Tomás duerme…
La noche ha sido bastante tranquila después de todo.
Tendría que aprovechar su sueño y descansar antes de que reclame la siguiente
toma, pero disfruto gratamente de este momento.
Es tanto el silencio que hasta parece que la casa entera
ha dejado de respirar.
Cuántas horas he pasado mirando por esta ventana. Cuántas
horas esperando a que llegara padre de faenar. Cuántas horas al acecho de los
cortejos de mi muchacho, mi gran
muchacho, el padre de Tomás.
Dentro de un rato romperá la amanecida y se llenará el
paisaje de matices. Los colores del mar y del cielo se confunden en este
instante, si no fuera por la franja arbórea que delimita el contorno de la bahía no se podría saber dónde
termina el horizonte.
Acaricio con delicadeza mis brazos desnudos. Sobre
mi piel llevo únicamente la ligera bata que con tanto mimo me cosió madre; suave,
de raso blanco en ligeros tonos azulados. No se permitió ni una concesión, por
más que le gustaban las blondas y los encajes, me la hizo ligera, cómoda,
sabedora de lo poco que yo apreciaba las florituras. Apenas un cinturón para
cerrarla y permitirme amamantar, con comodidad, al hijo que ahora descansa.
Mi mente viajera acaricia el marco de la ventana,
madera serena mil veces pulida por manos expertas, tanto cuidado puesto, año
tras años, en esta casa frente al mar… mi querida casa y mi mar Mediterráneo.
A mi lado, sobre el alfeizar, reposa como abandonada la toquilla de mi pequeño, si
acercara mis dedos a ella todavía apreciaría su ternura y su calidez.
¿Se puede sentir tan grande por una criatura tan
pequeña?
Visillos azules y livianos enmarcan mi presencia en
esta ventana también azul, de este cuarto azul. ¿Tal vez soy la mujer azul que
espera el regreso de su hombre que cada tarde le sonríe, a través de una
pantalla, desde el otro lado del
Atlántico?
Qué lejos te me has ido a trabajar huyendo del campo
de tu padre y de su barca de pesca.
Mis zapatillas ligeras empiezan a impregnarme de la
frialdad del suelo.
Observo con interés el flujo de los marineros
regresando a la orilla.
El día empieza a levantarse y yo voy con él
repasando, en mi cabeza, las tareas que me esperan.
En realidad nada acuciante me espera. Nada.
Tomás duerme…
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