La niña se prenda de su propia imagen reflejada en la inmensa pared de la gran sala. Le gusta su abriguito color azul, pata de gallo, sus botones dorados y su cuello de terciopelo. No se pregunta por qué está allí ni si tiene algo que ver la prisa con que la ha abandonado su primo Ramón. Se acerca más y más a la pared de espejos hasta llegar a apoyar su frente en ella. «Mi cabeza se abre a un camino de cabezas».
Da dos vueltas sobre sí misma sobrecogida y encantada
por lo que aquella experiencia le produce. Es la primera vez que entra en un
Laberinto de los espejos.
Ella, es solamente ella llenando la sala. «Por donde
mire estoy, a un lado, a otro, hasta en el techo. Solo si cierro los ojos desaparezco».
Para sus siete años, reacciona de una forma bastante
madura; tranquila, reposada, disfrutona, como si no fuera la primera vez que experimenta
esta situación.
Avanza a pequeños pasos oteando. «Me persiguen las
otras niñas, tienen vestido como yo, pero sus abrigos no son iguales ni sus botones
muy brillantísimos».
Juega a mirarse de reojo, se tapa los ojos con la
mano, ahora uno, ahora el otro, se busca por encima del hombro. «¿Estaré yo aunque
no sea?».
Su cabecita está llena de preguntas, su curiosidad
escapa a su control… Corre por la sala y tropieza con el cristal que separa los
pasillos, se acaricia la frente dañada. «¿Tendrán las otras niñas un cardenal
en mi golpe?». Y le entra una risa ronca, burbujeante, que resuena entre tanta
pared construyendo un camino de ecos. «Las veo reír cuando yo me rio, pero no hay
carcajadas».
Palpa los cristales luminosos, para evitar otro
tropiezo, avanza deseosa por descubrir nuevos rincones que le ofrezcan
otras perspectivas. En una esquina apoya una mano a cada lado del cristal y se
acerca tanto a la superficie reflectante que una muchedumbre inimaginable de
niñas llena la estancia. «Si mi escuela y mi mundo estaría lleno de estas niñas
yo sería más feliz». Y durante un rato largo observa, moviendo ligeramente los
ojos, a las que están detrás, las de enfrente, las pegadas a ella, las de cada lado.
«Si las contara estarían aquí toda la tarde». Del esfuerzo hasta se pone bizca.
«Se te quedará un ojo torcido para toda la vida, ¡Rediez!». Y la morriña haca
mella en su radiante ánimo. «El abuelo me quiere, más que a todos para siempre
jamás».
Ante tantas emociones decide recogerse unos instantes
y se sienta en el suelo con la espalda apoyada en su propia espalda. Respira
profundamente como le ha enseñado su madre para ayudarle a aligerar sus
rabietas. «1, 2, 3, 4 cojo aire, 1, 2, 3, 4, 5 lo contengo, 1, 2, 3, 4, 5, 6
soltamos lo que está dentro». Y así una vez y otra hasta que su corazón se mece con suavidad.
El tiempo
ineludible avanza, y la niña cansada empieza a sentir la llamada del hambre. «Ahora
yo me comerían unas almendritas ragapiñadas, garrapensadas, agarrotadas,
¡Bendita inocencia!, ¿Quién será Inocencia?, la abuela inventa amigas que no tiene
y tengo hambre y sueño y quiero casa».
Pero no es
fácil salir de un laberinto, a pesar de la falsa compañía de estar todo el
tiempo contigo misma, sin más frontera que un pulido cristal.
La niña, inteligente para sus siete años, arranca los
botones dorados de su abriguito de paño, de pata de gallo color azul y cuello
de terciopelo y, va sembrando paso a paso uno de los largos corredores,
mientras que con la otra mano se afianza en la pared vecina. «Acabada la pista
de mi camino, en mis bolsillos solo quedó un pañuelito, una horquilla y una
canica. Vas al suelo, al suelo… Que mamá me encuentra pronto».
Derecha, izquierda, derecha de nuevo y la canica
traviesa se cruza en su camino. La niña suspira y preocupada eleva su mirada
hacia el techo, una torre de niñas la observan con ojos asombrados, levanta sus
brazos y los agita entre esperanzada y aburrida. «¡Eo!, voy aquí, ¿es que nadie
viene nunca a buscarme?». Un racimo de brazos la saludan victoriosos desde las
alturas.
Se acerca más y más a otra inmensa pared de espejos,
su rostro muestra un cansancio infinito. Aproxima sus labios a los de su
reflejo y suavemente se besa, sus labios coinciden, el beso es lento, pausado, ¿pretende
encontrar tal vez, consuelo y compañía?
A pesar de la frialdad del material, se percata de que
el beso que le ha robado su primo, el niño de nueve años que la ha dejado sola
en el laberinto, no ha sido precisamente inocente.
Teresa Flores
Es un cuento difícil sobre una niña totalmente perdida en la vida. ¿Cómo se dice? ¿Desasosegante? ¿Inquietante? Pues eso.
ResponderEliminarParece un cuento de miedo que se entiende al final.
"yo me comerían" Supongo que es así, pero no termino de entender por qué.
«Si las contara estarían aquí toda la tarde» ¿Quienes? ¿Las niñas que la rodean? ¿la niña que se pasea por el laberinto?
Los tiempos están bien.
¡Qué tareas más difíciles te propone tu profesor!!
El anacoluto, también llamado solecismo, es un error sintáctico que ocurre cuando se altera de forma inesperada la estructura de una frase, generando una inconsistencia gramatical o falta de secuencia lógica. Este fenómeno, que la gramática normativa clasifica como incorrecto, se presenta comúnmente en el lenguaje cotidiano debido a la improvisación en el habla, aunque en contextos formales o escritos puede percibirse como desorganizado o descuidado.
EliminarEsto es lo que nos pidió el profe que metiéramos en las intervenciones de otros personajes, por eso la niña se expresa así.. para mí explica también la lógica de una cría pequeña y el poco dominio que tiene del lenguaje.
Tengo que probar a escribirlo de otras maneras.
Me dejas sin palabras, glup!!! Lo que sabes!
ResponderEliminarLo he sacado de los apuntes que nos dio el profe. Mi trabajo me costó mi trabajo que la niña hablara así... Jeje
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