viernes, 9 de mayo de 2025

El primo Vladimir

 


Este es un cuento de Richard Thompson para ir relatando mientras se dibuja

Esta es la historia de un murciélago llamado Spuki (1). Vivía lejos, muy lejos, en las montañas de los Cárpatos, unos montes muy escarpados (2).

Spuki aleteaba tranquilamente una noche cuando sin darse cuenta tropezó con su buzón de correos (3) y vio que había recibido una carta. Se puso muy contento y emocionado pues no sabía de quien podía ser.

En cuanto observó los sellos (dibujar dos redondeles) supo que procedía de Canadá, concretamente del pueblo Príncipe Jorge, donde vivía su primo Vladimir:

—Primo Espuki— decía la carta—, tenemos una reunión familiar en el pueblo, te esperamos.

Y la firmaba su primo Vladimiro.

Spuki hizo las maletas y metió en ellas ojos marinados de rana, cuernos de rinoceronte y otras cosas apetitosas, pensando en la comida que había estado guardando para una fiesta tan especial.

Comenzó aletear y aletear a través de las montañas de los Cárpatos en esa  noche oscura. Estaba cada vez más agotado y cuando se encontró a un campesino que caminaba por la carretera descendió y le preguntó:

— Oiga, ¿esto es Canadá?, ¿este es el pueblo del Príncipe Jorge?

—No— contestó el señor. — Has llegado cerca de Budapest, si quieres ir a Canadá que está muy lejos es mejor que cojas un avión, tardarás menos que si vuelas por tu cuenta.

Spuki, le hizo caso y se dirigió al aeropuerto de Budapest (4) y allí se compró un billete de avión y cuando lo tuvo llamó a su primo.

Voló y voló sobre las montañas y sobre el mar (5). Cuando se bajó del avión en el aeropuerto Principe George (6) no había nadie esperándole, ni siquiera su primo. Esperó y esperó pero nadie llegaba a recogerle.

Spuki decidió regresar en el siguiente avión a su casa, pero cuando el reloj dio las campanadas de la media noche, apareció un hombrecito extraño parecido a un mono que le pidió amablemente que le siguiera.

En la calle había un magnífico carruaje negro, conducido por siete caballos  fantasmagóricos. El mono ayudó a Spuki a subir a un precioso asiento de terciopelo y tardaron poco en emprender la marcha (7).

Se percató de que el carruaje subía por una colina empinada hasta que llegaron a un punto bastante elevado del terreno (8). En ese lugar el conductor detuvo el coche,  indicó a Spuki que descendiera y sin decir una palabra, desapareció raudo por entre aquellas rocas picudas que no eran sino las Montañas Rocosas (9).

Spuki cogió sus bártulos y se alejó volando a hasta llegar al otro lado (10) de la cordillera. Descendió por un camino y paso por un bosque (11), fatigado se sentó a descansar y casi se queda dormido acurrucado entre unas piedras.

De repente escuchó un fuerte estruendo y una voz de una bruja que le gritaba desde las alturas:

—¡Ven conmigo muchacho, sube a mi escoba y te llevaré a tu destino!

¿Qué podía hacer Spuki?, se subió a la escoba y ¡zas! de un salto salieron volando.  Regresaron hacia el este tan deprisa que el murciélago tuvo que agarrarse muy fuerte para no caerse. Sorprendido se percató de (trazar el arco del punto 8 al 11) que habían regresado a la base de la colina (12).

 —Este es el final del camino, cariño—, le dijo la bruja, — el lugar que buscas está un poco más adelante.

Spuki atravesó un prado lleno de moscas asquerosas que acudían por todos sitios a picotearle (13), salió huyendo y llegó, por fin a una casa enorme bastante deteriorada con todos los cristales rotos y el jardín repleto de maleza y plantas venenosas.

Se acercó a la puerta y llamó con la aldaba (4), el sonido se escuchó por toda la casa, una luz parpadeante se encendió en lo alto de la torre y se escucharon unos pasos que se aproximaban a la puerta, se abrió con un chirrido escalofriante (14). Un hombre vestido de negro apareció de pronto, se tapaba la cara con la capa y entre los pliegues de la misma lo observaba con ojos helados. Cuando Spuki lo miró, sintió un tremendo escalofrío por la espalda.

De repente las luces de la casa se encendieron, el mono y la bruja aparecieron como por arte de magia y gritaron al unísono: ¡Sorpresa! El vampiro, que no era otro que el hombre vestido de negro,  se rio y le dijo:

—¡Bien venido primo, llegas a punto para la fiesta! (15) ¡Vámonos volando que nos espera un gran amigo que está deseando conocerte!…

Y para la fiesta en el castillo (16) se pusieron muy elegantes con pajarita y todo. (Se dibujan los picos)

Y bailaron y volaron toda la noche, a Drácula conocieron y sangre no chupé porque no me dieron.


2 comentarios:

  1. Jajajá... hermoso cuento, divertido, instructivo y aleccionador.

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  2. Olvidé mencionar que son de Richard Thomson. Gracias por tus comentarios. Si buscas en el blog encontrarás muchos más.

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