Cómo esconder mis cuatro metros de estatura, mis 800 kilos de peso, la pelambrera rojiza que cubre mi cuerpo, estos larguísimos brazos que me permiten robar los huevos de las más altas ramas o mis enormes pies de seis dedos, cuyas huellas van señalando inequívocamente, mi rastro.
Por qué me tocaría ser así, quién me maldijo de esta
manera, quién colocó sobre mi persona esta losa tan pesada. Por donde quiera
que aparezca soy odiado y vitupendiado.
Por qué tuvo que ser Hanna, mi madre, la ogresa más
temida de los bosques de Cornualles la que encontrará un día al terrible
bastardo que la mancilló a traición, valiéndose de un potente narcótico.
Será esa mi condena, que por ser el fruto de una violación
dominen en mí, dicen, las más viles pulsiones.
No soy yo quien desconfié de los humanos, fueron ellos
los primeros que achacaron a mi persona los más terribles y violentos crímenes. Me atribuyen el rapto de bebés de
sus cunas, acarrear tiernas criaturas dentro
de un saco, cuando son sus propios padres quienes reclaman mi presencia ante
sus malos comportamientos, si yo nunca respondí a dichas llamadas.
¿Cómo pueden imputarme tanta barbarie? ¿Acaso fui yo
quien engordó a Hansel para hacerlo mi comida? ¿Hay datos que corroboren que
fuera mi persona la que devoró a los siete cabritillos? ¿Tuve algo que ver con
aquel tontorrón que destrozó la puerta de mi reino con aquellas estúpidas habas?
Reconozco que gozo con frenesí de una buena pitanza, que
me complazco al desventrar un jabalí y sumergir mi hocico en sus entrañas
palpitantes hasta notar cómo se le aleja la vida, que sacio mi sed al libar la
dulce sangre de un tierno cervatillo degollado, que gusto de la voluptuosidad de
un buen revolcón con una ogresa de mi tamaño,
pero ¿qué crueldad hay en eso? Acaso, no es ley terrenal que los grandes
se alimenten de los pequeños. ¿No es bien cierto que cuando los libero de los feroces
osos o de los hambrientos lobos en invierno, contribuyo a que el crecimiento
animal mantenga su ritmo ordenado?
No puedo negar que guardo algunos pecados en mis
alforjas, que fui yo, quien corté por confusión la cabeza a mis siete hijas y
estrangulé con mis propias manos a mi
mujer, cómplice de parricidio, por haber dado cobijo a aquel niño repulsivo
y a sus seis hermanos. ¿Tenía acaso que
haberla perdonado cuando aun sufro con angustia la ausencia de mis preciosas ogritas
y su asesinato puebla cada noche mis más oscuras pesadillas?
¿Es un defecto acaso, dejarme llevar por mis instintos
más carnales?
¿Cuándo dejarán de hablar mal de mí, lanzar bulos sobre
mi persona y reconocer la importancia de mi rol en la naturaleza?
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