Sigo con los textos que hacemos para el taller de escritura que conduce Alfonso Salazar, en este caso la motivación era escribir un suceso acaecido en la Navidad de 1922... Este fue el mío.
“Cuentan que Don Manuel de Falla vivía en el Carmen del Ave María en la
Antequeruela baja, y, para subir a su casa tomaba el tranvía en la calle de la
Colcha. Tal respeto y prestigio tenía que el conductor paraba allí de forma
expresa, para entrar en una librería ya tristemente desaparecida donde Don
Manuel le esperaba sentado tranquilamente tomando un café. El ferroviario se
quitaba la gorra y le decía con mucho respeto: “Don Manuel, ya está aquí su
tranvía”.
https://granadaonly.com/monumento-de-granada/los-tranvias-de-granada/
No era algo que le agradaran
a don Manuel las tareas burocráticas, pero realmente a 20 de diciembre de aquel 1922 ya estaba empezando a hartarse.
El ejercicio económico estaba
a punto de terminar y no tenía más remedio que hacerse cargo de las quejas de
los proveedores que habían hecho posible aquel increíble sueño y que a estas
alturas del año seguían sin ver un real.
Trajeado con un terno gris
marengo, de corte clásico, sencillo a la par que elegante, y el abrigo de lana
más grueso que había podido encontrar para poder soportar con entereza el clima granadino de diciembre, encaminó sus pasos hacia el
ayuntamiento.
La mañana, a pesar del frío,
resultaba radiante.
Después de bajar del tranvía
en Puerta Real y mientras iba sorteando los charcos producidos por las últimas
lluvias, se detuvo embelesado, en medio de la calzada, a riesgo de ser
atropellado por algunas de las bicicletas y escasos automóviles que por allí
transitaban.
Dirigió su mirada hacia
Sierra Nevada, ahora repleta de nieve,
iluminada por un sol resplandeciente que provocaba que el azul del cielo no
tuviera parangón al que conociera en su
Cádiz natal, y, como le solía ocurrir, asoció este maravilloso paisaje con una de las melodías que
estaba componiendo y que desde hacía semanas no paraba de rondarle por la
cabeza.
Pedro, conserje y
portero del Centro Artístico, le sacó de
su ensimismamiento al saludarle con cordialidad, don Manuel respondió con un
ligero toque al ala de su sombrero de copa, que habitualmente utilizaba en
invierno, echando de menos en este gesto no llevar los guantes forrados de piel
que solía ponerse para sus paseos vespertinos.
Tenía que conseguir que la
floristería y la empresa de alquiler de sillas que habían contribuido a
que se pudiera celebrar el Primer
Festival de Cante Jondo cobraran. Ese era su objetivo mañanero y estaba
dispuesto a enfrentarse con quien fuera para lograrlo.
Su mente voló rápido a aquel
magnífico día de junio, a pesar de la lluvia, de los conflictos con los colegas
del Centro Artístico, del genio de algunos que parecían hacer todo lo posible
por destrozar los sueños de otros, había que reconocer que el evento había sido
magistral.
«Ay, esta Granada cainita -se
dijo para sus adentros-, con una mano te ensalza y con la otra te abofetea».
El festival había sido un
éxito, gente de todo el mundo había apoyado la iniciativa, incluso muchos de
ellos se habían desplazado desde el extranjero para venir a disfrutarlo.
Recordó con cierta melancolía
la fase preparatoria, cuando se vio buscando cantaores noveles, gentes que
empezaran, que no se hubieran subido nunca a un tablao, ni hicieran del cante
una forma de vida. Para ello tuvo la oportunidad de conocer a fondo las cuevas
del Sacromonte, acercarse a Guadix y a Purullena, rebuscar en los barrios
gitanos de la periferia de la ciudad y le vino
la imagen de aquel chicuelo de ocho años, qué voz, qué desparpajo, o de
la señá María, de San Miguel Alto, cuánta gente y cuánto arte.
Y ahora, él se sentía como un
idiota teniendo que pelearse con el
tesorero del ayuntamiento o con el teniente de alcalde, que no podía ser más cafre,
ese 20 de diciembre, a conseguir que terminaran de pagar lo prometido.
Mientras se acercaba a la
plaza del Carmen, sacó unas perrillas para una panda de chicuelos que cantaban
villancicos con cierta gracia acompañados con una improvisada zambomba y una botella de anís.
Navidad triste para los que
nada tienen.
«Ojalá mis gestiones acaben
pronto y me pueda ir a casa, la señá Engracia seguro que me ha hecho un buen
caldo de cocido caliente y espeso y es posible que haya preparado alguno de
esos polvorones y dulces navideños de almendra molida, que tanto me gustan. Al
menos -volvió a su soliloquio- pudimos pagarle a los premiados».
Recordó con emoción a los
ganadores: Diego Bermúdez 'El Tenazas' y
Manolo “El Caracol”, qué figuras, qué genios, Un germen de algo nuevo e
importante se estaba gestando y además, pensó,
«podremos continuar con la Escuela de Flamenco, y comenzar a preparar el
Segundo Festival de Cante Jondo, seguro que conseguiré escribir alguna
partitura de esas canciones tan complejas y podremos también promocionar a
algunos de los premiados».
Con estas ideas tan
optimistas en la cabeza y sintiéndose más reconfortado se dispuso a atravesar
la puerta del consistorio y dándose ánimos se dijo: «Vamos Manuel, ¿van a poder
contigo unos burócratas del tres al cuarto?», y dando un suspiro de resignación
exclamó en voz alta, para asombro del guardia de la entrada:
-¡A por ellos!
Me encanta tu texto, hermana.
ResponderEliminar¿Sabías que Don Manuel de Falla tenía una gran cabeza, era un poco cabezón, vamos, y en la escultura que hay de él en la Avenida de la Constitución se le nota desde lejos? En mi facultad también había una copia de un retrato suyo de líneas simples hecho por Picasso colgado en un despacho que a mi me gustaba mucho y que en el fondo me recordaba la figura y, sobre todo, la cabeza de nuestro padre.
Si era cabezón no me extraña nada, nuestro padre era así por fuera y por dentro.
ResponderEliminar