martes, 23 de abril de 2024

EL REFUGIO (TERCERA PARTE)

 CERDEÑA

En Cerdeña, dice, cuando alguien le pregunta dónde vive. En el 127, allí tienes tu casa, reitera. Y es cierto. Su rincón es fijo, permanente. En la salida de la cochera de ese bloque estableció su hogar, a pesar de que la comunidad de propietarios le enrejara la zona para evitar su presencia. Le importó poco. Se desplazó medio metro más afuera y se afincó bajo la marquesina. 

De sistemático parece compulsivo. Cada día los mismos ritos, las mismas costumbres. A las 8 en punto, cuando el tráfico de la calle indica que la ciudad se despierta, recoge sus cosas: la maleta vieja donde deposita el pan, la manta de cuadros preciosamente doblada, el cojín que le sirve de almohada, y en una maraña de ruidos, pliega las innumerables bolsas de plástico que completan su ajuar y que usa para guardar cosas o para protegerse del frío. Bolsas y más bolsas que cuida como si fueran tesoros.

Un poco más abajo, en la misma calle, en el bar Juani, le dejan guardar sus pertenencias. A veces, si no hay muchos clientes, puede hasta acicalarse. Si el dueño está de buen humor cae un café con leche y pan migao, en tazón grande, como los de antes.

Después inicia su marcha. Ser metódico tiene sus ventajas y sabe bien dónde dirigir sus pasos, a qué horas y en qué lugar puede encontrar a sus conocidos de siempre. Un rato de charla, un cigarrillo siempre aligera ese permanente estar mano sobre mano.

Más bien parco, saluda apenas con un gesto a los viandantes habituales. La calle Cerdeña no es cualquier cosa y tantos años allí establecido hacen que sea conocido y reconocido. Sólo algunos chiquillos, al pasar, lo miran con curiosidad, sus preguntas quedan frenadas en las mirada censoras de los mayores. No quieras saber, parecen decir, qué te voy a contar de una sociedad que fracasa de esta manera.

A la noche volverá a su puesto. Acomodará sus cosas, se fumará el último cigarro reclinado bajo su manta, mientras divisa las piernas de los paseantes que presurosos se retiran a guarecerse en  verdaderos refugios.

 

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