miércoles, 17 de enero de 2024

NARANJAS AMARGAS PARA MERENDAR

 

El delantal que mi amiga Elisabeth me regaló y que dio pie a la elaboración del cuento
      

  Celia y Bruno se miraron, miraron la naranja y se miraron de nuevo, una naranja de un naranjo loco debe ser algo interesante….

Mira, podemos hacer una pócima con la naranja Celia y Bruno estaban muy enfadados con su profesor de matemáticas, porque les daba una asignatura que odiaban a muerte, ya que no se enteraban de nada.

Por más que escuchaban atentamente, por más que miraban los números escritos en la pizarra, cuando el profe preguntaba, los números salían volando de las cuentas, se escapaban por las ventanas y, cuando terminaba la clase,  se preguntaban alucinados como es que no se habían enterado de nada.

Así que, una mañana muy cansados de suspender examen tras examen, decidieron hacer algo.

Pensaban y repensaban, pero Celia y Bruno no saben (como otros niños) ser malos  y por ello, se detuvieron bajo el naranjo loco que hay en el huerto del Tío Paco, se encaramaron en las ramas y hablaron durante horas de que podían hacer para solucionar su problema.

Dijo Bruno, con una naranja en la mano,  si nos lo pudiéramos quitar de encima una temporada, tal vez podríamos aprobar el trimestre… y miró la naranja loca que tenía en la mano…

, mejor un zumito rico y si no funciona, probaremos con helado de naranja o con naranjas al caramelo,  seguro que con algo de esto, conseguimos volverlo tarumba…

¡Qué delicia!… dijeron los dos muertos de risa, y se marcharon a casa con un cargamento de fruta.

En la cocina sacaron todos los utensilios para hacer  zumo, y de pronto, en un descuido, la jarra se volcó y parte del líquido se cayó sobre el libro de matemáticas y todos los números enfadados se borraron como por arte de magia. 

Salieron volando las ecuaciones y los polígonos, las raíces se pegaron al techo (Celia y Bruno se quedaron asombradísimos), la verdad es que la mayoría de los números le parecían chino.

Al único que conocían bien era el cero, ya que tenían los cuadernos de deberes llenos de ellos.

Del susto que se llevaron y esperando la regañina que les iba a caer, salieron corriendo a esconderse en el árbol de las naranjas locas. Treparon a las ramas más altas en espera de que pasara la tempestad.

Pero quien se acercó a buscarlos fue exactamente el profe odioso. Los vio encima del árbol y les dijo  que por favor le dieran unas cuantas naranjas, que a él le gustaba un montón la mermelada de cáscaras de naranjas amargas, pero que desde que murió su abuela no había vuelto a hacerla.

Cuando Celia y Bruno escucharon tal disparate, les entró una risa espantosa, tanto que se cayeron del árbol, menos mal que lo hicieron encima del profe, al que le dio también la risa y acabaron los tres rodando por el suelo.

EL profe les comentó que había ido a decirles que les daría clase todas las tardes un rato y que seguro que un día las matemáticas no se les atragantarían tanto…

Juntos recogieron (para hacer mermelada) 30 hermosas naranjas, que son exactamente dos veces quince, y la mitad de sesenta y la tercera parte de noventa… y así sin darse cuenta se pasaron la tarde en el huerto del tío Paco, recogiendo y contando naranjas la mar de a gusto.

Cuando volvieron a casa, el profe vio el desastre que  había ocurrido con el libro de matemáticas, pero no se asustó ni nada, sino que los tres con un viejo caza mariposas se fueron a pasear a la luz de la luna a buscar los polígonos y los polinomios, que dormían entre las flores del jardín.

Los números al empezar a oscurecer y verse solos, volvieron corriendo a meterse en el calentito libro.

Y de postre, en la cena comieron la famosa tarta de la abuela Constantina (que había pasado la receta a su nieto), que les salió riquísima  y que les supo a los tres no bien, sino cuatrocientas veces elevado al cubo, de bien.

 



Este cuento lo podéis encontrar en mi libro "Cuentos que caben en un bolsillo"

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