domingo, 25 de diciembre de 2022

EL CUENTO QUE ME CONTÓ MI MADRE. LUCIA CARRANZA



Este cuento lo encontré mientras realizaba las correcciones del libro Desenterrando el silencio escrito por Sergi Bernal, Sebastián Gertrúdix y Alfredo López. Se trata de una biografía sobre Antoni Benaiges que publicaremos, en breve,  como MCEP (Movimiento Cooperativo de Escuela Popular).

La niña que lo escribe se llamaba Lucia Carranza. 

El cuento se publicó en abril de 1935 en el periódico Gestos, concretamente en el número 2. Antoni Benaiges era su maestro, se trataba de la Escuela Unitaria mixta de Bañuelos de Bureba (Burgos).

Esta historia llegó a nuestros días gracias por un lado, a la valentía de las personas que escondieron estos textos en sus casas y por otro, a la correspondencia  que realizaba esta escuela con otros colegios de México y Argentina. Se tardaron muchos años en recuperar todos los periódicos escolares que tan largo viaje habían realizado en su día.  

Benaiges, asesinado por los fascistas en las fechas siguientes al alzamiento, fue doblemente silenciado, por un lado con su desaparición (aun no se ha recuperado su cuerpo) y por el otro con el destrozo que de una forma sistemática se realizó en su escuela en qué imprenta, textos y demás materiales fueron destruidos y quemados  a la vista de todos.

El cuento de Lucia reúne las características de una buena historia narrativa, además de ser adaptable a todos los tiempos. 

Yendo aún más lejos, nos abre una preciosa ventana, de manera que casi nos parece  escucharla leyendo ante sus compañeros con emoción y cariño, el mismo que un día su madre pusiera al contarlo y deseando que fuera seleccionado para pasar a la imprenta que su maestro Antoni había traído a la escuela y que les permitía, por medio de sus textos libres, abrirse al  mundo y conocerlo.                                                


CUENTO

(Me lo contó mi madre)

Un lobo se levantó de madrugada, enroscó las uñas y alargó el rabo y se dijo:

        -Hoy es sin duda el día más afortunado para mí.

Echa a andar y, andando andando, se encuentra una rodaja de manteca.

-       No te comeré, porque ponéis mal el estomago. Hoy es sin duda el día más afortunado para mí.

Andando,  adandando, se encuentra con una yegua que está paciendo en un prado con su crio.

-       Prepárate que voy a comerme a tu hija.

-       Benignísimo señor, vos haréis lo que queráis de mí, pero antes quisiera que me sacaseis una espina que tengo en esta pata y que me molesta mucho.

El lobo se pone a sacar la espina y la yegua le arrea un par de coces y le rompe todos los dientes y muelas.

-       No haré caso de esta injuria, se dice el lobo. Hoy es sin duda el día más afortunado para mí.

Andando, andando se encuentra una cerda que estaba paciendo con sus críos.

-       Prepárate, que voy a comerme a tus hijos.

-       Benignísimo señor, vos haréis lo que queráis de mí, pero es costumbre que antes se laven bien.

El lobo se va al río con los cerdos y los lava. La madre le da un empujón y el lobo cae al río.

-       No hare caso de esta injuria, se dice el lobo. Hoy es sin duda el día más afortunado para mí.

Andando andando, llega a un prado donde pacen unos carneros.

-       Prepararos que voy a comerme a uno de vosotros.

-       Benignísimo señor, vos haréis lo que queráis, pero antes ayudadnos a partir este prado que es pleito de nuestro difunto padre .

     -     Os ayudaré. Yo me pondré en medio del pardo y vosotros en las orillas. Haré una señal y el que llegue antes será el dueño del prado.

Los carneros aprovechan el descuido del lobo y de unas cornadas le rompen las costillas.

     -  No hare caso de esta injuria, se dice el lobo. Hoy es sin duda un día afortunado para mí.

El maltrecho lobo, por fin, se sienta bajo un árbol y reflexiona así:

        -   ¿Quién me habrá mandado a mí a despreciar aquella rodaja de manteca si no hubiera sido tan orgulloso? ¿Quién me habrá mandado a mí sacar la espina a la yegua si nunca he sido cirujano? ¿Quién me habrá mandado a mí lavar los cerdos si nunca he sido lavador? ¿Quién me habrá mandado a mí partir el prado si nunca he sido juez? ¡Oh Júpiter, descarga un rayo sobre mí.

Un hombre que estaba podando un árbol le tira el hacha y le parte el espinazo.

¡Oh Júpiter!

LUCIA CARRANZA


Desde el siguiente enlace podéis descargar los cuadernos:

https://desenterrant.blogspot.com/p/cuadernos-freinet-escuela-benaiges.html



miércoles, 21 de diciembre de 2022

KIRIKO, de Conchi Gallego

 Conchi Gallego, me presta este cuento tan campero resultado de un ejercicio de nuestro taller de escritura en que había que elegir una letra dominante para realizarlo.

Portada del libro con recortables para hacer una granza.

Kiriko, en el corral, campea como quiere como un capitán.

Kikiriquea  atacado cuando las campanas tocan las cinco.

Come y picotea cada cacho que encuentra y camina y corre como un campeón.

Cuando se acerca otro Kiriko más cachas que él, cada cual camina y se contonea para captar una comitiva que lo cacaree.

Carlos, el capataz del cortijo, quiere caparlo y echarlo a correr y a picar con otros contrincantes en competiciones.

Kiriko no quiere ir, se camufla entre cluecas y ocas que caminan como aristócratas por el corral hasta la cancela y cantan como locas capaces de picar a cualquiera que se cruce en su camino.

Carlos se equivoca y cavila caminando cabizbajo ¿Alcanzaremos a llegar a la competición, con este Kiriko cabezón? Quiere conseguir la copa y coger una cogorza con los competidores de otros cortijos a costa de Kiriko.

Cuando al fin logra cogerlo por el pescuezo, lo castiga sin comer; pero sus compañeras cluecas le colocan cascarones por todos los rincones y le cantan a coro esta canción:

«¡Come,Kirikocome!

 Que consigas ser el capataz del corral.

  No te camufles con ocas o conejos que no te corresponden.

No cuelgues la cabeza, no bajes la cresta

y recuerda que eres: Nuestro Capitán.

Los colores de tu cuerpo y el carmín de tu cresta

no la consiguen así como así ningún colega de por aquí.

Kiriko, ko, ko, ko,

Kiriko, ko, ko, ko, eres todo un campeón!»

Kiriko se consuela y come y picotea, a escondidas; su cresta luce colorada, y al acabar el día, se coloca con cuidado en el cajón para cantar su kikirikeo cuando las campanas toquen a repiqueteo.

En el corral ningún kirico osa kikiriquear que ya se encarga de ello nuestro Kirico cantarín y colitrero.

Y para la pascua, Kirico corteja a sus cacareadoras cluecas con requiebros cantarines entre picoteos y clarines.

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jueves, 1 de diciembre de 2022

EL SOFÁ VOLADOR

 


Ahí va la maestra, es la segunda vez que la veo pasar esta semana. Va como una loca. Según dicen está haciendo  traslado, ¿dejará el pueblo?, lástima, una muchacha trabajadora y consecuente, los niños la quieren mucho. En fin mi Juan ya está en la universidad y a mi poco me atañe, pero da pena que la gente buena se acabe yendo a otros lugares, da pena.

-¡Lucera, deja de incordiar!

Vaya día que hace hoy, ni una nube y un calor como de verano, si van a acabar teniendo razón con que nos hemos cargado el planeta. Yo con mis cabritas lo tengo cada día más difícil, apenas hay pasto y eso que  no son muchos animales los que tengo, justo para nuestros quesos bio y esas cosas por las que se chifla la gente de ahora.

Que tranquilidad, ni siquiera hay mucho tráfico por la carretera que trascurre a mis pies.

-¡Lucera qué dejes ya de incordiar! Joer con esta cabra cada vez más vieja y más atravesá.

Ahí  va de nuevo la maestra y esta vez ha echado nada, más y nada menos, que un sofá encima del coche, sin baca ni nada, josús, cualquier día va a tener una seria. Pero si lo ha agarrao con unas sogas, madre mía, qué locura. Parece que va con alguien. A ese no lo conozco, el marido desde luego no es, que  lo tengo bien visto, no es como ella, es como más estirao, apenas se habla con nadie, sus peliculillas en casa con sus amigos y deja de contar. Menos mal que es profe de otro pueblo.

Cielos, anda lo que ha pasado, si han perdió el sofá justo en la curva y el mueble ha salido volando. Claro va conduciendo el muchacho y ha seguido con la misma velocidad que llevaba, se nota que no conoce bien la carretera.

-¡El sofá! ¡Eh! ¡El sofá!

Han seguido su ruta y ni se han enterao.

Si a mí me da igual. Por dios es de risa, el sofá atravesao en medio de la carretera. Si ahora llega un coche así de repente, se lo come.

Vaya mañana divertida que estoy pasando, es como ver un teatro desde la platea. Mi Yovana no se lo va a creer cuando se lo cuente.

Ostras, llega un coche. Esto se merece verlo de cerca, pero apartaillo, como suelo hacerlo todo. Medio escondido detrás del chaparro, que yo no me mezclo en lo que pasa o deja de pasar. Pero, qué hago, ¿les aviso?

Uf, que susto he pasado. El vehículo venía tranquilo y ha podido sortear el mueble.

Son el boticario y su hermana. Mira que es guapa esa mujer, pero más seca que ná, esta ajamoná o amojamá, todo el pueblo lo comenta.

Se han bajado del coche y como si fuera lo más natural  del mundo han colocao el sofá en el costado de la carretera, muy bien puesto, muy derechito, como si fuera una parada de tranvía. Qué risa por dios. Le falta la marquesina para que parezca la entrada a un palacio. He estado por sacarle una foto.

Resulta tan divertido, el campo seco como está estos meses, solo la retama y algunos abrojos y allí en medio del arcén, recolocaito,  el sofá amarillo rabioso de cuadros azules.

Qué comodidad irradiaba. Me he movido inquieto en la piedra plana que es mi habitual atalaya con ganas de haberme acercado a echarme una siesta en él o leer el libro que me he traído.

-¡Josús Lucera, otra vez!, Raimonde viejo perro tráetela pacá, y muérdele un anca si hace falta.

Qué alto he llegado, todo el mundo me lo dice con sorna, y sí que es verdad, qué alto he llegado, más alto que todos los que estudiaron conmigo y se fueron del pueblo  a Alemania o Francia y luego volvieron chapurreando extraño y con esos aires de grandeza. Yo estoy aquí por decisión, dejé mi trabajo en aquella oficina de Barcelona, porque me asfixiaba  y compré la casa de piedra del tío Pascual, a la que siempre le había tenido ganas, la casa con su huertecilla y su corralón, con el suficiente espacio para una docena de cabras y los aperos necesarios.

Se acabaron los agobios y el estrés, la tierra y  el aire que respiro son míos, ocupo mi espacio y mi horario a mi gusto y disfruto de esta divertida situación esta particular mañana de sábado.

¿Volverá la maestra a por el sofá?,  ha pasado media hora y no se ha percatado de haberlo perdido. Que divertido resulta. No tengo mucha confianza con ella, pero no pararé hasta bromearle personalmente y contarlo, con sorna, en todo el pueblo. El sofá volando y ahora ahí, en el arcén esperando un espectador que lo ocupe.

Los coches ralentizan al pasar asombrados. Qué hago si alguien para y se lo lleva.

-¡Raimonde, cuidao con la nueva!, ¡hi,ha!… vamos, tráela pacá.

Mira que el nombre que le puse al perro, claro tantas canciones de Raimon que escuchaba mi padre, Al vent, la cara al vent, eso y que mi Yovana es muy juerguista y muy catalana.

Por fin el coche rojo de la maestra ha regresado, soy espectador de primera fila de este asunto tan doméstico y divertido.

Han dado la vuelta hasta aparcar al lado del mueble. Se les han relajado las caras alarmadas que traían y  ahora, ambos, se ríen como posesos, se han sentado cómodamente en el sofá volador y siguen con carcajadas un tanto histéricas pero satisfechos de haberlo encontrado sin haber provocado un accidente.

Ahora sí que los coches enlentecen su camino al pasar y se ríen con ellos, incluso alguno se detiene, baja la ventanilla, pregunta algo y saca el móvil para plasmar el momento. Parece el fotograma de una película de Buñuel.

 -¡Vamos Lucera pa casa! Dejaste pasar tu momento.

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Lo que da de si la imaginación a partir de un suceso real...