viernes, 18 de diciembre de 2020

LA MANO DERECHA Y LA IZQUIERDA - Miguel Agustín Príncipe

El otro día le leía a mi madre un maravilloso librito de cuando ella iba a la escuela. Allí apareció este filosófico poema que, para mí deleite, mi madre casi recordó. 

Aunque la gente se aturda,

Diré, sin citar la fecha,
Lo que la Mano Derecha
Le dijo un día a la Zurda.

Y por si alguno creyó
Que no hay Derecha con labia,
Diré también lo que sabia
La Zurda le contestó.

Es, pues, el caso que un día,
Viéndose la Mano Diestra
En todo lista y maestra,
A la Izquierda reprendía.

-Veo, exclamó con ahínco,
Que nunca vales dos bledos,
Pues teniendo cinco dedos,
Siempre eres torpe en los cinco.

Nunca puedo conseguir
Verte coser ni bordar:
¡Tú una aguja manejar!
Lo mismito que escribir.

Eres lerda, y no me gruñas,
Pues no puedes, aunque quieras,
Ni aun manejar las tijeras
Para cortarme las uñas.

Yo en tanto las corto a ti,
Y tú en ello te complaces,
Pues todo lo que no haces
Carga siempre sobre mí.

¿Dirásme, por Belcebú,
En qué demonios consista
El que, siendo yo tan lista,
Seas torpe siempre tú?

-Mi aptitud, dijo la Izquierda,
Siempre a la tuya ha igualado;
Pero a ti te han educado,
Y a mí me han criado lerda.

¿De qué me sirve tener
Aptitud para mi oficio,
Si no tengo el ejercicio
Que la hace desenvolver?

La Izquierda tuvo razón,
Porque, lectores, no es cuento:
¿De qué os servirá el talento,
Si os falta la educación?

viernes, 11 de diciembre de 2020

La señora Julieta. Teresa Flores

 «Cuando nos quedemos sin sonrisas es cuando nos percataremos de la importancia de las mismas»

                                                                                                      Julieta Verdemar

 

Julieta es una señora muy simpática que vive en una gran casa acompañada de sus nueve gatos, seis de angora y tres persas.

La señora Julieta sale todo los días a dar un paseo y, por donde quiera que vaya, siempre camina repartiendo sonrisas.

Julieta sonríe haga frío, calor, viento o lluvia, y es que Julieta piensa que siempre hay motivos para sonreír.

Cuando se encuentra a alguna de sus vecinas, coge el autobús o tropieza con la señora cartera, aprovecha para dedicarle una de sus enormes sonrisas. Hace lo mismo con el panadero, la carnicera, el dependiente de la mercería (al que suele visitar un día si y otro también) y con la guardia urbana que cuida que todos las criaturas crucen correctamente la calle.

Alguna gente rechaza su sonrisa con una mueca de desprecio, otros sin embargo la cogen y se la guardan para pasar el día de una manera más confortable.

La señora Julieta no echa cuentas de cómo suelta sus sonrisas por el mundo, tanto es así, que una mañana que estaba especialmente alegre repartió más sonrisa de la cuenta. Se sentía pletórica de energía, caminaba a tal velocidad que recorrió la ciudad, de punta a punta hasta cuatro veces, y las cuatro veces depositó sus sonrisas por todos los escaparates y por todas las tiendas.

Tantas y tantas sonrisas esparció, que se fueron quedando por los portales, las avenidas, colgadas de los semáforos, enganchadas en las papeleras, incluso alguna de ella se coló en la mochila de un niño que marchaba tranquilamente a la escuela.

Otras se posaron en las escaleras de una oficina, en el coche de la policía, en la puerta del ayuntamiento y dejó tres o cuatro sonrisas más en el kiosco de  prensa donde, cada día, se quedaba extasiada mirando las revistas.

Tantas sonrisas dejó y tantas repartió, que se fueron enganchando unas a otras a lo largo de las aceras. Algunas quedaron prendidas en las hojas de los árboles del parque, hasta que una ráfaga de viento las balanceó juguetona sobre las azoteas.

Volaron las sonrisas como cometas por encima de los patios de los colegios, de las chimeneas, del río, de los hospitales y de fábricas aburridas que además de provocar un horroroso humo negro, despachaban cada día  trabajadoras de rostro entristecido.

La sonrisas navegaron horas y horas sin detenerse, y las criaturas al verlas comenzaron a recogerlas, husmeando por los rincones para ver si se encontraban alguna sonrisa despistada.

Poco a poco en lugares perdidos, algunos bastante oscuros, fueron hallando sonrisas de la señora Julieta. A veces era solo una media sonrisa o un pedazo, pero con gran paciencia empezaron a cuidarlas y fueron recuperando las sonrisas dañadas, las no aceptadas o arrugadas, de forma que aumentó tanto la colección de sonrisas, que poco a poco y sin darse cuenta, fueron añadiendo las suyas propias.

Al día siguiente la ciudad amaneció plagada de sonrisas, nevada de sonrisas. Tantas y tantas había, que tenías que irlas apartando para poder  caminar, y los chicos y las chicas de los colegios las fueron repartiendo a todos los transeúntes, con una sonrisa enorme puesta en sus rostros.  

Aunque algunos las despreciaron, la mayoría se las colocó cerca de la oreja y escucharon el rumor que provocan las sonrisas, otros se las pusieron cerca del corazón y mucha gente, la mayoría, las guardó en sus bolsillos  notando,  durante todo el día,  unas ganas irresistibles de bailar.

Las sonrisas pasaron de mano en mano, se cambiaron como los cromos de los álbumes, poblaron los jardines y las plantas, y todos y cada uno de los presentes guardó el recuerdo del día de las sonrisas, como uno de los más preciosos e importantes de su vida.  

 

miércoles, 9 de diciembre de 2020

El pájaro pañuelo Teresa Flores

Dibujo de Marta Flores 

    Dio cuatro pasos sobre la superficie de la mesa, los suficientes para colocarse en el centro. Juntó sus piececitos calzados con unas sandalias blancas, sencillas, iguales a las que llevaba todos los veranos.
    Giró y los miró desde su escasa altura. Allí estaban; sus tíos, primos y demás familia y escondidos entre ellos, como queriendo pasar desapercibidos, sus padres.
    Esta vez no iban a conseguir hacerla rabiar. Esta vez ella sería más fuerte y más lista, aunque sintiera la boca pastosa, le picaran los ojos, las mejillas se le tintaran de amapola, y le diera ganas de hacer pipí.
   Se permitió otro giro.
  Levantó la cabeza desafiante dentro de sus difíciles cinco años, presintiendo que serían muchos los momentos de su vida, en que se encontraría en una situación parecida.

     Confusa, metió las manos en los bolsillos de su vestido nuevo. Su vestido amarillo, de flores coloradas, que tanto le gustaba y que hoy estrenaba con motivo de la fiesta de presentación de su hermanita.

      Si el zumbido que había en sus oídos pudiera callarse, seguro que escucharía las risas y los murmullos de su espontáneo público. — ¡Canta Laura, canta!, que nos han dicho que lo haces muy bien—.

     —No mejor que baile— dijo una voz de chico, seguramente su primo Carlitos, al que tanto odiaba.

     Se sacudió el flequillo. Sacó las manos de los bolsillos sujetando el pañuelo que aquella mañana su papá le había dado. Lo amasó haciendo una bola, una bola redonda, perfecta, y la mostró sobre sus palmas abiertas a todos los que tenía a su alrededor.

     Ante la desenvoltura de la niña se hizo un absoluto silencio. 

     De pronto el pañuelo en sus manos tomó vida. La pelota redonda, chiquita empezó a agitarse y poco a poco se abrió, extendiendo sus alas y emprendió el vuelo.

     Picoteó por encima de la mesa algunas miguitas de pan, alisó el bigote de su tío Manolo y acabó posándose en el sombrero de su querida madrina.

     En solo cinco minutos, sin una palabra, el pájaro pañuelo voló por encima de la mesa, se detuvo expectante ante los postres, acarició goloso una guinda del pastel, y acabó posándose en el hueco de su cuello desde donde le susurró al oído una conversación que la hizo sonreír, responder que sí, luego que no, para acabar alzando los hombros. 

    Una conversación que todos hubieran querido compartir.

     Después de otro vuelo corto se acurrucó en la panera, volvió a hacerse huevo, se durmió, y allí se quedó medio olvidado.

     El aplauso que recibió fue tan grande que cuando su madre la levantó de la mesa cogiéndola en sus brazos tuvo la sensación de que volaba.

     Mientras que la ceñía en un abrazo pleno de ternura le dijo emocionada — Laura, ¡serás la mejor contadora de historias que exista en la tierra! y no te preocupes si nunca puedes contarlas con palabras—


miércoles, 25 de noviembre de 2020

EL BOLSO ROJO de Raquel Díaz Reguera

De la editorial Tres Tristes Tigres, he encontrado este bellísimo material, adquirido de la librería Un Mundo Feliz 



La particularidad del material es que además de ser un rompecabezas cuya imagen final es la que se muestra en la foto, las piezas del mismo son nueve tarjetas postales listas para viajar a los buzones de la persona más querida del planeta. Ocho de ellas contienen un fragmento ordenado de la historia. La primera o la última es la tarjeta con la foto de presentación del cuento y sin ningún texto para que enviemos a nuestros corresponsales las palabras que deseemos.
Hasta que no reciba la última de las tarjetas no podrá componer el cuento, y si queremos marearlo mas podemos mandársela en orden diferente al que corresponde e incluso no desvelar el remitente hasta la tarjeta final.
Una maravillosa idea transportable a otros cuentos y a otras actividades (dibujos, instrucciones...) y que nos recuerda aquella experiencia maravillosa que era enviar y recibir misivas en nuestros buzones.   
Una de las tarjetas por la parte del texto con el espacio para el sello y la dirección 

Un fragmento de la historia


Una preciosa cajita acompaña y cuida  este delicado material .

 


lunes, 23 de noviembre de 2020

CUENTOS PARA LEER Y JUGAR

 Este precioso material obtenido en la Librería UN MUNDO FELIZ de Granada  es de la Editorial La Galera y las autoras son María Tarragó y Gina Samba. 

Consta de un libro con cuatro cuentos tradicionales, 28 piezas de puzzle y un rotulador borrable. 
El material se presta a contar los cuentos en el orden correcto y una lámina en blanco extra, permite dibujar otro final para cada historia, que podemos modificar todas las veces que deseemos.
También podemos cambiar el orden de las historias o bien mezclarlas entre sí  y hacer una mucho más complicada y loca.
Los cuentos son: CAPERUCITA, RICITOS DE ORO, LOS TRES CERDITOS Y PULGARCITA.

He aquí como queda Caperucita con otro final,

Caperucita Roja, una niña muy cumplidora
lleva miel a a la abuela que tanto adora.
Por el camino se para a recoge alguna flor
sin darse cuenta de que la espía un lobo traidor.
Llega a la casa y la puerta está abierta.
la abuela en la cama, le espera despierta.
Caperucita se acerca para darle un beso,
pero no es la abuela es el lobo travieso.
La abuela cansada de tanta diversión,
los manda castigados a su habitación.
Otro FINAL
Y les obliga, muy a su pesar, 
a estar un mes entero sin hablar por Wasap.


Algunas láminas de los cuentos con su pestañita para encajar las unas en las otras



La historia de Caperucita y otro final 







lunes, 16 de noviembre de 2020

Aguacero Teresa Flores

 

Dibujo de Marta Flores

Salió de la tienda contenta, riéndose muchísimo con voz cantarina y despierta. Saltaba sobre sus botas nuevas, rosas, brillantes, como pulidas. Saltaba de un charco a otro, sin perdonarlos, salpicando todo a su paso. Su madre la llamó a su lado y juntas, de la mano, recorrieron, bajo la lluvia, el tramo de camino que les quedaba hasta llegar a casa.

Se sentía tan radiante, tan viva. No quiso quitarse las botas al llegar a la entrada y su madre tuvo que secárselas con un paño para evitar mojarlo todo. Después, ella misma comprobó,  que resultaba imposible ponerse el pijama con aquel calzado tan rosa y tan brillante amarrado a sus pies.

Su cabello corto, lacio y negro, se agitó cuando saltó  desde la silla de la cocina para ir a al encuentro de su padre y enseñarle su nuevo tesoro. Se le veía tan feliz.

Por la noche, el agua, mansa, seguía cayendo.

En su cama, sus cinco años parecían pequeños. Su cuarto, al que no le faltaba detalle, indicaba todo el cariño que se había puesto en su espera.

Se durmió abrazada a su conejito blanco y solo se despertó, ligeramente, cuando su madre primero y su padre después, vinieron, como cada noche, a visitar su sueño y regalarle un beso.

A las tres de la mañana la tormenta arreciaba y golpeaba con fuerza los cristales de la habitación. Las luces iban y venían siguiendo los envites de las ráfagas de aire llevadas por el viento.

En la semioscuridad de su cuarto, un gemido le subió garganta arriba. Escuchó, con terror, las gotas de agua que se estrellaban furiosas contra el techo de uralita. La sinfonía se había convertido en la más terrible de las bravatas. El aguacero era temporal, la lluvia llanto… La casa se movía sacudida por la ira de los dioses.

Dibujo Marta Flores 

En sueños, escuchó sus voces, percibió la humedad del ambiente, el repiqueteo angustioso que intento acallar iniciando una salmodia y sumergiendo su cabeza bajo la almohada. Presentía que si ponía los pies en el suelo, para ir a pedir auxilio, se encontraría con que el agua llegaba a los límites de su propio colchón. La agonía le subió al pecho y lo que eran lamentos callados se hicieron gemidos que fueron elevándose de tono.

A pesar del agua, a pesar de la tormenta, se tiró de la cama y salió al pasillo, abrazada al conejito blanco, asustada y llorosa. El agua entraba, a raudales, por los resquicios que dejaba una uralita pobre y perforada.

Sus padre, cogiéndola en brazos, la trasladó, con mucho cariño, al dormitorio conyugal mientras la calmaba— ¡Ay mi pequeña Lyn! ¡Mi pequeña!— le decía, — Es solo lluvia, no pasa nada, aquí estás protegida—

Su madre llegó con un pijama de franela y una toalla. Le secaron los cabellos empapados de sudor y le retiraron la ropa arrugada de terror y lágrimas. En brazos, la acercaron a la ventana y le mostraron el parque donde solía jugar y un poco más lejos el tejado de su escuela.

La lluvia formaba regatos pequeñísimos e indefensos tras los cristales. Poco a poco se fue sosegando.

El techo de uralita se hizo sólido y la realidad volvió a su espacio.

Saltó de los brazos de sus padres y corrió, por el pasillo, hasta su cuarto para buscar sus botas nuevas, volvió con ellas en la mano y con una incipiente sonrisa se refugió contenta en la gran cama. Cada uno a un lado, acariciándola, perteneciéndole. Tan diferentes y tan próximos.

Mientras se dormía escuchó, de nuevo, su historia. La historia de una pequeña Lyn a quien, una noche, el más feroz de los aguaceros le había robado su casa y su primera familia...   


domingo, 1 de noviembre de 2020

AL FURGÓN


 Es admirable la habilidad con la que Henri Meunier y Nathalie Choux han realizado este libro ilustrado para contar a los más pequeños el tema de los SIN PAPELES.

Se puede trabajar en clase representándolo y haciendo una gran cadena con todos los que tienen que entrar en el furgón por ser ilegales... con la frase AL FURGÓN vamos todos -solidariamente de la mano- a luchar por un mundo sin discriminaciones.



martes, 27 de octubre de 2020

MOUN



Libro de Rascal y Sophie. 
Un precioso relato sobre la adopción que se presta a teatralizar, también se puede meter en una caja y todo aquello  que nos une a nuestro pasado, para hablar de lo que significa comenzar una nueva vida en otro lugar. Recuperar la identidad de quienes viven alejados de sus países y de sus familias de origen.


...«Una mañana de primavera, una cajita se detiene entre las estrellas del mar y las conchas de la playa. Frente al mar vivía una joven pareja de enamoradas. Desde la ventana de su habitación divisan la caja de bambú sobre la arena mojada. Se visten con rapidez y corren cogidos de la mano hasta la playa. 
Cortan la cinta que cierra la caja encontrando a un bebé de ojos almendrados, comprendiendo, así, que Moun será su primera hija»... 

lunes, 26 de octubre de 2020

El color de la arena

 


Un precioso libro de Elena O'Callaghan y María Jesús Santos

....«Mi abuelo cuenta que cuando tenía mi edad, llevaban las caravanas de camellos hasta el mar. Pero eso fue antes de la guerra. Una guerra que, según cuentan los mayores, nos sacó de nuestras tierras y dejó al abuelo cojo para siempre. 

El abuelo dice que el mar es azul. Yo nunca lo he visto. Pero lo he dibujado en la arena. Mi mar no es azul. Es del mismo color que las cabras y los camellos: del color de la arena. Dice mi abuelo que el día que yo vea el mar podre pintarlo de azul y que ese día seremos libres.»....

jueves, 22 de octubre de 2020

19 CONSEJOS PARA ESCRIBIR BIEN:


JB Oliveira |


1. Evita repetir la misma palabra, porque esa palabra se convertirá en una palabra repetitiva y, por lo tanto, la repetición de la palabra hará que la palabra repetida disminuya el valor del texto en el que la palabra se repita!

2. Huye al máximo del uso. De abrev., porque ellas tb empobrecen qquer. txt o mensajero Que tú. Escribiendo

3. Remember: Los extranjeros nunca! Están fuera! Ya la palabra de la lengua portuguesa es muy agradable! De acuerdo?

4. Nunca debes estar usando el gerundio! Porque así va a dejar el texto desagradable para quien va a estar leyendo lo que vas a estar escribiendo. Por eso, debe estar prestando atención, pues, de lo contrario, quién va a estar recibiendo el mensaje estará comentando que su manera de estar redactando va a estar molestando a todas las personas que van a estar leyendo!

5. No apele a la jerga, hermano, aunque parezca así, genial, de la hora, sacaste? Entonces joya. Gracias

6. Se abstrae peremptoriamente de grafar terminologías vernaculares classicizantes, pinzadas en alfarrabios de priscas eras y eivadas de preciosismos anacrónicos y esdrúxulos, inconciliables con el alcance colimado por cualquier escriba o amanuense.

7. Nunca abuse de citas. Como alguien ya dijo: ′′ Quien camina por la cabeza de los demás es piojos ". Y ′′ Todo aquel que cita a los demás no tiene ideas propias "!

8. Recuerda: el uso de paréntesis (aunque parece necesario) daña la comprensión del texto (termina truncando su sentido) y (casi siempre) alarga innecesariamente la frase.

9. frases lacónicas con solo una palabra? NUNCA!

10. No uses redundancias, ni pleonasmos o tautologías en la redacción. Esto significa que tu redacción no tiene que decir lo mismo de formas diferentes, es decir, no debe repetir el mismo argumento más de una vez. Eso es lo que significa, en otras palabras, que no se debe repetir la idea que ya se ha transmitido anteriormente con palabras iguales, similares o equivalentes.

11. La hortografía meresse muinta atención! Preciza ser corrijida ezatamente para no firir la lingúa portuguesa!

12. No abuse de las exclamaciones! Nunca!!! Jamás!!! Tu texto quedará intragable!!! Recuerda!!!

13. Siempre se evitará la mesóclisis. De ahora en adelante, se pondrá cada día más en la memoria: ′′ Mesóclisis: la evitaré "! La excluiré! La abominaré!"

14. Mucha atención para evitar la repetición de terminación que dé la sensación de poetización! Rima en la prosa no se entra: es algo desastroso, además de horrorosa!

15. Huye de cualquier generalización. En todos los casos, todas las personas que generalizan, sin absolutamente ninguna excepción, crean situaciones de confusión total y general.

16. La voz pasiva debe evitarse, para que la frase no sea pasada de manera no destacada junto al público al que va a ser transmitida.

17. Sea específico: deje el tema más o menos definido, casi sin duda y hasta donde sea posible, con unas pocas oscilaciones de posicionamiento.

18. Como he repetido un millón de veces: evite la exageración. Él daña la comprensión de todo el mundo!

19. Por fin, recuerda siempre: nunca dejes frases incompletas. Ellas siempre dan margen a



lunes, 19 de octubre de 2020

CAPERU PARA ADULTOS

 CLARA LILLO

-Con Doña Flora, por favor-,

La anciana casi muere de estupor;

-Que es la hora de la siesta descarado

y tengo el corazón muy delicado.

 

El director que la aguardaba,

rumió una disculpa acelerada

y con una labia extraordinaria

 en breve cautivo a la octogenaria.

 

-Voy a ofrecerle una oferta tentadora;

ya sabe que en los tiempos de ahora

la moda son los fondos de pensiones,

podría usted ganar varios millones-.

 

-Invierta usted en la bolsa, Doña Flora

y sea de su bosque la señora.

Tendrá un marido sexi p`abrazarla,

vendrá aquí su familia a visitarla-.

 

Quedó un largo silencio al otro lado,

aquel tipo en la tecla le había dado.

Aunque sus hijos bien que la atendían,

ella pensaba que no la querían


 El lobo percibió aquel arrebato

apresurándose a cerrar el trato.

Y le puso una sola condición

ceder la casa tras su defunción.

 

-Por cierto, ¿prefiere tarta o helado?

Que sus vecinos vienen del mercado.

Yo voy para su bosque en un momento,

pregúnteles, verá que no le miento.


Y para acelerar todo el proceso,

le puso arsénico a la tarta de queso.

Duró poco al bruto su alegría

al ver que era Caperu quien le abría.

 

Cortábase el ambiente con machete

cuando Doña Flora se alejó al retrete.

Caperu clavole al lobo su mirada

desenvainando su lengua afilada.

 

-¿No le da vergüenza?- preguntó.

-¡Podría ser su abuela!- le escupió.

El lobo se sintió tan apurado

que al trozo de la tarta dió un bocado.

 

Y así cerró el banquero su oficina

enfermo de su propia medicina.

Mientras ella y la abu fueron

a un viaje de placer donde quisieron.

 

Y así murió el lobito por ladrón

y por ser un tanto fanfarrón,

pensando que la pobre Doña Flora

no tenía una Caperu que la adora.

 

 


miércoles, 14 de octubre de 2020

LA CIUDAD DEL PERMANENTE OLVIDO

 

No puedo explicar como llegué a Áurea ni qué camino me llevó a ella, solo sé que en  el momento mismo en que me detuve en una de sus plazas, sin asfaltar,  me sentí detenida en el tiempo.

  Observé que sus calles no tenían nombre, ni números sus casas, sus avenidas no poseían apodos, ni placas sus parques, sólo letreros vacíos lucían sus estatuas y las fachadas de lo que me parecieron inmuebles  municipales.

Pregunté asombrada  dónde estaba a dos amables señoras que me miraron sin prestarme mucha atención y no quisieron o supieron decirme nada, después vagué por entre sus edificios y cuando que me sumergí en aquel particular caos me encontré viviendo el presente.

Los niños vinieron rápidos a saludarme, me llevaron de la mano a mostrarme sus tesoros. Saboreamos todos los helados posibles de la heladería del pueblo sin tener que pagar nada. Nos detuvimos ante señores que jugaban en el parque partidas de ajedrez absurdas e interminables. Tropezamos con mochilas escolares abandonadas por las esquinas. Empujamos a las abuelas que reían subidas en los columpios y picoteamos en las cestas de la compra depositadas sobre los mostradores vacíos del Banco. 

No supieron explicarme el por qué de las farolas encendidas en pleno día, ni qué hacían las cajas de bebidas tiradas por las esquinas o los  paquetes de cartas sin repartir. 

Conforme pasaban los días me fui acomodando con facilidad a la vida de Áurea, a su caos civilizado, su permanente olvido, su pacificación absoluta.  Ciudad de risa inmediata y vigorizante, de vida al segundo, placer instantáneo, amores efímeros y  vagabundeo insaciable.

Las mujeres del pueblo me aceptaron sin sorpresa, ya que para ellas solo era una  cara más a las que cada día les enfrentaba su desmemoria. Juntas pasábamos los ratos hilando conversaciones, entre juegos infantiles, alrededor de una mesa de cocina,  recogiendo frutos en el huerto o solucionando  problemas cotidianos en un ayuntamiento improvisado en cualquier calle del pueblo.

Observaba admirada como llevaban a sus bebitos amarrados a la espalda para evitar olvidarlos en cualquier sitio, niños que recibían en el momento de su nacimiento un nombre, por medio de un beso que las madres depositaban en sus frentes. Nombres que quedaban grabados para siempre y que tardé en descifrar el tiempo justo que me llevó olvidar el mío.

Una vez que aprendían a andar los niños pasaban a ser de todos, ocupaban el tiempo en jugar hasta caer rendidos y acababan paseando por las calles de Áurea a ver dónde olía más rica la comida, otros veces se contentaban con un chusco de pan o una fruta capturada en los árboles del “huerto parque”, que crecía misteriosamente, sin que nadie lo cuidara, en el corazón de la ciudad.

Quise almacenar en mi memoria, que con el paso del tiempo se hacía cada vez más inútil, los nombres de algunas de aquellas criaturas con las que tanto compartí, tanto aprendí y tanto me dieron y me llené de palabras tan ligeras como; Suspira, Momento, Inmediato, Efímera, Alba, Aliento ó Liviana.

 Durante aquellos días, no puedo precisar cuantos, dormí en diferentes casas, amé a algunos hombres de mirada sencilla, que nada pidieron y nada prometieron, que me entregaron su enorme ternura y me olvidaron casi en el mismo momento en  que los dejé.


Comprendí que la vida en este pueblo era chispeante y espontánea,  siempre en permanente transformación, ya que las familias cambiaban continuamente de casa, de esposos, de hijos, todas las puertas permanecían abiertas, nada era de nadie, todos se cuidaban entre sí  y aprendían, tanto grandes como pequeños de la maravillosa escuela de la vida. 

De repente, sin saberlo, tal vez a causa de los efectos de la luna nueva o de los diferentes solsticios del año, todo volvía de una manera natural a un orden relativo,  cada habitante buscaba su lugar; su casa, su oficio, se encontraban las parejas, se reconocían tocándose las manos, acariciándose las caras y se decían las cosas de siempre, que por ensalmo se habían convertido en nuevas. Se reían fuerte, alegres, sin temor, estrujaban hasta el límite a sus auténticos hijos que se dejaban querer y regañar sin darle mucha importancia a lo que estaba ocurriendo.

Sentí que Áurea sería siempre la ciudad del permanente afecto. Ningún hombre o mujer se enfrentaba jamás a su pareja, ningún hijo renegaba de sus padres, porque nadie tenía memoria para el rencor,  los abuelos, eran abuelos universales, de todos, y, a pesar de ser los más desmemoriados, a partir de los setenta y cinco años empezaban a recordar, como por arte de magia, que un día el pueblo no había sido siempre de esta manera.

Intenté averiguar de qué vivían sus habitantes y para mi asombro pude ver camiones repletos de alimentos que llegaban hasta el pueblo, no en vano Aurea estaba en medio de ninguna parte por donde pasaban carreteras que iban a muchos sitios, y los chóferes descargaban montones de víveres que les permitían vivir sin problemas durante meses.

Me comentaron que un extraño sortilegio atraía esos camiones… luego como cayendo de un hechizo, esos hombres pasaban algún que otro apuro al comprobar que no dejaron la carga donde debieran, pero dónde la habían dejado no podían encontrarlo en ningún mapa, ya que el pueblo se solía olvidar hasta de sus propias coordenadas y se perdía en el espacio.

No sentí en ningún momento necesidad de irme de allí, no sólo porque era difícil salir, si no porque para qué salir de la ciudad del infatigable olvido, en donde nada comprometía ni distraía, y se vivía la vida  aferrándose al segundo inmediato para poder dejarlo caer en el abandono. 

Nunca supe cuánto tiempo estuve viviendo en Áurea. Solo sé que un día  siguiendo el rumor del agua que conducía a la Casa del Molino, me encontré de pronto a la salida del pueblo y sin darme cuenta olvidé el camino de regreso y me vi pisando caminos de tierra que me llevaron a una carretera asfaltada.

Unos excursionistas me encontraron perdida y desorientada, en el interior de un bosque al caer la noche.

No supe decirles mi nombre, ni de donde venía. Tampoco pude responder ni entendí una sola de las preguntas que me hicieron la policía, mi marido, mis hijos e incluso los médicos que me examinaron. Hablaron de un golpe, accidente, conmoción, ante mis explicaciones sobre el lugar perfecto en el que había pasado el último mes.

 Cuando les relataba que allí vida y reposo se conjugaba en una mezcla agradable, que era lo que  hacía que sus habitantes acabaran olvidando el objetivo prioritario de sus vidas y se quedaran a morar para siempre en Áurea, notaba sus miradas extrañadas y preocupadas. Con el tiempo aprendí a adaptarme a mi antigua realidad.

Dónde estuve aquellos días, fue para todos un misterio.

Mi coche apareció, como por ensalmo, en un bancal de la Vega, solo tenía algunos arañazos.

Eché de menos Áurea, aunque no logré amarrarla, por mucho tiempo en el recuerdo, pero algunas veces… en las noches sin luna, cuando veo el columpio del patio que se balancea solitario, oigo voces de niños que canturrean y entonces  sonrío, sonrío sin poder evitarlo. 

 


lunes, 12 de octubre de 2020

UNA TARTA DE PLATANO

Cuentos para dibujar


Este cuento es de Richard Thompson  traducido del libro DRAWAND TELL

Mientras se va contando la historia se van dibujando los diferentes elementos. El texto es aproximativo y podemos enriquecerlo a nuestro gusto, así como cambiar los personajes de la historia. Los números indican el orden en que se va haciendo el dibujo.

Es muy interesante para que las criaturas inventen sus propios cuentos.

Jesy vive en una pequeña casa en la colina del Sacromonte (1 ésta es la colina y 2 ésta es la casita de Jesy)

Una preciosa mañana, cuando el sol se levantaba (3 este es el sol) y los pajaritos cantaban, Jesy decidió hacer una tarta de plátano.

Bob, su amigo, también quería hacer la tarta pero, la verdad, no le ayudaba mucho, no paraba de jugar con los plátanos y con los huevos, volcó la harina y tiró la leche al suelo. Jesy, cansado de sus tonterías lo mandó a jugar a la calle para poder terminar de una vez.

Cuando la tarta se enfrió Jesy llamó a Bob y se sentaron juntos a merendar y se comieron la mitad del pastel.  (4 la mitad del pastel)

-Vamos a llevarle la otra porción a Alexia mi mejor amiga que vive aquí al lado.

Cuando llegaron a su casa  (5 la casa de Alexia)) vieron que su puerta estaba abierta pero no había nadie dentro.

-Seguro que está en la piscina, -dijo Jesy, -Bob quédate aquí y espera, voy a ver si está allí y a decirle que venga.  Puso la tarta encima de la mesa y se fue a buscar a su amiga.

Bajó andando por la colina hasta la piscina (6 ésta es la piscina) Jesy caminó alrededor de la piscina pero no la encontró.

-Debe estar en el patio de recreo, tendré que darme una buena caminata. Y eso hizo atravesó el parque de juegos (7 este es el patio) y la estuvo llamando por su nombre, hasta que la encontró cerca del gimnasio (se cierra  el dibujo)

-¡Alexia! vamos a tu casa tengo una sorpresa para tí

-¿Una sorpresa? exclamó Alexia

-¡Si vamos!

-¡Bob, hemos regresado!-,  pero Bob no estaba, y media tarta había desaparecido, se la había comido bocadito a bocadito,  bocadito a bocadito (8, pellizcos) y lo único que quedaba eran dos pedacitos pequeños (9, los redondeles que hacen de nariz). 

-¡Oh, Bob se ha comido tu sorpresa!-exclamó Jesy enfadado

-¿Qué era, una tarta de crema de plátano?, no pasa nada- dijo Alexia vamos a hacer otra. Y eso hicieron.

 La lección  que tenemos que aprender con esta historia, es que no debes dejar nunca solo a un mono con una rica tarta de crema de plátano.

 



lunes, 21 de septiembre de 2020

EL CUENTO CÁLIDO Y TIERNO DE LOS CHODUDÚS. Claude Steiner

 

Había una vez, en tiempos muy remotos, una familia que era muy feliz. Se trataban de Valentín y Carlota que tenían dos niños; Margarita y Timoteo.

Eran muy dichosos y tenían muchos amigos. Para comprender hasta qué punto eran felices, hay que conocer cómo se vivía en aquella época. A cada criatura, al nacer, le era entregada una bolsa repleta de Chodudús. No puedo decir cuántos Chodudús tenían porque no se les podía llegar a contar. Eran interminables. Si metías la mano en la bolsa siempre encontrabas un Chodudú. Eran muy valorados ya que cuando los recibías te sentías muy feliz y contento.

Los que no tenían Chodudús acababan  sufriendo dolores terribles de espalda, empezaban a encogerse y a veces hasta se morían. Pero en aquel tiempo, era muy fácil tener Chodudús. Cuando alguien necesitaba uno, se acercaba a otra persona y le decía:- Me gustaría tener un Chodudú. Entonces metía la mano en su bolsa y sacaba uno del tamaño de un puñito y tan pronto como lo entregaba éste empezaba a reír y a esponjarse. Si lo colocaba sobre el hombro, la cabeza o las rodillas se ovillaba tiernamente contra su piel, produciendo unas sensaciones cálidas y agradables por todo el cuerpo.

La gente no dejaba de cambiarse Chodudús y como eran gratis, podían tener todos lo que quisieran. Esto producía que casi todos vivieran alegres y se sintieran felices y contentos.

Y digo "casi", porque había una persona que no estaba contenta viendo a la gente intercambiar sus Chodudús. Era la feísima bruja Belzefa. Estaba muy furiosa porque la gente al ser feliz no compraba sus filtros ni sus pociones y se le ocurrió un plan maquiavélico.

Una hermosa mañana, Belzefa se acercó a Timoteo y le dijo al oído mientras  observaba a Margarita y a Carlota jugando juntas -¿Ves los Chodudús que Margarita da a Carlota? Si sigue haciendo eso, no le quedarán más para tí-  Timoteo se asustó - ¿Quieres decir que no habrá más Chodudús en nuestra bolsa cada vez que quiera uno?, -Efectivamente- respondió Belzefa, cuando se terminen, se habrán terminado. Y despegando se alejó, por el aire sobre su escoba, riéndose burlonamente. Timoteo se tomó estas palabras muy en serio y a partir de ese momento, cuando Margarita regalaba un Chodudú pensaba que no le quedarían más para él.

 ¿Y si la bruja tenía razón? Le gustaban mucho los Chodudús de Margarita, y la idea de que pudieran terminarse no solo le inquietaba sino que le ponía muy furioso. Se puso a vigilarla para que no los despilfarrase dándolos a cualquiera.  Además se quejaba cuando ésta lo hacía. 

Incluso a su madre a la que quería mucho dejó de ofrecerle sus Chodudús y los guardó solo para él. Los demás niños viendo lo que estaba pasando y aunque pensaban que no estaba bien negar los Chodudús, comenzaron a tener mucho cuidado con sus posesiones. Vigilaban atentamente a sus familias, y cuando sentían que alguno daba a los otros se enfadaban y cogían unas horrorosas rabietas.

 ¡Cómo cambiaron las cosas¡ ¡El plan diabólico de la bruja funcionaba! Aunque todavía encontraban Chodudús cuando metían la mano en sus bolsas, lo hacían cada vez menos y se volvían más avaros.  Pronto comenzaron a observar la falta de Chodudús, y se empezaron a sentir infelices.

La gente dejó de sonreír, de ser amables, algunos empezaron a encogerse y a veces hasta se morían por falta de Chodudús. Cada vez compraban más filtros y pociones a la bruja. Aunque eran conscientes que no servían para nada pero, no tenían otra cosa. 

 La situación se hizo más y más grave. Sin embargo, la mala Belzefa no quería que la gente se muriera. Una vez muertos, no podían comprarle nada. Así que imaginó otro plan. Le dio a cada persona una bolsa muy parecida a la de los Chodudús, excepto que era fría, mientras que la que contenía los Chodudús era cálida. En estas bolsas, Belzefa había puesto Frapicantes.  Estos Frapicantes no provocaban a quienes los recibían calor y ternura, sino  frialdad y cólera. Sin embargo era mejor que nada ya que evitaba que se enfermasen.

Asi pues ocurría que cuando alguien decía- Quiero un Chodudú - los que temían agotar su reservas respondían- No puedo regalarte un Chodudú, pero, ¿Quieres un Frapicante?

Cuando dos personas se juntaban con idea de intercambiar  Chodudús la mayoría de las veces ocurría que una de ellas cambiaba de opinión y finalmente le daba un Frapicante.

A partir de ese momento aunque  la gente casi no se moría, eran muy desgraciados, tenían mucho frío y estaban siempre enojados. La vida se volvió mucho más amarga y complicada. Los Chodudús, que al principio estaban disponibles como el aire que se respira, se hicieron cada vez más y más escasos.

La gente hacía cualquier cosa para conseguirlos.

Antes de que apareciera la bruja, solían reunirse en pequeños grupos para intercambiarse Chodudús. Contentos, sin preocuparse de la cantidad regalada o recibida. Después del plan de Belzefa, se juntaban por parejas y se guardaban los Chodudús para ellos.

Los que no encontraban a nadie que se  los regalara se vieron obligados a comprarlos y tenían que trabajar muchas horas para poder pagarlos.

Como se habían vuelto tan escasos, algunas personas conseguían Frapicantes, ya que eran innumerables y gratuitos, y las cubrían con plumas suaves para esconder su naturaleza y hacerlas pasar por Chodudús. Estos falsos Chodudús complicaban aun más las cosas, pues si dos personas  los cambiaban esperando sentirse bien lo que les ocurría era que se encontraban fatal y no comprendían nada de lo que estaba pasando.

La vida se volvió muy triste. Timoteo recordaba que todo había empezado cuando Belzefa les había hecho creer que un día los Chodudús se acabarían.

Pero fijaros lo que pasó. Una joven alegre y despierta, llegó un día a este triste país. Nunca había escuchado los comentarios de la bruja mala y distribuía Chodudús en abundancia sin temor a que se terminaran. Los ofrecía de forma gratuita, incluso antes que se los pidieran. La gente la llamó Julia Dudú, pero algunas personas la criticaban porque animaba a los niños a regalar Chodudús como siempre se había hecho.

A los niños les gustaba mucho Julia porque se sentían muy bien con ella. Empezaron a repartir Chodudús a su aire. Los adultos se asustaron y decidieron promulgar una ley para protegerlos e impedirles despilfarrar sus Chodudús. Esta ley decía que estaba  prohibido distribuirlos a tontas y a locas y que se precisaba un permiso para intercambiarlos. 

A pesar de esta ley, muchas criaturas siguieron cambiando a escondidas sus Chodudús cada vez que querían y cada vez que alguien se los pedía. Y como había muchos, muchos niños, tantos como adultos, parecía que las cosas iban a cambiar.

Todavía, no sabemos que va suceder...

 ¿Acaso los adultos, con sus leyes, van a impedir la generosidad de los niños y las niñas? ¿Van a seguir el ejemplo de Julia y de las criaturas, asumiendo el riesgo de que no haya siempre todos los Chodudús deseados? ¿Recordarán  los días felices de su infancia cuando los Chodudús  eran abundantes aunque se regalaran sin contarlos? ...