lunes, 5 de febrero de 2024

NUBE SECA

 


                                                                          

Érase una vez, allá en el alto cielo, una nube blanca siempre estaba triste porque no poseía lluvia. Todas sus hermanas, sus amigas, cuando lloraban, cuando reían, cuando jugaban, cuando corrían… llovían. Lanzaban agua al espacio y, en forma de tormenta a veces, suavemente otras, el agua llegaba a la tierra, regaba los campos, hacía florecer los jardines, llenaba los pantanos, cubría de nieve las montañas y la vida crecía, crecía…

Nuestra nube no entendía por qué ni sus juegos, ni sus risas, ni sus bailes se convertían en agua y cada día lloraba más, pero sus lágrimas se quedaban dentro, raspándole como arena su interior blandito e hiriendo su frágil corazón.

“¿Por qué no soy como las demás? ¿Por qué no lluevo?”, le preguntó al viento.

“Yo te muevo de aquí para allá, como a todas las demás. Ese es mi trabajo… pero no sé por qué no llueves.” Le contestó éste.

Le preguntó a su hermana mayor, una grande y gris que revoloteaba a su lado. Y está le respondió, enfadada: “Yo no sé lo que te pasa, pero sí sé que, cuando yo me haga más grande y gorda, y tropiece contigo, se abrirán mis ventanas y lloveré fuerte, y me haré pequeñita y después desapareceré… y, en cambio, tú siempre seguirás aquí. Deberías estar contenta y no triste. ¡Pareces, tonta! Todas nosotras te tenemos envidia”.

Nubeseca se quedó todavía más apenada. Necesitaba saber y necesitaba tener amigas y nada tenía…

Le preguntó al Sol, y éste, brillante, amarillo y presumido, le contestó: “Yo no sé lo que te sucede, pero sí sé que, ante mi presencia, todas se van haciendo finitas, suaves, ligeras, esponjosas, todas menos tú, que sigues igual, como si fueses la única indiferente a mis encantos.”

Y ella siguió triste, preocupada, sin entender… Cada día que pasaba perdía brillo, ilusión. Hasta que un día vio llegar, desde abajo, una hermosa cometa de colores.

La cometa bailaba sin ton ni son hacia arriba. El viento se había enamorado y la empujaba risueño jugando con ella, hasta que el hilo de la cometa se enredó en la punta de nube seca y se paró.

¿Quién eres? –preguntó cometa.

Soy Nubeseca, una nube triste que nunca llueve.

Y, ¿por qué estás triste?

Porque todas mis hermanas y amigas llueven y yo no.

La cometa realizó una pirueta con su hilo y abrazó a Nubeseca.

No estés triste. No quieras ser como las demás. En la Tierra, allí de donde vengo, allá abajo, en aquel Redondito azul, hay un niño que no puede andar, ni correr, ni jugar con sus amigos, que, a veces, antes,  se reían de él. No tiene piernas y está siempre sentado en su silla de ruedas. Al principio también estaba triste, hasta que su madre le compró un cuaderno y lápices de colores y empezó a pintar. Ahora se ha especializado en pintar nubes, nubes de todas las formas y colores, nubes de noche y de día, nubes rosadas, azules, amarillas… ahora es feliz y siempre sonríe y sus amigos le piden que les pinte nubes de colores… Y ¿sabes quién es su modelo? La nube modelo que siempre pinta… eres TÚ.

Desde entonces, Nubeseca guiña el ojo cada noche, mientras se inclina hacia abajo. Y no ha vuelto a llorar.

Y, colorín colorado.                                           

                                    Teresa Costas

 

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