Seguimos con los ejercicios de nuestro taller de escritura... Gracias a Teresa Costas tenemos hoy este interesante y curioso relato.
Homenaje a la Z, la pobre letra a la que, del puesto número siete, castigaron a ser la última de la fila.
Mientras
lo hace, se zambulle en el recuerdo de su padre, el zahorí, que escondió su tez
como avestruz cuando su madre, embarazada de su hermano el Zoquete,
otra Nochebuena, se alzó en una silla a
encalar el techo de su zulo y se cayó perdiendo el pie y casi la vida en un azaroso
accidente. Después llegó
el Alzheimer… y se lo llevó.
Para
apagar la tristeza que la azuza, aprieta la cruz de zafiro, herencia de su
madre, que la acompaña desde entonces. Se asoma a la ventana y ve venir
zigzagueando y cogidos del brazo a su tío el Zarrapastroso, su novio el
Zascandil y su primo el Zulú, sus invitados a cenar.
Escapa por el zaguán, tapizado de azulejos y recala en
el tablao donde se abraza con sus compañeras de baile Zoraida, Zuleima y
Zahara. Entrenza su melena azabache con un lazo azul, se coloca la última de la
fila y, juntas, zapatean con pasión y entusiasmo la zambra que preparan para la
fiesta de Nochevieja. El jazmín de la terraza ya no tiene flores con que
construir biznagas, pero todavía huele a azahar y las azaleas están preciosas.
Por
la ventana se escucha la zarabanda de la plaza, llena de luz; más cerca suenan
zambombas y zanfonas y, envolviéndolo todo, bajito, retumba “Noche de Paz”.
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