viernes, 23 de abril de 2021

UN CUENTO DE PALOMAS de Concha Espina

La clásica pajarita de papel

Doce años tiene la Zagala. Se llama Rosa Luz y no tiene padre... Su madre, joven labradora, abnegada y valiente para el trabajo ha caído enferma  de agotamiento. Rosa Luz que adora a su madre, observa como esta languidece y piensa con dolor que puede hacer ella. Y pensando, pensando surge una idea y si comprara en la botica de la villa aquella medicina que anuncian como reparadora de males...

Pero... cuesta dinero y ellas son pobres, su madre no se lo consentiría.

Ya está...venderá los palomos, sus pichones hermosos y preferidos. Con pretexto dispone el viaje y subiendo al palomar prende los dos palomos destinados a la inmolación. Los acaricia  mucho  ¡los quiere tanto! Les pone fina y delgada la ligadura de las patas y escondiéndolos con habilidad, parte para la villa.

Turbio está el cielo, las nubes agachadas y ceñudas presagian tormenta, pero Rosa Luz no se da cuenta. Camina y camina sonriente pensando en la venta de aquellos pichones, con el importe de la cual comprará el licor maravilloso.

Allá en el mercado, todo fue bien. Una señora escuchó la pena honda que la niña tiene y le dice temblorosa de emoción:

— Guárdatelos y toma para la medicina. Agradecida la zagala ha llorado pensando en la madre.

Descendía de las cumbres la niebla de la noche, silbaba el viento y algunos copos blancos empiezan a caer. Rosa Luz llevaba el canasto con la botella de licor y los palomos. Empieza a andar y andar, pero no encuentra su rumbo. Borradas todas las rutas por la nieve no se distinguen los caminos; la niña asustada, reza. Muy cerca suena el río ancho y turbio, que aturde más aun a la pobre caminante. Se cansa, vacila. Y al perder los ánimos, piensa en dar libertad a los palomos para que se salven ellos, llevando al solitario caserío su último adiós. Los pichones libres y sacudidos, levantan sobre la niña un vuelo corto, sin moverse como si aguardaran y Rosa Luz corre detrás de ellos ansiosa de alcanzarlos otra vez ¡Quisiera volar, quisiera vivir!

Así va andando la niña detrás del vuelo de los pichones.

La sombra de la noche sigue detenida por el claror de la nieve. La madre aguarda a su hija con loca incertidumbre, sale al portal a otear los senderos.

Baja al camino y dice al viento el nombre amado con un grito de avidez;

—¡Rosa Luz, Rosa Luz! —. Como respuesta, dos aves llegan del fondo de la noche y se posan en sus brazos. Ella reconoce a los palomos preferidos de su hija y vuelve a gritar:

 —¡Rosa Luz!,

—¡Aquí estoy! —responde una voz cercana.

Una silueta menuda se yergue en el lindero y la niña, guiada hasta allí por los palomos al través de la ruta blanca, se refugia también en el regazo de la madre con su ofrenda de salud y amor.   

Un precioso colibrí de origami para ilustrar el desconocido cuento de esta gran autora. 


martes, 20 de abril de 2021

MI gato de alquiler

Este cuento lo escribí en el taller de escritura que sigo desde hace tiempo con el escritor Alfonso Salazar y cuando nos pidió que hiciéramos un relato de nuestro año de pandemia ésta fue la manera que se me ocurrió plantearlo. Agradezco a mi gato Leo el dejarme utilizarlo como voz narrativa.


Dibujo de Isabel Villanueva Flores

Miro el mundo desde la ventana, mi mundo tiene jardín y muchos árboles, un castaño, varios pinsapos, nísperos, y una enorme araucaria con la que sueño trepar algún día. Mi mundo está repleto de luz, incluso de solecito alegre por las mañanas que voy buscando para calentar mi lomo. Mi mundo no es redondo como los otros mundos, es plano, con miles de recovecos que investigar, con escondites mágicos donde vengo a refugiarme y pueda pasar mis durmientes horas. Mi mundo tiene una terraza preciosa con petunias, pensamientos, geranios, hortensias y otras plantas suculentas que no tienen nada de apetitoso.

Ese es mi mundo. No sé cómo son los otros mundos, no los conozco, el único que conozco es este… Llegué a él con apenas un mes de edad. Nunca he tenido madre, no he mamado una teta y por eso no se amasar para que salga la leche. He aprendido los cariños de los que mi ama grande y mi ama pequeña me han dado. Tengo juguetes; una caja entera de juguetes que va creciendo, y creciendo y que yo miro, con bastante desprecio…

Desde la ventana veo el mundo de afuera. Veo gatos hermosos, especímenes libres que se pasean con descaro, incluso se atreven a sentarse regiamente, sobre el banco que hay ante el portal de la vivienda. ¿Los envidio? A veces... No sé si su libertad o su desfachatez para pasearse diciendo, a mi no me va a ocurrir nada… Qué tontos sois, ¿de qué tenéis miedo?

Pero yo tengo miedo, es verdad, a veces mucho miedo, tanto que, al menor ruido, corro a esconderme entre los dos colchones de la cama nido de donde les es imposible sacarme. Ahora que soy más grande me cuesta meterme dentro, pero allí me siento seguro porque pase lo que pase, es un lugar secreto donde nada puede ocurrirme.

Mi mundo está lleno de objetos preciosos que puedo contemplar o usarlos para jugar. Pongo a prueba mi imaginación y los tiro desde lo alto de la mesa o de las estanterías, siempre caen, siempre irremediablemente caen, también los muerdo, se me representan como terribles animales que me acechan y yo, soy un valiente cazador…

Tengo todo el tiempo del mundo para explorar mi mundo.

Me encanta trepar por encima de los muebles y de un salto aterrizar en el sofá, de allí al sillón orejero, de nuevo a la estantería, descubro un recoveco, me entretengo,  me pierdo bajo una silla y aparezco de repente para morder, con más o menos acierto a mi ama. Entonces surge la pelea y me corre por la casa con una zapatilla en la mano,  enfadada de verdad, no comprende que estoy jugando y llamándole la atención aunque sean la una de la madrugada.

Este es mi mundo, tranquilo, reposado, desde los balcones, desde la terraza, un mundo de varias habitaciones, de estanterías llenas de libros que mi anfitriona devora, desde las carreras por los pasillos, una comida al día, agua fresca, sillones cómodos donde sestear durante la mayor parte de la jornada, arena limpia cada mañana… ¿Me puedo quejar? ¿Puedo?

Es verdad que si veo al gato siamés, color gris, del vecino que se pasea orondo frente a la casa, me imagino que existen otros mundos y otras formas de vivirlos, que su casa está llena de puertas y de ventanas por las que escapar. Yo no conozco otras cosas, no fui siquiera un gato de la calle, enseguida alguien se ocupó de alimentarme a mí y a mis hermanos el primer mes de vida y después pasé a este lugar.

Pero también existe la gata negra de maullido lejano y lastimero, sufre, lo sé por instinto. Su mundo no es de sofás mullidos ni de croquetas sabrosas, no goza de mimos ni de caricias, es una minina de la calle, vagabunda, ¿dolorosamente libre?  Me pregunto si lo ha elegido, si siempre fue así,   si tuvo otra opción. A veces se viene a mi ventana y yo siento que me llama. En las noches frías de este invierno su llanto lastimero me penaba y a veces entorpecía mi facilidad para el sueño, pero es tan poco lo que puedo hacer que, confieso para no dolerme, acabo por ignorarla.

 Sé exactamente cuantos metros tiene el pasillo, la ventana exacta a la que primero llega el sol, el rincón donde se domina mejor la calle, el nombre de la vecina de enfrente, la del piso de al lado, el sonido del timbre del portero automático y la voz de la cartera cuando viene a visitarnos.

A veces me asomo a la puerta de la calle como queriendo saber más, incluso un día bajé  un piso, de habérmelo permitido, ¿osaría llegar más lejos?.

He aprendido a querer y a que me quieran, a que me corten las uñas, cosa que odio,  a tocar sin arañar, morder sin marcar, pedir permiso, tender la mano. ¿Soy tal vez un gato borrego? ¿Un tonto gato domesticado que cumple las normas sin planteárselas? Prefiero no pensar demasiado, escucho lo que se dice, lo que mi ama comenta, soy su compañía, el nieto que no llega, el niño a quien regañar cuando hace algo malo, la reflexión en voz alta, la excusa para hacer que viva un pequeño comercio cercano a la casa, el motivo para salir a buscarme comida, soy un gato de alquiler por comida, cama y compañía.

Me quieren, quiero, paseo por la casa a mi aire, excepto la cocina y el baño que me han sido vetados por comilón peligroso y por mi entusiasmo ante las gomas de la mampara.

Sabiendo lo que sé, ¿puedo en realidad quejarme de lo que tengo?    

 

sábado, 17 de abril de 2021

Caperucita en tiempos del Corona Virus. Lupe Perez

Mi querida amiga Lupe me envía este cuento de una Caperucita Muy Roja.

Imagen tridimensional del libro "Un lobo boquiabierto"

Había una vez una niña…….que vivía en una casa  en tiempos del coronavirus y, ya sabemos, que además no podía salir de casa porque estaban confinada.

Un día, el 14 de abril,  que era su cumpleaños,  y el de su abuela, porque coincidían en el día, su mama le mandó o le sugirió ( porque ya se intentaba mandar un poquito menos) llevar a la abuelita la cesta de la merienda, o del desayuno, o de la comida, o de la cena… Para el cuento  da  casi igual.

 Caperucita necesitaba aire. Llevaba 24 días en casa encerrada ( confinada decían los eufemismos) y ella quería correr y volar. Casi no creía que era la voz de su madre  la que decía: Caperu, a la abuelita le podemos llevar la merienda. Es persona de riesgo y podemos cuidarla.

El caso es que  ella se fue a casa de la abuelita. No estaba para buscar la verdadera razón de la vida y resolver  los por qués. Iba tan tranquila. Es verdad que le sorprendió oír muuuuuuchos  más pájaros por el bosque, ver muuuuuuchas más ardillas entre los árboles……oler el romero muuuuucho mas intensamente… contemplar muuuucho más colorido en el bosque….. Pero ella siguió por el camino para llegar a casa de su abuela que, hoy,  parecía que se sentía más sola, más triste, y algo más hambrienta que un mes atrás.

Siguió  por el bosque, sin imaginar siquiera que los lobos  aullaban por allí. Le habían  contado que habían vuelto a las ciudades para intentar convencer a la gente de que ellos eran “lobos y lobas de bien”.

Se tropezó con algún despistao:  Hola Caperucita. ¿Tienes el coronavirus ” “jolín  -decía Caperucita el 14 de abril_ … podían haberlo llamado de otra manera a este bicho” “Que digo que si mantenemos la distancia de seguridad o nos saludamos como en otros cuentos”- propuso el lobo”. “Pues mira, yo prefiero que te quedes a la distancia de seguridad. Ver las cosas con perspectiva me ayuda a decidir”-respondió Caperucita.

El lobo se extrañó. Él quería decirle que hay veces en la vida en que apetece coger los caminos largos: cuando por fin sales de casa y quieres respirar un rato, cuando no sabes cuál será la próxima vez, cuando eres consciente de que es la primera , cuando tu abuela es de tal calibre que le da igual merendar 5 minutos antes o después”

A Caperucita le costó entender que quizás está vez, para su cuerpo era mejor el camino largo y volar. Al lobo le costó cambiar el argumento.

Quizás los dos sabían que el coronavirus donde mejor acompaña al ser humano es estando muuuuyyyy lejos. En ningún lugar

Caperucita,  consiguió volver a casa, después de hablar con más  lobos y lobas.

Ya en casa, mientras cerraba los ojos, aquel Martes 14  de Abril de 2020, susurró, a gritos:

“Los virus son reales, pero las coronas son una mierda de invención  de los o las poderosas contra el pueblo.”

Y soñó.


lunes, 5 de abril de 2021

El barquito, la tormenta y la clase de español

A este cuento ya hice referencia en otra entrada, pero no había sido fiel al texto dando por descontado que era suficientemente conocido. En este caso vuelvo a traerlo con una de las muchas versiones en que lo he contado a lo largo de mi tarea como narradora ya que lo he preparado para una clase de una escuela de Venecia con alumnado de 13 y 14 años que estudian español como segunda lengua.

He señalado en rojo las palabras importantes que luego debían recordar para poder contar el cuento ellos y ellas  o que tuviera que tener la traducción en italiano prevista ya que no se parecían a nuestra lengua.

 Este cuento se narra a la vez que se va plegando un papel, se le pide al público que participe haciendo el viento y la tormenta. Cada uno puede tener su barco o ir haciéndolo mientras se cuenta la historia.

 Había una vez un niño llamado Manolo que era muy aventurero.

Un día decidió que quería ir a explorar el mundo. Cogió su mochila, guardó en ella su juguete favorito, unos bocadillos, una botella de agua y emprendió su camino.

Pasaron varios días y nuestro amigo llegó a un país lleno de unos triángulos gigantescos. ¿Alguien sabe cómo se llama este país? Claro que sí, Egipto. ¡Qué bonito Egipto! ¡Qué bonitas las pirámides! Pero, ¡qué calor! Manolo decidió que se compraría un sombrero. Eso es- se dijo:- necesito un sombrero para quitarme un poco el calor.

Se dirigió hacia una sombrerería cercana y después de saludar educadamente al sombrerero, le pidió que le vendiera uno de sus sombreros.

 Nuestro amigo pagó su compra y salió a la calle. Pero pronto advirtió que el sombrero le quedaba demasiado grande, por lo que entró de nuevo en la tienda y pidió que se lo cambiaran. El sombrerero entró al almacén y trajo a Manolo un sombrero más pequeño. Este si le quedaba bien; era perfecto.

Manolo continuó viendo todas aquellas preciosas pirámides, pero... ¡Qué calor! Tenía tanto calor que decidió acercarse a un río que hay allí. Nada más y nada menos que al Nilo. Allí nuestro amigo el aventurero se alquiló una barca y se dispuso a navegar un rato.  ¡Qué bien! ¡Qué fresquito estaba ahora con el agua salpicándole! Estaba encantado.

Pero de repente comenzó a levantarse el viento, un viento terrible y casi huracanado. Manolo estaba muy asustado. La barca se movía con fuerza de un lado a otro. En un instante la popa chocó contra un árbol que flotaba por el río a la deriva y se partió. El agua empezó a entrar dentro de la barca. Manolo no sabía qué hacer y lloraba asustado.

Las cosas estaban casa vez peor y al poco rato empezó a llover cada vez más y más  fuerte, tenía la tormenta encima.  La barca volvió a chocar, esta vez contra   una roca y ahora fue la proa la que se partió. 


La tempestad rugía con toda su fuerza, los truenos relámpagos se 

sucedían uno tras otro. Manolo desesperado se subió al mástil del 
barco albero della nave, pensaba que allí se sentiría más seguro, 
pero un rayo cayó y partió el mástil en dos. Era irremediable, mientras 
Manolo pedía socorro por la radio el barco se hundió.

 


Los padres de Manolo empezaron a preocuparse. Él no daba señales de vida. Ni contestaba al móvil, ni mandaba correo electrónico, ni una postal,...

Temiéndose lo peor, se dirigieron al aeropuerto y se embarcaron en un vuelo hacia Egipto, que era el país preferido de Manolo. Cuando llegaron allí empezaron a preguntar y averiguaron que Manolo había estado en la sombrerería. Siguieron investigando y supieron que también había alquilado una barca. Fueron rápidamente a hablar con el barquero. Este les dijo que era cierto; Manolo había alquilado la barca, pero hacía ya dos días y aún no había vuelto.

Rápidamente organizaron una operación de rescate, los guardacostas, tres barcos de salvamento, los bomberos, la policía, llegaron.


Entonces, los
submarinistas se sumergieron en las aguas del Nilo. Y, ¿sabéis qué fue lo primero que encontraron? Pues aquí está, la camiseta de Manolito.

¿Y qué había sido de Manolito? Siguieron buscando y lo hallaron encaramado a un cocotero en un pequeño islote. Y todos juntos volvieron felices a casa. Manolito prometió a sus padres no volver a salir solo hasta que se hiciese mayor.

Y colorín colorado...

 

 

Pasos para realizar la historia:

1. Necesitamos un rectángulo de papel (folio o similar)

2. Doblamos por la mitad. Doblamos las esquinas al centro.

3. Formamos un triángulo, Ya tenemos la

pirámide.

4. Doblamos la parte inferior hacia arriba y obtenemos el sombrero

grande.

5. Abrimos del centro y aplastamos. Obtenemos un cuadrado.

6. Doblando las dos esquinas hacia arriba obtenemos el sombrero

pequeño.

7. Tirando desde el vértice superior convertiremos la figura en un

barquito.

8. Se desata la tempestad. Romperemos la popa del barquito, y

después la proa.

9. Rompemos el mástil dando forma  semicircular al corte.

10. Al desdoblar obtendremos la camiseta de Manolito.

 

       Cuento popular adaptado por Yolanda  Fernández del grupo de trabajo del Cuentacuentos.

 Los dibujos y collages son aportaciones de una clase del colegio Jagher-Sansovino Venecia.