De nuestra enviada especial de Canal PLUM Patricia Ramírez. Granada 23 de febrero del 2025
A las 20 horas de ayer, al inicio del Paseo de los Basilios, frente al antiguo edificio de los Sánchez, se produjo un extraño fenómeno.
Todo comenzó
cuando una joven ejecutiva, de unos 28 años de edad, se detuvo cerca del kiosco
de prensa, no para mirar el móvil, como estamos acostumbrados, sino que se
quedó completamente paralizada con la vista fija en las alturas.
Los
diferentes viandantes que circulaban, sólo se percataron de su presencia cuando
empezaron a tropezar con ella, lo que les llevó a preguntar qué ocurría. La
muchacha, en completo silencio, observaba atentamente la parte superior del
edificio de los Sánchez, hoy ocupado en su planta baja por un conocido
supermercado.
Una señora
delgada de pelo rizado, se detuvo a su lado preocupada por tanta inmovilidad. Ante
la falta de respuestas a sus preguntas siguió con la vista hacia el lugar donde
miraba la joven sin percibir la más mínima novedad. Minutos después, se
aproximó un chico acompañado por un perrito de lanas al que le pareció ver a una persona que
gesticulaba de forma extraña en uno de los balcones del quinto piso y, la
conversación a partir de ese momento, se fue haciendo cada vez más incongruente.
El corro
no hizo sino aumentar y los comentarios se sucedieron a velocidad de vértigo. Una niña, de unos diez
años, expuso que el problema era un gato atigrado que se paseaba tranquilamente por la cornisa del
edificio, y que había que llamar, con urgencia, a los bomberos. Ante la llantina
de la pequeña un señor mayor amonestó, con virulencia, a los allí presentes
alegando que entorpecían el paso a los caminantes. El chico del perro, empezó a
reír de forma grosera y a gritar que aquello tenía toda la pinta de formar
parte de un estúpido programa de televisión.
Mientras, la
joven ejecutiva con la que se había iniciado el incidente, seguía con la mirada puesta en el cartel color verde del nuevo
supermercado. Ante las preguntas de unos y otros sobre qué era lo que veía, se
limitó a expresar con voz alterada: «¡Se mueve!».
Para las
20,30 de la tarde, el corro reunía a una veintena de personas. Algunas de ellas
se retiraban ante la falta de información y la incomprensión del suceso, mientras
otras que se aproximaban continuaban vaticinando todos los posibles acontecimientos.
Los
móviles hicieron aparición: selfis, fotos a la ejecutiva de mirada fija, instantáneas
al edificio, a los paseantes, a la puesta del sol e incluso, al señor mayor,
que amagaba con liarse a bastonazos con una rapazuela a la que acusó de intentar
robarle la cartera.
La
confusión continúo durante bastante tiempo. Se cruzaron apuestas sobre si se
trataba de un intento de suicidio, alguien advirtió que había un niño atrapado
en una de las terracitas, otro dio la alarma sobre unos gritos que escuchó y hasta se
llegó a hablar de un asesinato...
Para terminar de complicar las cosas, un estudiante de matemáticas cargado de libros, que se acababa de incorporar al grupo, auspició que todo lo que ocurría se debía la alineación de los siete planetas, para esas fechas y, matizó con cierto énfasis, la caída de un meteorito que se acercaba a toda velocidad hacia la tierra.
Todo era una intriga absoluta.
Hacía las 21
horas, la policía se personó en la zona e intentó, sin éxito, desalojar a la
muchedumbre. La joven inmóvil, con el rostro demudado, comenzó a contar del diez
al cero como si esperase la detonación de una bomba. Instantáneamente, los que
la rodeaban dieron dos pasos hacia atrás, arrastrando con ellos a todos los que
circulaban por la zona.
En el
momento en que la chica se detuvo en el cero, el cambio fue evidente, el cartel
de letras inmensas, se transformó. Varios
de los presentes pudieron percibirlo, treinta segundos más tarde las letras
retornaron a su lugar.
Fue suficiente
para que el griterío aumentara y la histeria comenzara a cundir. Entre los mirones
alguien exclamó que aquello se debía a un corte del suministro eléctrico, otro
comentó la posibilidad de un desprendimiento del letrero luminoso y una lunática exasperada
expuso a gritos, su teoría del efecto devastador de la luna llena sobre los cimientos
del edificio.
A las 22 horas, el imponente
cartel parpadeó tres veces y quedó definitivamente modificado. En él se podía
leer:
En breves minutos, empezaron
a volar por encima de la muchedumbre un número indeterminado de panfletos
explicativos de las consignas mencionadas.
Los antidisturbios
acudieron a contener a la multitud. El tráfico fue debidamente cortado en la
zona.
A las doce de la noche un
comunicado del grupo G.U.A.S.A. (Gestionemos Una Alimentación Sana y Asequible),
reivindicó en la radio y la televisión local la autoría del suceso.
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