Este fue un ejercicio de escritura al que todas hemos jugado en la escuela... si fuera.
A vosotras adivinar que personaje es. Como dato es mujer y no es real, pero suficientemente conocido para los amantes de las letras.
Si
fuera una música, sería Polymorphia de Penderecki. Una
sinfonía imprevisible; pesada, dolorosa, introvertida y, a su vez explosiva y
aterradora. Transcurre desde la tormenta al alarido, en un continuo desgarro
tonal acabando por resultar opresiva.
Si fuera una flor, sería una planta invasora,
de color marrón mortecino y apagado. Con raíces que se incrustan en la piedra, sin
importarle el mal que provocan. Su obsesión; cegar ventanas y puertas e impedir
el paso de la luz y del aire. Proteger, pero en realidad aislar. Sin apenas florescencia,
si acaso cinco preciosas flores, que acabarán ajadas por la falta de luz en sus
vidas.
Si fuera un animal, estaría entre un águila
culebrera y un pájaro moscón. El primero,
por su extraordinaria figura, su seguridad y el control sobre lo que rodea su
territorio. El segundo, por la vigilancia exhaustiva que establece a sus cinco crías
–tanto- como para llegar a construir una entrada falsa en el nido, de manera
que impida el acceso a cualquier depredador.
Si fuera un color, sería el negro. Un negro
intenso pero mate. Un negro de pesimismo y podredumbre. Con ciertas vetas de un
potente rojo, que manifiestan una pasión encubierta cargada de ira y reproches.
Si fuera un lugar, sería un cementerio. Pero
no un cementerio cualquiera, con tumbas encaladas, flores en los nichos o
esculturas armoniosas. Sería un árido camposanto, a la orilla de una vieja
iglesia medio derruida. De tumbas oscuras, mimetizadas con la tierra, apenas
marcadas con una cruz de palo o una vulgar piedra. Un lugar silencioso y
oscuro, donde solo se oyen –a veces- los llantos bisbiseantes de algunas
plañideras rezando a sus muertos.
Si fuera una roca, sería el granito. Por su dureza,
su fuerza y su resistencia. Piedra ideal para basar un edificio, capaz de
soportar las más duras de las contiendas.
Si fuera un árbol, sería un baobab de
magnífico porte. Anclado a la tierra, fuerte, perenne, inquebrantable. Siempre
vigilante. De ancha y enorme copa, –tanta- como para cubrir, proteger y
ensombrecer –sin permitir la llegada de la luz- lo que sus ramas abarcan. Con
fruta suficiente para alimentar a sus escasos moradores.
Si fuera una pintura, sería “Saturno devorando a
su hijo”, de Francisco de Goya. Macabro, cruel, vengativo: "Si no eres lo
que yo quiero que seas, no existirás para nadie”. “Eres mía y te puedo llevar a
la muerte”. ¿Odio, venganza… terror a lo que la sociedad opine?
Si fuera una comida, sería una ensalada de rúcula
con mucho limón. Amargura y acidez. Incomible.
Si fuera una montaña, sería un volcán, concretamente
el Pacaya, situado en Guatemala, con unos 2500 metros de altura. Un volcán
antiguo pero en permanente actividad, imprevisible y peligroso. Con erupciones
de lava y fumarolas, así como terremotos y derrumbamientos, que sacuden y ponen
en peligro la vida de los habitantes de sus laderas.
Si fuera un río, sería el Urubamba de Perú.
De caudal impredecible y tumultuoso. De rápidos y cascadas peligrosas. Hoces y gargantas
profundas que no dejan pasar la luz. Cauce que se oculta para volver a aparecer
a destiempo. Pocas veces tranquilo y tan peligroso en determinadas épocas, que puede
devastar y arrasar todo lo que encuentre a su paso.
Si fuera un fenómeno meteorológico, sería una tormenta. Concretamente
una tormenta eléctrica de las más peligrosas, la llamada de superceldas, que
acumula tensión célula a célula hasta
que explota en forma de ciclones, rayos y granizos. Con demostraciones cercanas
a la ira de Dios, indicando una pasión malsana, encubierta tras muchos años de angustia
y represión.
Si fuera una prenda de ropa, sería un sudario blanco. Ocultar
el sucio cuerpo objeto de escándalo. Crisálida de pureza. Inmovilizar hasta
paralizar el pensamiento, la respiración y el placer. Antes morir que ser
deshonrada.
Si fuera un objeto, sería un rosario de
pedernal con cinco misterios dolorosos. Cada uno de ellos dividido en siete cuentas
correspondientes a los días de la semana. Repetido, cadencioso, cotidiano…
interminable. Mantra insoportable que se clava en la mente joven impidiéndole
toda escapatoria.
Si fuera un aroma, sería una mezcla de
jazmines ajados con polvo macilento de una casa cerrada al aire de la calle, a
la luz y a la vida.
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