domingo, 22 de enero de 2023

YA ESTÁ AQUÍ SU TRANVÍA

Sigo con los textos que hacemos para el taller de escritura que conduce Alfonso Salazar, en este caso la motivación era escribir un suceso acaecido en la Navidad de 1922... Este fue el mío.

 

Cuentan que Don Manuel de Falla vivía en el Carmen del Ave María en la Antequeruela baja, y, para subir a su casa tomaba el tranvía en la calle de la Colcha. Tal respeto y prestigio tenía que el conductor paraba allí de forma expresa, para entrar en una librería ya tristemente desaparecida donde Don Manuel le esperaba sentado tranquilamente tomando un café. El ferroviario se quitaba la gorra y le decía con mucho respeto: “Don Manuel, ya está aquí su tranvía”.
 https://granadaonly.com/monumento-de-granada/los-tranvias-de-granada/

No era algo que le agradaran a don Manuel las tareas burocráticas, pero realmente a 20 de diciembre  de aquel 1922 ya estaba empezando a hartarse.

El ejercicio económico estaba a punto de terminar y no tenía más remedio que hacerse cargo de las quejas de los proveedores que habían hecho posible aquel increíble sueño y que a estas alturas del año seguían sin ver un real.

Trajeado con un terno gris marengo, de corte clásico, sencillo a la par que elegante, y el abrigo de lana más grueso que había podido encontrar para poder  soportar con entereza el clima granadino de  diciembre, encaminó sus pasos hacia el ayuntamiento.

La mañana, a pesar del frío, resultaba radiante.

Después de bajar del tranvía en Puerta Real y mientras iba sorteando los charcos producidos por las últimas lluvias, se detuvo embelesado, en medio de la calzada, a riesgo de ser atropellado por algunas de las bicicletas y escasos automóviles que por allí transitaban.

Dirigió su mirada hacia Sierra Nevada, ahora  repleta de nieve, iluminada por un sol resplandeciente que provocaba que el azul del cielo no tuviera parangón al que conociera  en su Cádiz natal, y, como le solía ocurrir, asoció este  maravilloso paisaje con una de las melodías que estaba componiendo y que desde hacía semanas no paraba de rondarle por la cabeza.

Pedro, conserje y portero  del Centro Artístico, le sacó de su ensimismamiento al saludarle con cordialidad, don Manuel respondió con un ligero toque al ala de su sombrero de copa, que habitualmente utilizaba en invierno, echando de menos en este gesto no llevar los guantes forrados de piel que solía ponerse para sus paseos vespertinos.

Tenía que conseguir que la floristería y la empresa de alquiler de sillas que habían contribuido a que  se pudiera celebrar el Primer Festival de Cante Jondo cobraran. Ese era su objetivo mañanero y estaba dispuesto a enfrentarse con quien fuera para lograrlo.

Su mente voló rápido a aquel magnífico día de junio, a pesar de la lluvia, de los conflictos con los colegas del Centro Artístico, del genio de algunos que parecían hacer todo lo posible por destrozar los sueños de otros, había que reconocer que el evento había sido magistral.

«Ay, esta Granada cainita -se dijo para sus adentros-, con una mano te ensalza y con la otra te abofetea».

El festival había sido un éxito, gente de todo el mundo había apoyado la iniciativa, incluso muchos de ellos se habían desplazado desde el extranjero para venir a disfrutarlo.

Recordó con cierta melancolía la fase preparatoria, cuando se vio buscando cantaores noveles, gentes que empezaran, que no se hubieran subido nunca a un tablao, ni hicieran del cante una forma de vida. Para ello tuvo la oportunidad de conocer a fondo las cuevas del Sacromonte, acercarse a Guadix y a Purullena, rebuscar en los barrios gitanos de la periferia de la ciudad y le vino  la imagen de aquel chicuelo de ocho años, qué voz, qué desparpajo, o de la señá María, de San Miguel Alto, cuánta gente y cuánto arte.

Y ahora, él se sentía como un idiota teniendo que  pelearse con el tesorero del ayuntamiento o con el teniente de alcalde, que no podía ser más cafre, ese 20 de diciembre, a conseguir que terminaran de pagar lo prometido.

Mientras se acercaba a la plaza del Carmen, sacó unas perrillas para una panda de chicuelos que cantaban villancicos con cierta gracia acompañados con una improvisada  zambomba y una botella de anís.

Navidad triste para los que nada tienen.

«Ojalá mis gestiones acaben pronto y me pueda ir a casa, la señá Engracia seguro que me ha hecho un buen caldo de cocido caliente y espeso y es posible que haya preparado alguno de esos polvorones y dulces navideños de almendra molida, que tanto me gustan. Al menos -volvió a su soliloquio- pudimos pagarle a los premiados».

Recordó con emoción a los ganadores: Diego Bermúdez 'El Tenazas' y  Manolo “El Caracol”, qué figuras, qué genios, Un germen de algo nuevo e importante se estaba gestando y además, pensó,  «podremos continuar con la Escuela de Flamenco, y comenzar a preparar el Segundo Festival de Cante Jondo, seguro que conseguiré escribir alguna partitura de esas canciones tan complejas y podremos también promocionar a algunos de los premiados».

Con estas ideas tan optimistas en la cabeza y sintiéndose más reconfortado se dispuso a atravesar la puerta del consistorio y dándose ánimos se dijo: «Vamos Manuel, ¿van a poder contigo unos burócratas del tres al cuarto?», y dando un suspiro de resignación exclamó en voz alta, para asombro del guardia de la entrada:

-¡A por ellos!

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2 comentarios:

  1. Me encanta tu texto, hermana.
    ¿Sabías que Don Manuel de Falla tenía una gran cabeza, era un poco cabezón, vamos, y en la escultura que hay de él en la Avenida de la Constitución se le nota desde lejos? En mi facultad también había una copia de un retrato suyo de líneas simples hecho por Picasso colgado en un despacho que a mi me gustaba mucho y que en el fondo me recordaba la figura y, sobre todo, la cabeza de nuestro padre.

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  2. Si era cabezón no me extraña nada, nuestro padre era así por fuera y por dentro.

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