Esta es la historia de un
murciélago llamado Spuki (1). Vivía lejos, muy lejos, en las montañas de los
Cárpatos, unos montes muy escarpados (2).
Spuki aleteaba tranquilamente
una noche cuando sin darse cuenta tropezó con su buzón de correos (3) y vio que
había recibido una carta. Se puso muy contento y emocionado pues no sabía de
quien podía ser.
En cuanto observó los sellos
(dibujar dos redondeles) supo que procedía de Canadá, concretamente del pueblo Príncipe
Jorge, donde vivía su primo Vladimir:
—Primo Espuki— decía la
carta—, tenemos una reunión familiar en el pueblo, te esperamos.
Y la firmaba su primo
Vladimiro.
Spuki hizo las maletas y metió
en ellas ojos marinados de rana, cuernos de rinoceronte y otras cosas
apetitosas, pensando en la comida que había estado guardando para una fiesta
tan especial.
Comenzó aletear y aletear a
través de las montañas de los Cárpatos en esa
noche oscura. Estaba cada vez más agotado y cuando se encontró a un campesino
que caminaba por la carretera descendió y le preguntó:
— Oiga, ¿esto es Canadá?, ¿este
es el pueblo del Príncipe Jorge?
—No— contestó el señor. — Has
llegado cerca de Budapest, si quieres ir a Canadá que está muy lejos es mejor que
cojas un avión, tardarás menos que si vuelas por tu cuenta.
Spuki, le hizo caso y se dirigió
al aeropuerto de Budapest (4) y allí se compró un billete de avión y cuando lo
tuvo llamó a su primo.
Voló y voló sobre las
montañas y sobre el mar (5). Cuando se bajó del avión en el aeropuerto Principe
George (6) no había nadie esperándole, ni siquiera su primo. Esperó y esperó
pero nadie llegaba a recogerle.
Spuki decidió regresar en
el siguiente avión a su casa, pero cuando el reloj dio las campanadas de la media
noche, apareció un hombrecito extraño parecido a un mono que le pidió
amablemente que le siguiera.
En la calle había un magnífico
carruaje negro, conducido por siete caballos fantasmagóricos. El mono ayudó a Spuki a subir a un precioso asiento de terciopelo
y tardaron poco en emprender la marcha (7).
Se percató de que el
carruaje subía por una colina empinada hasta que llegaron a un punto bastante
elevado del terreno (8). En ese lugar el conductor detuvo el coche, indicó a Spuki que descendiera y sin decir una
palabra, desapareció raudo por entre aquellas rocas picudas que no eran sino las
Montañas Rocosas (9).
Spuki cogió sus bártulos y se
alejó volando a hasta llegar al otro lado (10) de la cordillera. Descendió por un
camino y paso por un bosque (11), fatigado se sentó a descansar y casi se queda
dormido acurrucado entre unas piedras.
De repente escuchó un
fuerte estruendo y una voz de una bruja que le gritaba desde las alturas:
—¡Ven conmigo muchacho, sube
a mi escoba y te llevaré a tu destino!
¿Qué podía hacer Spuki?, se
subió a la escoba y ¡zas! de un salto salieron volando. Regresaron hacia el este tan deprisa que el
murciélago tuvo que agarrarse muy fuerte para no caerse. Sorprendido se percató
de (trazar el arco del punto 8 al 11) que habían regresado a la base de la
colina (12).
—Este es el final del camino, cariño—, le dijo
la bruja, — el lugar que buscas está un poco más adelante.
Spuki atravesó un prado lleno de moscas asquerosas que acudían por todos sitios a picotearle (13), salió huyendo y llegó, por fin a una casa enorme bastante deteriorada con todos los cristales rotos y el jardín repleto de maleza y plantas venenosas.
Se acercó a la puerta y llamó
con la aldaba (4), el sonido se escuchó por toda la casa, una luz parpadeante se encendió
en lo alto de la torre y se escucharon unos pasos que se aproximaban a la
puerta, se abrió con un chirrido escalofriante (14). Un hombre vestido de negro
apareció de pronto, se tapaba la cara con la capa y entre los pliegues de la
misma lo observaba con ojos helados. Cuando Spuki lo miró, sintió un
tremendo escalofrío por la espalda.
De repente las luces de la
casa se encendieron, el mono y la bruja aparecieron como por arte de magia y
gritaron al unísono: ¡Sorpresa! El vampiro, que no era otro que el hombre
vestido de negro, se rio y le dijo:
—¡Bien venido primo, llegas
a punto para la fiesta! (15) ¡Vámonos volando que nos espera un gran amigo que
está deseando conocerte!…
Y para la fiesta en el
castillo (16) se pusieron muy elegantes con pajarita y todo. (Se dibujan los
picos)
Y bailaron y volaron toda
la noche, a Drácula conocieron y sangre no chupé porque no me dieron.
Jajajá... hermoso cuento, divertido, instructivo y aleccionador.
ResponderEliminarOlvidé mencionar que son de Richard Thomson. Gracias por tus comentarios. Si buscas en el blog encontrarás muchos más.
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