domingo, 5 de enero de 2025

¡MUCHA MIERDA!

 

 

Personajes: Eva, Yusuf, Isabel, Martina, Xusa,

                                          Tomás, Javi, Toxu, Chico

     

Quedan cuatro horas para el regreso. Los gritos de los jóvenes llevan acompañando toda la mañana el frenesí de la partida. Son exactamente las nueve y cuarto de la mañana y todavía queda Tomás rezongando entre sábanas, las chicas le han caído encima y le han mojado, intentando entre risas,  sacarlo de la cama.

 La ausencia de Martina pasa desapercibida entre tanto caos. Yusuf, grita desde la cocina recordando los turnos establecidos para las tareas de la casa. Las frases se suceden a una velocidad de vértigo casi ahogadas por el Aleluya de Leonard Cohen que atrona las estancias.

Falta mucha tarea por delante, ya que se han comprometido a que la preciosa casa rural, que han alquilado en Cabo de Gata, quede presentable a la hora de devolver las llaves.

La noche ha sido movida. Después del último ensayo con el que se consideraron, por fin, satisfechos, se permitieron una fiesta en la que acabaron bebiendo más de la cuenta y más de uno deambuló perdido, a mitad de la noche, entre el cuarto de baño y camas que no eran la suya.

 

—¿Sabéis dónde está Javi? —preguntó Chico, desde el jardín, haciéndose oír por encima del jaleo reinante.

—¿Alguien sabe donde está Xuxa?— le respondió Eva con una risita sardónica.

 

El encuentro resultó provechoso, habían trabajado duro desde la tarde del miércoles en que llegaron al lugar. Nada más aparcar la furgo y adentrarse en el salón, distribuyeron habitaciones, colocaron equipajes y en la «asamblea de los nueve» como se autodenominaron; establecieron, siguiendo los sensatos criterios de Toxu, un riguroso horario de ensayos, tareas domésticas y momentos de ocio.

Era su trabajo de fin de carrera. Cuatro años de Arte Dramático que debían plasmar en una representación frente a público. Habían elegido la tarea más difícil, preparar una pieza teatral, de cuarenta minutos, sobre un tema creado íntegramente por el grupo.

Después de tanto ensayo y tantas modificaciones,  ninguno de ellos podía asegurar de quien había surgido la idea primigenia de la obra, pero estaba claro que la pieza resultante, rayana en la distopía y la esquizofrenia, representaba con bastante acierto la angustia de un mundo mercantilizado, en que las personas eran un simple objeto en los procesos de producción.

 

—¿Alguien sabe donde esta Chico? —preguntó Isabel apareciendo con una escoba en la mano—, le toca barrer conmigo los dormitorios y se ha escapado en cuanto me he dado la vuelta.

—¿Y Eva? —inquirió Martina, entrando con prisa  en la sala, con el bañador aun mojado.

—¿Sabéis lo que os digo?— intervino Toxu, que en ese momento estaba apagando la música y ordenando su equipaje —, esto empieza a parecerse a nuestro  teatro, si vamos a perder a alguien que sea pronto, que a la una partimos.

 

Su comentario fue secundado por un coro de risas. El guión de la obra estaba basado en que cuanto entraban en escena los actores, comenzaban a   contar cada uno, desde su propia paranoia personal: una cosa, un objeto, una lista, una serie, pero no podían completar sus recuentos hasta que el grupo de los nueve no estuviera completo. Lo ocurrente del desarrollo, era que por más que entraban y salían al escenario, nunca conseguían estar todos.

 

—¡Yo ya estoy lista! —exclamó Eva, soltando de golpe sus bártulos en el suelo.

—Pues súbelos a la furgo, ¡so pava! —le espetó Isabel— y no los dejes por medio, así no acabamos de limpiar nunca.

—¿Qué hacemos con lo que sobró de comida?— gritó Tomás desde la cocina.

—Ya te ayudo —respondió Chico—, que te ahogas en un vaso de agua.

—¡Javi! —Vociferó Eva desde el piso de arriba—, ven y recoge tus cosas.

 

La hora de la marcha se iba acercando, los chicos trasladaron sus mochilas a la furgoneta de Isabel, con la que habían realizado el viaje.

Cada vez que alguien preguntaba por un compañero la algarabía aumentaba y las risas se hacían más estruendosas, parecía que continuaban representando la pieza teatral a la que habían dedicado tantos ensayos.

El tiempo agradable les había acompañado, a pesar de ser principios de junio. Incluso la temperatura del agua era excelente, casi caliente, como reconocieron los amantes de los baños.

A medio día Xuxa y Eva barrían la terraza, Yusuf y Javi se ocupaban en recoger las botellas de la noche anterior y siguiendo las indicaciones de Toxu, las colocaron aparte para dejarlas más tarde en  el contenedor apropiado.  Javi aprovechó esos minutos para hacer las últimas fotos a la tranquila playa, Isabel revisó las terrazas y Tomás comprobó puertas y ventanas de las habitaciones.

A las doce y media con la furgoneta casi cargada, coincidieron por fin, en el porche delantero desde donde se divisaba la pequeña cala de aguas tranquilas.  Al mirarse entre ellos, la carcajada fue unánime.

 

—¿Os habéis percatado que en toda la mañana no ha habido un solo momento, en que hayamos estado juntos en el mismo sitio? —Comentó Yusuf con cierta aprensión.

—¡Qué tontería! —exclamó Isabel— en el desayuno.

—¡No es verdad! —saltó rápida Eva—, Tomás dormía.

— Y Javi estaba en el baño —precisó Toxu.

 

En ese instante todos miraron a su alrededor. Una corriente suave, de aire fresco, se levantó haciéndoles estremecer…

El grupo seguía sin estar completo.

 

—Ahora —dijo Chico, siempre el más tranquilo, pero con un deje de histeria en la voz—, que no se mueva nadie de aquí, ¿dónde coño está Martina?

—Se fue a bañar — respondió Yusuf con un hilo de voz.

—Pero volvió, la vi, la vimos, ¿no es verdad? —aclaró Isabel— venía muy agitada y preguntó por Eva.

—Yo no la he visto desde el desayuno —respondió Eva—,  no me he dado cuenta de su ausencia, esto ha sido un guirigay toda la mañana.

—¡Es el número nueve, el número nueve!, ¡ya sabéis lo que le ocurrió al número nueve¡¡¡¡¡ —chillo Javi, bromeando como el bufón que era, queriendo, en parte, quitar hierro al asunto.

—¡No tiene gracia!— Isabel y Chico casi se asustaron al haber reaccionado a la vez, con tanta virulencia.

—¡Estúpido! —gritó Eva fuera de sí.

—Vamos a calmarnos —, expuso Yusuf, con su flema habitual —, seguro que se ha ido de nuevo al agua, ya sabéis como le gusta la playa. Vamos a organizarnos y la buscamos.

—¡Es una niñata caprichosa que siempre quiere que hagamos lo que ella dice, y se enfadó porque no aceptamos el final que propuso para la obra! —exclamó Javi, sacando a flote una faceta rencorosa de su personalidad, desconocida para todos.

 

La casa fue revisada de arriba abajo, el coqueto  jardín, las terrazas, la playa, la llamaron primero con timidez y luego a gritos, usaron los móviles sin resultado. Encontraron su equipaje, perfectamente colocado, en el armario del cuarto donde había dormido.

—¿Tomás, no tenías que mirar los dormitorios? —preguntó alterada Eva.

—Le ha pasado algo muy malo, lo presiento —dijo Xuxa con voz temblorosa.

 

A la una en punto, seguían sin estar todos.

 

Javi enfurecido espetó de nuevo:

—¡Lo que hay que hacer es irse y dejarla aquí, que se apañe para volver, es tonta, nos quiere asustar, es una niña malcriada y caprichosa!

—Si no te metieras tanto con ella —, le lanzó Eva—, si no estuvieras siempre acomplejándola, tal vez estaría aquí, con nosotros, ¿le has hecho algo?, ¡eh!, ¿di? ¿Le has hecho algo?, esta noche, te oí salir de tu cuarto. ¿Jura que no has estado acosándola?

 

 

—¡Aquí, venid aquí, urgente, socorro! —la voz de Yusuf rasgó el aire con angustia.

 

Todos corrieron al oírla.

 

Martina, en la hamaca del jardín oculta entre los árboles, envuelta como una crisálida en la lona, apenas respiraba. Un hilo silbante de aire clamaba angustia desde el fondo de sus pulmones.

Toxu e Isabel, la envolvieron con premura en una manta y la subieron a la furgoneta.

El viaje veloz al hospital más cercano fue acompañado de un silencio premonitorio, Eva miraba con asombro el trazo sinuoso y rojizo que las medusas habían dejado en los brazos de Martina. Javier lloraba como un crio pequeño.

 

En la mente de cada uno, se repetía como un mantra el final, elegido, de la obra, cuando desesperados los personajes, abandonan su obsesión por contar, al conocer la causa de la ausencia mortal del número nueve.

 

 

 

 


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