susurró al oído una conversación que la hizo sonreír, responder que sí, luego que no, para acabar alzando los hombros. 

    Una conversación que todos hubieran querido compartir.

     Después de otro vuelo corto se acurrucó en la panera, volvió a hacerse huevo, se durmió, y allí se quedó medio olvidado.

     El aplauso que recibió fue tan grande que cuando su madre la levantó de la mesa cogiéndola en sus brazos tuvo la sensación de que volaba.

     Mientras que la ceñía en un abrazo pleno de ternura le dijo emocionada — Laura, ¡serás la mejor contadora de historias que exista en la tierra! y no te preocupes si nunca puedes contarlas con palabras—