lunes, 26 de febrero de 2024

POR QUÉ LAS TORTUGAS SON LENTAS


Dicen que en tiempos antiguos, hacia el año 3.150 Antes de la Era, cuando reinaba Narmer, el primer faraón, en el valle del Alto Nilo, las tortugas eran unos animales muy queridos.

Los habitantes de aquellos parajes apreciaban la compañía que ofrecían como animales domésticos, a la vez que  admiraban la rapidez de sus movimientos, así como la gracia y el donaire que mostraban al nadar en las orillas y estanques del majestuoso río Nilo, fuente imprescindible de vida.

Las tortugas eran de todos los tamaños y medidas. Sus caparazones brillantes de poderosas escamas, mostraban colores diversos según el hábitat en el que moraban, se podían encontrar desde de un rojo intenso como el cedro, ligero caoba o incluso algunos extraños ejemplares verdinegros.

Les gustaba nadar en grupos entre los papiros y los nenúfares de la rivera del majestuoso río y jugar al escondite entre las frondas de la orilla.

Salían ligeras del agua al atardecer y corrían a los oteros para poder disfrutar de las caricias de los últimos rayos del sol.

Tanto dentro como fuera del río se movían con rapidez y  agilidad, por lo que algunos labradores las domesticaban y las utilizaban para vigilar sus rebaños, sin temer por ellos, ya que las tortugas solo se alimentaban de pescado.

Era característico también que los trabajadores que construían las pirámides las entrenaran para las carreras, por lo que  era habitual encontrar, en los días feriados,  amplias cuadrillas de muchachos que apostaban parte de su salario por sus amaestrados animalitos, y los premiaban después con sus alimentos preferidos.

Las tortugas, aunque podían llegar a adquirir un gran tamaño, eran completamente inofensivas y constituían un preciado animal de compañía que rápidamente se habituaban a la vida domestica y aceptaban con agrado juegos y deportes.

No era raro pues que, en muchas familias de la nobleza, los niños tuvieran como mascota uno o varios de estos animalitos con los que echaban carreras  se subían  a sus lomos y los usaban como animales de tiro.

Aconteció que Aha hijo de Narmer, de cuatro años de edad, poseía una de estas mascotas, que le había sido ofrecida en su primer año de vida. Juntos habían crecido e incluso se comentaba, que el animal era quien le había enseñado a caminar. El crío jugaba con Kleinmanní, su  tortuga, a tirarle de la cola, charlaba con ella y se reía alegre cuando se echaban mutuamente el aliento a la cara. Retozaban juntos en los remansos a las orillas del Nilo y el animal, con sus largas pezuñas, le ayudaba a construir presas donde ambos se remojaban y el pequeño hacía navegar los barquitos de juncos, realizados por las hábiles manos de su padre.

Aquel fatídico día de mayo, a pesar de estar Aha bajo la vigilancia de dos nodrizas y tres soldados, nadie pudo prever lo que ocurrió. El chico tumbado bocabajo sobre el lomo de Kleinmanní se aferró a sus patas delanteras y le dijo en susurros al oído en su media lengua: ¡corre! El animal, no se hizo esperar y saltó hacia adelante, casi volando, como alma que lleva  el diablo.

En breves segundos el pequeño y la tortuga se habían volatilizado.

Cuando las nodrizas se percataron de su ausencia y los soldados dieron la voz de alarma, Aha estaba fuera de sus vistas.

Por unas horas el terror cundió en la población. Se paralizaron las obras de la pirámide y gran parte de los trabajadores fueron convocados, para ayudar, en su búsqueda.

Incluso se recurrió a tortugas domésticas, especializadas en rastreos, para que dirigieran  la operación.

Los alrededores del río fueron el lugar prioritario, ante el peligro de los cocodrilos, o de que se ahogara, y el temor de que no se llegara a tiempo para salvar la vida de la criatura.

Cinco horas más tarde, un campesino, a cuatro kilómetros del lugar de los hechos,  encontró a Aha llorando de hambre y sed bajo una palmera masticando  unos dátiles verdes. Reconoció con prontitud  la lujosa ropa que llevaba puesta y, cogiéndolo en sus brazos después de haber saciado sus necesidades, lo condujo a lomos de su mulilla a las dependencias familiares, en donde fue recibido con gran algarabía y recompensado con amplia  generosidad.

Kleinmanní no regresó jamás.

Narmen, tres días más tarde, concentró a todas las tortugas en la plaza central de la villa, en presencia de toda la población y el Sumo Sacerdote Ptah, emitió, siguiendo sus órdenes, este terrible veredicto cuyas consecuencias perduran en nuestros días:

“Las tortugas serán condenadas a vivir su vergüenza por la acción realizada por Kleinmanní. Por ello, se arrastrarán por el suelo desde este instante y no volverán a ser rápidas ni ágiles, por los siglos de los siglos”.

Debido al llanto desconsolado de Aha, por aquel terrible conjuro y sintiéndose culpable de haberlo provocado, convenció a su padre para que redujese esta condena, por lo que a las tortugas se les permitió continuar siendo ágiles y rápidas, pero solamente dentro del agua.

Ahora podéis entender porque estos animalitos tienen las patas cortas y se esconden avergonzadas, en su caparazón,  cuando alguien se les acerca demasiado.

2 comentarios:

  1. Es un cuento precioso, igual que la tortuga de tu foto. ¿Tuyo??

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  2. Si, otro de los trabajos del taller, teníamos que escribir un relato con la estructura de los cuentos de hadas. Me alegra que te guste.

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