martes, 28 de octubre de 2025

Infancia, familia y otras locuras

 

Mi libro y su maravillosa portada

Por fin llegó. 

El pobre ha sufrido un montón de vicisitudes para poder ver la luz, pero lo más importante es que ya está en mi estantería dispuesto para llegar a mis amistades. 

En él he reunido un puñado de relatos de los escritos en últimos años. textos revisados en los talleres, leídos y comprobados una y cien veces para afinarlos y hacerlos más interesantes y mejores.

Es un libro para llevar en el bolso, o casi en el bolsillo. Manejero, de letra suficientemente grande para los que olvidamos las gafas en la funda o al lado del periódico. Divertido y a la vez serio, con temas diversos reunidos en tres capítulos atendiendo a los diferentes temas tratados o a las voces de la narración.

Marta Flores Nieto, es la autora de la portada, con un dibujo acorde al título y al contenido.

Jorge Fernández Bustos ha sido mi magnífico corrector y quien se ha ocupado de la maquetación y, la Editorial Ende quien ha realizado la tirada.

No puedo olvidar a Alfonso Salazar que me dio la idea del título y en cuyo taller de escritura escribí la mayoría de los textos.

Ni a mis compañeras del taller donde siempre aprendí tanto escuchando y debatiendo.

Ya estamos buscando lugar donde presentarlo.

 

Sana y asequible

De nuestra enviada especial de Canal PLUM                                                Patricia Ramírez. Granada 23 de febrero del 2025

A las 20 horas de ayer, al inicio del Paseo de los Basilios, frente al antiguo edificio de los Sánchez, se produjo un extraño fenómeno.

Todo comenzó cuando una joven ejecutiva, de unos 28 años de edad, se detuvo cerca del kiosco de prensa, no para mirar el móvil, como estamos acostumbrados, sino que se quedó completamente paralizada con la vista fija en las alturas.

Los diferentes viandantes que circulaban, sólo se percataron de su presencia cuando empezaron a tropezar con ella, lo que les llevó a preguntar qué ocurría. La muchacha, en completo silencio, observaba atentamente la parte superior del edificio de los Sánchez, hoy ocupado en su planta baja por un conocido supermercado.

Una señora delgada de pelo rizado, se detuvo a su lado preocupada por tanta inmovilidad. Ante la falta de respuestas a sus preguntas siguió con la vista hacia el lugar donde miraba la joven sin percibir la más mínima novedad. Minutos después, se aproximó un chico acompañado por un perrito de lanas al que le pareció ver a una persona que gesticulaba de forma extraña en uno de los balcones del quinto piso y, la conversación a partir de ese momento, se fue haciendo cada vez más incongruente.

El corro no hizo sino aumentar y los comentarios se sucedieron a velocidad de vértigo. Una niña, de unos diez años, expuso que el problema era un gato atigrado que se  paseaba tranquilamente por la cornisa del edificio, y que había que llamar, con urgencia, a los bomberos. Ante la llantina de la pequeña un señor mayor amonestó, con virulencia, a los allí presentes alegando que entorpecían el paso a los caminantes. El chico del perro, empezó a reír de forma grosera y a gritar que aquello tenía toda la pinta de formar parte de un estúpido programa de televisión.

Mientras, la joven ejecutiva con la que se había iniciado el incidente, seguía con la mirada puesta en el cartel color verde del nuevo supermercado. Ante las preguntas de unos y otros sobre qué era lo que veía, se limitó a expresar con voz alterada: «¡Se mueve!».

Para las 20,30 de la tarde, el corro reunía a una veintena de personas. Algunas de ellas se retiraban ante la falta de información y la incomprensión del suceso, mientras otras que se aproximaban continuaban vaticinando todos los posibles acontecimientos.

Los móviles hicieron aparición: selfis, fotos a la ejecutiva de mirada fija, instantáneas al edificio, a los paseantes, a la puesta del sol e incluso, al señor mayor, que amagaba con liarse a bastonazos con una rapazuela a la que acusó de intentar robarle la cartera.

La confusión continúo durante bastante tiempo. Se cruzaron apuestas sobre si se trataba de un intento de suicidio, alguien advirtió que había un niño atrapado en una de las terracitas, otro dio la alarma sobre unos gritos que escuchó y hasta se llegó a  hablar de un asesinato...

Para terminar de complicar las cosas, un estudiante de matemáticas cargado de libros, que se acababa de incorporar al grupo, auspició que todo lo que ocurría se debía la alineación de los siete planetas, para esas fechas y, matizó con cierto énfasis, la caída de un meteorito que se acercaba a toda velocidad hacia la tierra. 

Todo era una intriga absoluta.

Hacía las 21 horas, la policía se personó en la zona e intentó, sin éxito, desalojar a la muchedumbre. La joven inmóvil, con el rostro demudado, comenzó a contar del diez al cero como si esperase la detonación de una bomba. Instantáneamente, los que la rodeaban dieron dos pasos hacia atrás, arrastrando con ellos a todos los que circulaban por la zona.

En el momento en que la chica se detuvo en el cero, el cambio fue evidente, el cartel de letras inmensas, se  transformó. Varios de los presentes pudieron percibirlo, treinta segundos más tarde las letras retornaron a su lugar.

Fue suficiente para que el griterío aumentara y la histeria comenzara a cundir. Entre los mirones alguien exclamó que aquello se debía a un corte del suministro eléctrico, otro comentó la posibilidad de un desprendimiento del letrero luminoso y una lunática exasperada expuso a gritos, su teoría del efecto devastador de la luna llena sobre los cimientos del edificio.

A las 22 horas, el imponente cartel parpadeó tres veces y quedó definitivamente modificado. En él se podía leer:

           MERDACONA

 El grito fue apoteósico. El personal empezó a aplaudir. A las risas que acompañaron el momento se sucedieron protestas contra lo acontecido. En un momento dado se alzaron un número importante de voces gritando consignas, denunciando el encarecimiento de los alimentos, la falta de calidad de los mismos debido a la presencia de metales pesados y sobre todo de microplásticos.

En breves minutos, empezaron a volar por encima de la muchedumbre un número indeterminado de panfletos explicativos de las consignas mencionadas.

Los antidisturbios acudieron a contener a la multitud. El tráfico fue debidamente cortado en la zona.

A las doce de la noche un comunicado del grupo G.U.A.S.A. (Gestionemos Una Alimentación Sana y Asequible), reivindicó en la radio y la televisión local la autoría del suceso.



jueves, 9 de octubre de 2025

Pulsos de agua


Desde hace dos semanas lo vengo escuchando, es como un lamento sordo, como un sonido desgarrador y penetrante que horada mis oídos y los de todas las criaturas que sobre él habitamos.

Conforme el sol ataca los días de este invierno tan extraño, nuestro suelo va emitiendo más y más latidos, se asemejan a pulsos de agua, serpientes marinas que nos cercan.

Intento no perder de vista a mis oseznos, los llamo con voz lastimera si se alejan apenas dos pasos, pero me siento prisionera del momento, del terrible momento, si no puedo cazar, si me alejo; si lo que llevo durante tantos días presintiendo se cumple, será nuestro fin y, lo que es peor, será el de ellos, mis pequeños.

 Las focas, nuestro alimento, hace tiempo que emigraron más al norte huyendo de esta debacle que se acerca, pero yo, recién parida, no sé siquiera cómo podré enfrentarme a mi propia debilidad y a la crianza de mis dos cachorros.

Si no me alimento en breves horas, en un par de días no tendré suficiente leche para amamantarlos.

Hasta mi blanco pelaje luce más apagado, mi respiración se hace fatigosa por momentos, mi compañero se fue, ¿partió a la caza o nos abandonó?, prefiero no pensarlo.

El suelo de nuevo se cimbrea.

Acuso el tremendo y anómalo sol de este extraño invierno. El viento templado que no permite mantener el grosor del hielo, necesario para caminar sobre él con seguridad.

Tiemblo, no de frío, sino de miedo.

Llamo a mis pequeños y me acurruco solícita con ellos, los envuelvo en un abrazo que nos proteja del desastre. ¿Acaso está en mi mano remediarlo?

De repente, el espacio que ocupamos, amenaza con separarse de la enorme masa que nos ancla a un suelo más compacto.

Gruño atemorizada, rujo, me incorporo sobre mis patas traseras, levanto los brazos, enseño los dientes embravecida, enfurecida, temerosa.

Pero lo más terrible ocurre.

Se desgaja definitivamente, se rompe el hielo que pisamos. El sonido es patente. Se parte la lámina cristalina y un lento desplazamiento se instaura.

Es un instante, apenas tres segundos angustiosos, dejo de sujetar a mis criaturas. En el movimiento realizado, a pesar de mi cautela, mi pequeño se separa de nosotras.

Lo veo alejarse con una lentitud angustiosa. Casi puedo tocarlo, pero sé que es inútil moverme, hacerlo sería ponernos en peligro a los tres. Sujeto con fuerza a mi osezna que gime presintiendo la desgracia. Ella y yo permanecemos inmóviles…

Lloro con lamentos de desesperación y rabia. No puedo alcanzarlo, no puedo…Tan pequeño, tan frágil, apenas un ovillo de lana blanca y casi rosada, que destaca ante la luz hiriente de la mañana…

Lanzo manotazos desesperados al aire, lo llamo, me golpeo el pecho con fuerza, grito desesperada mientras la pequeña asustada, entre mis gruesas patas, se aferra con fuerza a mi pelaje.

Pero mi otra criatura se aleja, irremediablemente se aleja, a una velocidad tan lenta que puedo ir captando su figura y cada uno de sus rasgos que fijo en mis pupilas para no olvidarlo nunca: sus ojos bellos de bebé perdido, su negra mirada lánguida, sentado en el suelo, alzando sus bracitos, llamándome, llamándonos, con un gemido lastimero que me rompe, me quiebra, me destroza, como el hielo, como la vida que se nos acaba de fragmentar en mil pedazos.

Amamanto a la pequeña con mis lágrimas.

El sonido del hielo destrozándose acompaña los lamentos de mi hijo que ya es un pequeño punto en lontananza… No volveré a tenerlo en mis brazos, no podré enseñarle a nadar, ni a cazar. Escasos días permaneció sobre la tierra. Al menos no tendrá tiempo de conocer a los que se dicen humanos, ni espantarse de la brutalidad de sus actos y las consecuencias de los mismos.

Maldigo a esos seres que han destrozado mi espacio, nuestro espacio, que han provocado que nuestro tiempo cambiara, que han hecho desaparecer nuestros alimentos, calentar nuestros mares e inundar de basura nuestras aguas.

Los maldigo por no respetar el ciclo sagrado de la vida. Y les auguro que también sufrirán la desgracia de ver destrozado su hábitat  y perder a sus seres queridos.

domingo, 5 de octubre de 2025

Eso no se hace


María Ortiz

Tiempo de espera, tiempo detenido de palmas, palmitas y cinco lobitos. Mamá, no quiero más sopa si no me la traes en avión y dile al Coco que no venga a buscarme que ya me duermo sola. A la nana, nanita nana, nanita ea, mi niña tiene sueño, bendito sea. Aplaude la familia mis primeros pasos agarrada al filo de los muebles. Todo es descubrimiento. Tantos hermanos para jugar. Pilar me deja su cuna, su biberón y su espacio junto a la cama de mis padres. Miro y aprendo las primeras normas…

¡Eso no se toca!
 
Los primeros juegos con los primos y las primeras travesuras. Me encanta correr por el campo, subirme al trillo y saltar desde las pacas de paja. Mamá, ¡me pica todo! Qué sabrosas las brevas de la higuera. Ya tengo quince cromos. Mi hermano me ha roto mi preciosa muñeca de porcelana. Lloro desconsolada. Por mucho que me lo repitan: el patio de mi casa no es particular. No quiero jugar más al corro de la patata, prefiero que me cuentes un cuento, no el de las asaúras no, que me asusta pero a la vez me encanta.
¡Eso no se hace!
 
De la mano a mi primera escuela con mi primer babero. “¡Calladita estás más guapa!”. A rezar como una niña buena: «Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro hermanitos que me esperaban...». Así no es, “Vamos a contar mentiras”, esa canción me gusta mucho. Papá saca el coche y nos lleva al campo con la tortilla de patatas y los filetes empanaos. Hacemos cabañas con ramas. Jugamos al escondite inglés. “Esto era un rey que tenía tres hijas, las metió en tres botijas y las echó cuesta abajo”. No, ese no, cuéntame mejor el cuento del “Gallo pelao”. 
¡Eso no se dice!
 
Nos vamos a la ciudad, atrás se quedan los abuelos en el pueblo. Nueva escuela, nuevos uniformes grisáceos. Domingos de misa obligatoria. Mamá, ¡me aburro! No se dice me aburro, se dice orina caballo. Papá compra el periódico para él y los tebeos para nosotros. Se hace una espera agradable. Me pido leerlos la prime. Me gusta sobre todo “la familia Ulises”. Sábados por la tarde recorridos mágicos con el tranvía, nos vamos a Dúrcal, a Dílar… Descubrimos los pueblos de los alrededores de Granada con meriendas de pan y chocolate. Mamá nos contagia su pasión por el campo, silbatos con hojas, barcos de juncos; la diferencia entre la retama y la gayumba; el sabor del pan y quesico y el dulzor de la madreselva.      
¡Eso no se cuenta!      
 
Primeros cursos en aquel enorme colegio lleno de niñas que no saben pronunciar la jota. Flores, dice la monja, repite delante de toda la clase: Jaime, baja la jícara, la jaula y el botijo. ¡Qué tontería! No soy un monito de feria. Mis primeras mejores amigas. Mis primeros libros. Encontrar el escondite perfecto para entregarme a mi mayor pasión que saca de quicio a mi madre: la lectura. Tebeos de Tintín; Matilde, Perico y Periquín; novelas ejemplares... Después llegarían las de aventuras de Enid Blynton,  releídas cada verano —aún descansan en la estantería de mi casa—. “¡Quisiera ser tan alta como la luna!”. Música de zarzuela para desayunar. Rezar, rezar, rezar… Aburridos rosarios diarios. ¿Cuántas misas?, qué lejos se iba mi mente con tanto mantra soporífero. ¡Al pueblo, nos vamos al pueblo! Visitas al despacho de mi padre. Cuando te sientes, las rodillas cerraditas. ¡No, a los árboles no te puedes subir!
¡Eso no es de niñas!
 
Crecer, espejo que muestra lo que la ropa camufla. “Cinco semanas en globo”, me gusta Julio Verne aunque me salto tanta descripción. Leo las primeras novelitas rosas.  De la biblioteca de papá solo me quedan por leer los libros cristianos o los prohibidos; El diario de Daniel, El diario de Ana María… Un libro para los chicos y otro para las chicas. No aclaran ninguno de ellos los líos que pasan, a esta edad, por el cuerpo y por la cabeza. Para más confusión, en el manual “Pureza y hermosura”, la religión censura aún más cada acto cotidiano. Escribo mi primer diario y mi primera obra de teatro. También mi primera novela colectiva en el patio del colegio durante los recreos. Me fascina Agatha Christie. Consigo mi primera guitarra y canto de María Ortiz “Mi amiga Catalina”.
¡Eso no se mira!
 
Ropa censurada, “Burda” censurada, palabras censuradas, conversaciones censuradas. El instituto llega a mi vida como un torbellino, clases mixtas, risas contenidas, pandillas de excursiones domingueras en el tranvía de la sierra. El aire empieza a oler a nuevo. Cantos con la guitarra en maravillosas tardes de amigos. “En la mesa se habla de flores y de amores”. El rosario diario se hace cada vez más odioso. Surgen las mentiras necesarias para justificar las salidas con los amigos, con la pandilla o con el primer amor. “Tú no puedes volver atrás” palabras escritas para mí. Visito Cabo de Gata y leo “Campos de Níjar”, fiel reflejo de aquella tierra por extraño que parezca. El teatro, una nueva pasión que llega a mi vida y la hace su centro. Sería la más joven de la compañía haciendo el papel de la más mayor en “Doña Rosita la soltera”. Me inundo de poesía: “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres”, recital que presentamos de Miguel Alarcón “Palabras de amor y muerte”.
¡Eso no se discute!
 
Universidad, reuniones clandestinas en fines de semana con consignas surrealistas. Panfletos escondidos, libros prohibidos que se compran bajo el mostrador de la librería Alarcón después de decir una palabra clave… Emoción y a la vez miedo. Paco Ibáñez nos sacude en el Crucero del Hospital Real, “¡A la calle que ya es hora!”. Vivaldi,  Mozart y otros músicos, irrumpen en casa gracias a mi hermano mayor y se llenan las habitaciones con los ecos de “La consagración de la primavera”. Canción folk, canción protesta, cantautores… los Beatles, Miguel Ríos,  cada hermano aporta sus gustos musicales. Pachanga con el dúo dinámico y tardes de guateques. Canta Joan Báez “El preso número nueve”, Quilapayún nos pide que “Unamos todas las manos” y rompamos todas las murallas, Raimon nos acerca “La cara al vent”.
Eso sí se puede.
 
Primer trabajo, primera casa propia, primera escuela. Compromiso político, pedagógico. Libros y más libros de amigos o de bibliotecas. “Muerto el perro se acabó la rabia”, brindamos por los tiempos que vienen, lloramos por los que no están. Irrumpen las voces del pueblo, ¡A la calle! ¡A la calle!, “¡El pueblo unido jamás será vencido”, “Libertad, ¿por qué sin ira?”…Trabajo, reuniones y más reuniones. ¿Esto es la democracia? Formar parte de la Asociación de vecinos del Zaidín, las fiestas. Luchar para recuperar los derechos que se perdieron. Queda tanto por hacer. Optimismo y alegría, mucha alegría, “Perquè el temps està canviant”.
¡ESO SÍ!