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Ana María Matute |
Sé bien que las amigas me tienen envidia y es para tenérmela.
Trabajo en una casa estupenda, con contrato legal y buena paga. Las horas que
hago extras también las cobro.
Lo mejor de todo, ¡ay! lo mejor de todo es mi doña Anita o, como
yo la llamo, mi Doñita. No solo es inteligente y llena de vida, es que, además,
a su lado no paro de aprender. A veces se me va el tiempo mientras limpio y
ella dicta sus cuentos a la señorita Amparo para que se los pase al ordenador.
Mi señora tiene una energía desbordante a pesar de los años que
tiene… ¡Si nació antes que mi abuelo Tarsicio y mi abuela Petra, padres de mi
madre! Ya quisiera llegar a esa edad con una cabecita como la suya.
Para Doñita soy Gladys, su Gladys. Le encanta que le lleve un
cafelito a las 11 de la mañana, de puchero, como lo hacíamos en casa. A veces
le cocino un picatoste —uno nada más—, que los fritos los tiene prohibidos por
el colesterol. Aprovecho, para llevárselo, la ausencia de su hijo Juan Pablo y
de su mujer Amparo, la señorita. La llamo así a porque no soporta que la llame
de “doña”, dice que le hace mayor —como si no lo fuera—.
Mi horario de trabajo es de 10 a 16 horas de lunes a sábado. Me
ocupo de las tareas de la casa, limpio el suelo sin pasar el aspirador —para no
hacer ruido—, quito el polvo, recojo las cosas de la cena de la noche
anterior, pongo la lavadora, plancho,
preparo la comida y enjareto una cena con lo que compra cada día la señorita. A
ella no le gusta que vaya al mercado, dice que no sé comprar, que me engañan y
que me distraigo demasiado. Yo lo prefiero así.
Cuando doña Amparo no está,
aprovecho para acercarme a ver a mi Doñita. Coloco en el poyo de su ventana,
cerca de su mesa de trabajo, una flor fresca en un jarroncito de cristal que
encontré olvidado en una alacena y la observo trabajar deseando que se me pegue
algo de su inteligencia. Si me mira y no me habla sé que está en sus cosas,
buscando palabras y creando historias, entonces me retiro discretamente, sin
molestarla.
A veces mi Doñita me busca por toda la casa y me pide, con una
sonrisa picarona, que le acompañe a la calle. Para ello aviso a la señorita
Amparo para que me dé su consentimiento. Por la cara que pone sospecho que no
le gusta nada que seamos amigas; a Juan Pablo no le importa. ¿Estará celosa por
algo?
Abrigo bien a mi Doñita, con la bufanda que le regalé —una que
tricoté de muchos colores— le acerco su bastón y paseamos por donde ella elija.
Normalmente nos vamos al parque de la Ciudadela a sentarnos en un banco al sol
y otros días, si hace fresco, buscamos una mesa en nuestra cafetería preferida,
la de los helados. Allí, la una frente a la otra, con un té delante y un
milhojas de crema —su pastel preferido—, hablamos de nuestras cosas.
Me pregunta por lo hijos que dejé en Medellín a cargo de mis
padres; le cuento que mes tras mes les mando la mayor parte de mi sueldo,
incluso, a veces siento que lo único que me une a ellos es el dinero y eso me
entristece mucho.
Doñita me relata lo mal que le ha tratado la vida, sobre todo
cuando se quedó sin su Juan Pablo cuando era niño y no podía verlo nada más que
unas horas a la semana, lo que padeció en esa época. También me dice que años
más tarde sufrió una fuerte depresión, bebía mucho y sólo pensaba en morirse.
Yo la miro a los ojos y me parece imposible lo que me cuenta, con esa fortaleza
que presenta y que siento que nunca va a perder.
Para no ponernos melancólicas le hablo de mis recuerdos de
infancia con mis hermanos en el pequeño pueblo de mis padres, historias que le
atraen y le divierten mucho, tanto que al final, acabo por decirle: «Doñita,
usted lo que quiere es escribir una novela sobre mi vida y decir que se lo ha
inventado todo, si lo publica tendremos que repartirnos lo que gane». Ella se
ríe contenta y me guiña un ojo.
Después me mira, nos
miramos y ella me dice bajito cogiéndome la mano: «Gladys, qué derecho tengo yo
a quejarme sabiendo lo que tú has vivido». Yo intento animarla y le suelto de
golpe, queriendo acabar esta conversación que a las dos nos entristece: «Si
quiere, Doñita, echamos un concurso a penas». A las dos, esta frase nos hace
sonreír y nos trae de nuevo al presente.
Quiere que la llame Ana, porque ella utiliza mi nombre y entonces
le pregunto: « ¿Y a la señorita Amparo cómo la llamo?», y va y me suelta con
esa chispa que tiene: «No, a la señorita Amparo, mejor no la llames». ¡Qué
salida! Nos hemos reído hasta que se nos han saltado las lágrimas.
Hacía tanto tiempo que no me sentía tan a gusto con nadie. No es
solo ella, es su casa, sus libros, sus costumbres, su hijo Juan Pablo —una
buena persona—. Ambos son tan acogedores.
Para mí, Doñita es como mi abuela, esa abuela que me crio mientras
mis padres trabajaban de sol a sol para poder llevar un plato a la mesa. Esa
abuela a la que —con toda mi pena— tuve que abandonar en mi país para buscar
una vida mejor para los míos.
Ella, cada día me presta uno de sus libros o me los regala. ¡Pues
no he aprendido yo nada con su biblioteca! Por eso me dicen en la escuela de
mayores —en la que Juan Pablo me ha matriculado—, que hablo español mejor que
muchos de aquí y que también leo muy bien. ¡Cómo para no hacerlo!, con esos
cuentos que me dan la vida y esas palabras tan bonitas y tan bien hiladas.
Cuando llego al pisito que comparto con otras chicas que trabajan —como
yo— limpiando casas o cuidando personas mayores, me gusta acabar el día con un
rato de lectura y, para poder hacerlo, les pido que bajen el volumen del
televisor. Antes se enfadaban conmigo pero ahora les gusta que les cuente de
qué trata la última novela que estoy leyendo, incluso me piden que lea algo en
voz alta y me preguntan el significado de muchas palabras que nosotras no
utilizamos.
Siempre aprendo de Doñita, no solo de sus escritos sensibles y
extraordinarios, sino de su energía, su entusiasmo por la vida y sus ganas de
seguir contando, viviendo…, creciendo.
Espero que sigamos juntas muchos muchos años y, cuando por fin mis
hijos puedan venir a vivir conmigo a esta país, yo tenga la oportunidad de
poder presentarles, con orgullo, a esta gran escritora y decirles que, además
de ser una persona muy famosa en toda España, es también una de mis mejores
amigas.
Ojalá mis deseos se cumplan.