Angustia, angustia, es lo que siento
yo ahora mismo, angustia de no saber lo que va a pasar en casa, angustia ante
esta situación de desesperación y de falta de futuro. Es una buena ocasión para
ser el Mediano, es una buena ocasión. En este caso ser el Mayor no me hubiera
traído nada más que tristeza. Ser el Mediano me permite ocultarme ante lo que
está sucediendo. Madre llora, se lamenta, Padre oculta las lágrimas, la
situación es desesperada, lo sé. Saben que lo sabemos. Ya hemos llorado
bastante. Hermano Mayor aguanta contenido, intenta decir palabras de consuelo,
pero nos queda poco. Chiquitina juega con sus solo dos años, juega ajena a
todo, aunque a veces acude a mi madre y le tiende su pañuelo medio sucio para
secarle las lágrimas.
Hemos llamado a toda la familia, nos
han dicho que en el tema del dinero poco
pueden ayudarnos. Al menos los tíos del pueblo, hermanos de Padre, nos han
ofrecido su casa.
Hay angustia, mucha angustia y poco
futuro. Yo algo entiendo desde mis 10 años, la televisión que escucho, las conversaciones que desde hace meses se
repiten, las palabras que se escapan a mi cabeza y, aunque todos me digan que
soy tan inteligente no encajo bien la situación.
Hermano Mayor, con sus 14 años, tiene
la misma cara de tristeza y desconsuelo que mis padres.
El viernes, el viernes próximo será
la fecha fatídica, eso dicen FECHA FATIDICA, lo escribe el banco, las llamadas telefónicas, las miradas, las
voces que por las noches atronan en mi cabeza, FECHA FATIDICA, suena tan mal.
Padre resignado, habla y nos consuela.
No hay deseo, ni venganza en su voz. Dice que vendrán los de Stop Desahucios y la Asociación de Vecinos del
barrio y sus abogados, que ni siquiera el propio ayuntamiento lo permitirá. Que somos cinco y que no nos pueden echar a la
calle, que no pueden dejar a una familia en invierno en la calle. ¿Promesas?,
¿traición?
Fatídico, viernes fatídico, el
tiempo sin querer detenerse. Chiquitina me busca por la casa, quiere jugar al
escondite y yo quisiera esconderme para siempre. Me busca con su peluche en la
mano, diciendo que tiene malita la barriga y que quiere que lo cure, un juego eterno
e interminable. Yo el Mediano soy el doctor serio que todo lo cura, pero ahora
no tengo ganas, ahora poco puedo curar.
Una mirada silenciosa de Madre es
suficiente para que me ocupe de Chiquitina,
la coja de la mano y me la lleve a otro cuarto y conteste a las mil preguntas
qué una pequeña de dos años puede hacer. Sorprendida, reclama dónde se fue la
televisión, dónde está el horno, y qué ha pasado con los platos de fiesta de la
abuela… todo con esa lengua de trapo que nos hacía tanto reír y me voy inventando
historias de televisiones griposas y hornos cuidadores que bailan con soperas
gigantes de florecitas. Chiquitina ríe tanto ante mis tonterías que acaba por
hacerme reír y por unos segundos la casa parece volver a otros tiempos.
Yo quisiera arreglarlo pero no puedo,
no puedo, porque solo tengo 10 años y por muy inteligente que sea no entiendo
lo que está pasando.
El tiempo nos sigue traicionando, y de
pronto ya es lunes y martes y mi angustia crece y la de mis mayores también y Mayor
tiembla, mientras Chiquitina sigue corriendo por la casa buscando objetos que
no volverán nunca.
La noche del jueves nadie duerme, Fatídico se
acerca el viernes de extraño nombre. Diciembre de escasa luz. Apenas hay ruido
en el exterior, pero en mi casa todo se mueve, todos se mueven lentamente, como
bajo el agua, temiendo el instante siguiente.
Madre me lanza esa mirada entre
pestañas y yo cojo a Chiquitina bajo mi mando, dispuesto a defenderla de lo que está por ocurrir. Los
vecinos nos han aconsejado que evitáramos a la pequeña pasar por esta
situación, pero ella con su cabezonería no se ha dejado arrancar del hogar
familiar, como si entendiera que hoy era muy importante que estuviéramos juntos.
Duros pasos suenan en la escalera. Golpes
en la puerta machacan nuestros oídos. Puertas de vecinos que se abren y cierran
asustadas, movidas entre la tristeza y el morbo. Chiquitina de mi mano, protegida
por su buzo azul, sujeta con fuerza su peluche queriendo también defenderlo del
asalto.
Bajamos a la calle.
¡Nos echan! Nuestra casa dejará de
ser nuestra. No entiendo, no quiero entender lo que significa. ¡En la calle! Diciembre
me golpea. Me golpea aun más la escena que contemplo en la acera de enfrente;
monstruos, monstruos de negro con cascos infames, porras en mano, pistolas. ¿Todo
esto para una pobre familia que hace apenas un año hacía planes de veraneo y de
viajes?
Poco a poco han ido apareciendo las
pancartas. La calle se ha ido llenando de los que habían prometido venir, cacerolas,
señoras en bata, camisetas rojas, consignas, sonrisas valientes, hasta el
concejal del ayuntamiento está aquí.
Los conozco a casi todos de verlos
en casa conversando con Padres y Madre.
Al otro lado, en la acera de
enfrente, junto a los monstruos señores de traje gris y abrigos elegantes, con
carteras amenazadoras repletas de papeles traicioneros.
A pesar de mi anorak de tiempos
mejores he sentido un frío enorme.
Gritos y consignas han volado desde
nuestra acera. Tensión.
Sin saber cómo Chiquitina ha soltado
mi mano y ha corrido hacia los monstruos, con su traje azul y su peluche. Solo
llegaba a la rodilla de uno de aquellos enormes personajes sin rostro.
De repente se ha producido un enorme
silencio, las cacerolas han parado su sinfonía, así como los silbatos y los
gritos. Chiquitina, en uno de sus arrebatos, ha pateado la bota del monstruo y ha gritado con su
media lengua: ¡ez mi caza, ez mi caza! Ha
levantado la cabeza para ver si debajo de aquel casco existía una mirada y dando
un paso hacia atrás le ha ofrecido su peluche.
Se podía cortar el aire con un
cuchillo, cómo hubiera dicho Abuelo.
El monstruo ha bajado la cabeza
hacia Chiquitina, y luego se ha girado
hacia sus compañeros. Ha mirado a los
señores de traje gris y abrigos caros y se ha dado la vuelta. Sus compañeros lo
han imitado.
Gritos de alegría han llenado nuestra
acera.
Sabemos que volverán.
En el tercero izquierda se ha
encendido una luz.