El delantal que mi amiga Elisabeth me regaló y que dio pie a la elaboración del cuento |
Mira, podemos hacer una pócima con la
naranja Celia y Bruno estaban muy enfadados con su profesor de matemáticas,
porque les daba una asignatura que odiaban a muerte, ya que no se enteraban de
nada.
Por más que escuchaban atentamente,
por más que miraban los números escritos en la pizarra, cuando el profe
preguntaba, los números salían volando de las cuentas, se escapaban por las
ventanas y, cuando terminaba la clase,
se preguntaban alucinados como es que no se habían enterado de nada.
Así que, una mañana muy cansados de
suspender examen tras examen, decidieron hacer algo.
Pensaban y repensaban, pero Celia y
Bruno no saben (como otros niños) ser malos
y por ello, se detuvieron bajo el naranjo loco que hay en el huerto del
Tío Paco, se encaramaron en las ramas y hablaron durante horas de que podían hacer
para solucionar su problema.
Dijo Bruno, con una naranja en la
mano, si nos lo pudiéramos quitar de
encima una temporada, tal vez podríamos aprobar el trimestre… y miró la naranja
loca que tenía en la mano…
,
mejor un zumito rico y si no funciona, probaremos con helado de naranja o con
naranjas al caramelo, seguro que con
algo de esto, conseguimos volverlo tarumba…
¡Qué
delicia!… dijeron los dos muertos de risa, y se marcharon a casa con un
cargamento de fruta.
En
la cocina sacaron todos los utensilios para hacer zumo, y de pronto, en un descuido, la jarra
se volcó y parte del líquido se cayó sobre el libro de matemáticas y todos los
números enfadados se borraron como por arte de magia.
Salieron
volando las ecuaciones y los polígonos, las raíces se pegaron al techo (Celia y
Bruno se quedaron asombradísimos), la verdad es que la mayoría de los números
le parecían chino.
Al
único que conocían bien era el cero, ya que tenían los cuadernos de deberes
llenos de ellos.
Del
susto que se llevaron y esperando la regañina que les iba a caer, salieron
corriendo a esconderse en el árbol de las naranjas locas. Treparon a las ramas
más altas en espera de que pasara la tempestad.
Pero
quien se acercó a buscarlos fue exactamente el profe odioso. Los vio encima del
árbol y les dijo que por favor le dieran
unas cuantas naranjas, que a él le gustaba un montón la mermelada de cáscaras
de naranjas amargas, pero que desde que murió su abuela no había vuelto a
hacerla.
Cuando
Celia y Bruno escucharon tal disparate, les entró una risa espantosa, tanto que
se cayeron del árbol, menos mal que lo hicieron encima del profe, al que le dio
también la risa y acabaron los tres rodando por el suelo.
EL
profe les comentó que había ido a decirles que les daría clase todas las tardes
un rato y que seguro que un día las matemáticas no se les atragantarían tanto…
Juntos
recogieron (para hacer mermelada) 30 hermosas naranjas, que son exactamente dos
veces quince, y la mitad de sesenta y la tercera parte de noventa… y así sin
darse cuenta se pasaron la tarde en el huerto del tío Paco, recogiendo y
contando naranjas la mar de a gusto.
Cuando
volvieron a casa, el profe vio el desastre que
había ocurrido con el libro de matemáticas, pero no se asustó ni nada,
sino que los tres con un viejo caza mariposas se fueron a pasear a la luz de la
luna a buscar los polígonos y los polinomios, que dormían entre las flores del
jardín.
Los
números al empezar a oscurecer y verse solos, volvieron corriendo a meterse en
el calentito libro.
Y
de postre, en la cena comieron la famosa tarta de la abuela Constantina (que
había pasado la receta a su nieto), que les salió riquísima y que les supo a los tres no bien, sino
cuatrocientas veces elevado al cubo, de bien.
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