martes, 31 de diciembre de 2024

PERSONAJES SINGULARES

 


ADELAIDA REGALADA

Señorita, de buen ver, de la ciudad de Granada. Vive en la Calle Elvira en el piso colindante con el de Las Tres Manolas. Es pródiga en ayudar a los más desfavorecidos, teniendo por costumbre acudir a la barriada de la Virgencica, una vez a la semana, a llevarle a los pobres, un poco de consuelo, en forma de comida o ropa.

MADRE PUCHERO 

Persona egoísta como no hay otra. Hace diariamente la comida para ella sola, si algo le sobra lo tira. En Torreperojil, pueblo en el que acabó afincándose en 1998, al acabar la temporada de la aceituna, no la tienen en especial estima. De hecho la denominan con el mote «Topamí». Los vecinos achacan su enorme egoísmo a la soledad en la que vive. 

JUAN DEL MA

Es una persona sencilla, mudo desde su infancia, sonrisa embobada, ojos eternamente asombrados, bueno hasta decir basta, incapaz de matar una mosca. En el pueblo de la Mojonera (Almería) donde nació y transcurrió su vida, se comenta que el niño se cayó de los brazos de su madre, al nacer, y el golpe recibido fue lo que le provocó ese aspecto y comportamiento tan especial.

FEDERICO MUCHASALMAS

Párroco de Matalascañas, persona acogedora donde las haya, amable y abierto a todos los credos, abre las puertas de su iglesita para los que no tienen cobijo. Últimamente ha tenido problemas con la ley por aceptar a gentes indocumentadas e ilegales. 

HERIBERTO LÓPEZ SMITH.

Vive en Toronto y es, actualmente, un  famoso biólogo hijo de emigrantes.  Su madre es de Nueva york. Se especializó, como su padre, en el estudio de la «Salamanquesa campera». De gran inteligencia, domina cuatro lenguas y tiene tres doctorados. De pequeño fue un niño prodigio triste y solitario.

FRANZ DICKERBAUCH 

Director de la orquesta del Teatro de la Ópera de Berlín. Rechoncho y simpático, tiene siete hijos con los que forma una pequeña orquesta familiar. Su instrumento preferido es la tuba. Su músico, Berlioz.

POLLY SKINNYCOW.

Ama de llaves en el castillo del Conde Drácula en Transilvania. Actualmente, y a causa de la crisis, se dedica a enseñar las dependencias del palacio a los innumerables turistas que cada año lo visitan y a contar las historias de tan macabro personaje del que ella, en secreto, sigue enamorada.

YELENA FIOREMEVA 

Poetisa de origen búlgaro. Da recitales de poesía por todo el país, actividad que compatibiliza con su escuela de «poética» de reconocido prestigio internacional. Con su libro «Orquídeas apagadas» obtuvo un gran reconocimiento mundial.  

LARAÑA DAMANCIANA

Activista colombiana indígena, defensora del Bajo Amazonas. Actualmente en paradero desconocido debido  a las constantes presiones a las que se ve sometida por parte de varias multinacionales, que persiguen la deforestación de las tierras donde habita su tribu.

FRED DE NEU

Actor francés caído en desgracia debido a sus problemas con el alcohol. A sus 54 años pocas personas le reconocen a pesar de su magnífico trabajo en «La fleur du male» obra en la que actuó como protagonista, que se mantuvo en cartelera durante 10 años en el “Théâtre du Châtelet» de París. A causa de un desengaño amoroso se produjo su irremediable caída.

 JOSÉ RUIZ 

Hombre de mediana edad que no destaca por nada. De apariencia anodina, tamaño mediano, cabello corto y ligeramente rizado, ojos castaños. Vendedor de enciclopedias. Esta ocupación le sirve para ocultar su verdadero trabajo, ya que es en realidad un agente de la Interpol que se ocupa de la investigación, en España, sobre la presencia de terroristas yihadistas.

LUZ RIVADENEYRA 

Maestra jubilada de Bueu, Lugo. Muy querida por toda la comunidad ya que se ha ocupado de la educación de varias generaciones de este pintoresco pueblo costero. Su original forma de llevar la escuela y el amor que le ha dado a sus educandos ha sido tan memorable, que el ayuntamiento de la ciudad le ha concedido en el 2020 el  título de hija predilecta.

BASILISA

Personaje de la mitología rusa que representa a una bella mujer de características particulares. A parte de su magnífico porte y su cabellera pelirroja, es tan inteligente y despierta que suele ser convocada,  las noches de luna silente, para alejar de las criaturas, recién nacidas, los sueños más oscuros.

 

lunes, 30 de diciembre de 2024

YO, SIN UN CAFÉ NO SOY NADIE

 

Ya está la vecina con la música puesta a toda pastilla, es que es tan tonta que ni ella misma se aguanta. Qué buen día hace hoy, ojala no haga calor y pueda salir a darme un paseíto que me estoy quedando anquilosá. Que palabra más chula “anquilosá”, ¿será española o argentina? Cada vez me cuesta más trabajo determinar qué cosas son de aquí o de allá, eso está bien, querrá decir que voy haciendo arraigo. Estas cortinas tienen el falso descosido y cualquier día las piso y me mato. Vaya ya estoy otra vez con mis dramatismos, como dicen mis amigas, que me llaman exagerá, si, exagerá, porque ellas no han visto lo que yo en urgencias. No sé ni para qué he llegado a la cocina ¡claro! a tomarme un café, ¡madre mía! Sin un café por la mañana no soy nadie. ¿Por qué está la cafetera en el fregadero?,  más bien, ¿por qué está la cafetera con café? Cada vez estoy más despistada, Raül  no me hace ni caso;  mamá,  déjate de tonterías que tú siempre has tenido estos despistes. Lo primero la cafetera a puntito, de comer nada, ya comeré algo más tarde. ¡Qué bueno está este café! Uno por la mañana y otro después de comer, que luego la tensión se me dispara, ¡coño, la tensión! ¿Me la he tomado en la cama? Me paso la vida con la sensación de lo ya visto. Hoy lo tengo claro, nada de tonterías: la piscina, el yoga, algo de compras y  a casita. ¡Ay!, ¿Esta llave de dónde era? No, no, no, no, este libro no va ahí. ¿Qué le pasa al caladium?, otra vez olvidé regarlo, que torpe, pero si la begoña está completamente encharcada, lo mejor será que las saque todas a la ventana y las podo, esa es la mejor idea. ¡Uy! si me descuido vuelvo a quemar otra vez la cafetera, mejor me doy una ducha y me espabilo. Voy a poner las sábanas azules con flores en la cama, ¡mira que son bonitas! Todavía me acuerdo de mamá bordándolas con tanto primor, me las traje la semana pasada, se creerán las tontas de mis hermanas que no me las iba a traer, pues yo calladita,  pero  estas sábanas son preciosas y seguro que mamá quería que yo las tuviera. ¿Y ese  grifo? ¡Otra vez me va a pasar como la semana pasada!  Luego el de abajo se queja de las goteras. ¡Qué tarde es ya! ¡El yoga! ¿Yoga?, pero si hoy es martes y los martes no hay yoga. ¡Madre mía! ¿Qué voy a hacer con esta cabeza? Sabrán los chicos lo mal que lo paso. ¿A esta hora ponen Pasapalabra?, por favor qué tontería más gorda, no, no, no, no, de las noticias paso definitivamente, no voy a ponerme ahora a escucharlas, bastantes disgustos tengo ya en la vida como para esto, la televisión de fondo para escuchar algo y basta ¿Eso ha pasado? ¿En dónde? ¡Qué horror! no puedo ni creérmelo. Un café es lo que yo necesito.

 Teresa Flores

 

domingo, 29 de diciembre de 2024

EL LABERINTO DE LOS ESPEJOS

        


        La niña se prenda de su propia imagen reflejada en la inmensa pared de la gran sala. Le gusta su abriguito color azul, pata de gallo, sus botones dorados y su cuello de terciopelo. No se pregunta por qué está allí ni si tiene algo que ver la prisa con que la ha abandonado su primo Ramón.  Se acerca más y más a la pared de espejos hasta llegar a apoyar su frente en ella. «Mi cabeza se abre a un camino de cabezas».

Da dos vueltas sobre sí misma sobrecogida y encantada por lo que aquella experiencia le produce. Es la primera vez que entra en un Laberinto de los espejos.

Ella, es solamente ella llenando la sala. «Por donde mire estoy, a un lado, a otro, hasta en el techo. Solo si cierro los ojos desaparezco».

Para sus siete años, reacciona de una forma bastante madura; tranquila, reposada, disfrutona, como si no fuera la primera vez que experimenta esta situación.

Avanza a pequeños pasos oteando. «Me persiguen las otras niñas, tienen vestido como yo, pero sus abrigos no son iguales ni sus botones muy brillantísimos».

Juega a mirarse de reojo, se tapa los ojos con la mano, ahora uno, ahora el otro, se busca por encima del hombro. «¿Estaré yo aunque no sea?».

Su cabecita está llena de preguntas, su curiosidad escapa a su control… Corre por la sala y tropieza con el cristal que separa los pasillos, se acaricia la frente dañada. «¿Tendrán las otras niñas un cardenal en mi golpe?». Y le entra una risa ronca, burbujeante, que resuena entre tanta pared construyendo un camino de ecos. «Las veo reír cuando yo me rio, pero no hay  carcajadas».

Palpa los cristales luminosos, para evitar otro tropiezo, avanza deseosa por descubrir nuevos rincones que le ofrezcan otras perspectivas. En una esquina apoya una mano a cada lado del cristal y se acerca tanto a la superficie reflectante que una muchedumbre inimaginable de niñas llena la estancia. «Si mi escuela y mi mundo estaría lleno de estas niñas yo sería más feliz». Y durante un rato largo observa, moviendo ligeramente los ojos, a las que están detrás, las de enfrente, las pegadas a ella, las de cada lado. «Si las contara estarían aquí toda la tarde». Del esfuerzo hasta se pone bizca. «Se te quedará un ojo torcido para toda la vida, ¡Rediez!». Y la morriña haca mella en su radiante ánimo. «El abuelo me quiere, más que a todos para siempre jamás».

Ante tantas emociones decide recogerse unos instantes y se sienta en el suelo con la espalda apoyada en su propia espalda. Respira profundamente como le ha enseñado su madre para ayudarle a aligerar sus rabietas. «1, 2, 3, 4 cojo aire, 1, 2, 3, 4, 5 lo contengo, 1, 2, 3, 4, 5, 6 soltamos lo que está dentro». Y así una vez y otra hasta que su corazón se mece con suavidad.

 El tiempo ineludible avanza, y la niña cansada empieza a sentir la llamada del hambre. «Ahora yo me comerían unas almendritas ragapiñadas, garrapensadas, agarrotadas, ¡Bendita inocencia!, ¿Quién será Inocencia?, la abuela inventa amigas que no tiene y tengo hambre y sueño y quiero casa».

 Pero no es fácil salir de un laberinto, a pesar de la falsa compañía de estar todo el tiempo contigo misma, sin más frontera que un pulido cristal.

La niña, inteligente para sus siete años, arranca los botones dorados de su abriguito de paño, de pata de gallo color azul y cuello de terciopelo y, va sembrando paso a paso uno de los largos corredores, mientras que con la otra mano se afianza en la pared vecina. «Acabada la pista de mi camino, en mis bolsillos solo quedó un pañuelito, una horquilla y una canica. Vas al suelo, al suelo… Que mamá me encuentra pronto».

Derecha, izquierda, derecha de nuevo y la canica traviesa se cruza en su camino. La niña suspira y preocupada eleva su mirada hacia el techo, una torre de niñas la observan con ojos asombrados, levanta sus brazos y los agita entre esperanzada y aburrida. «¡Eo!, voy aquí, ¿es que nadie viene nunca a buscarme?». Un racimo de brazos la saludan victoriosos desde las alturas.

Se acerca más y más a otra inmensa pared de espejos, su rostro muestra un cansancio infinito. Aproxima sus labios a los de su reflejo y suavemente se besa, sus labios coinciden, el beso es lento, pausado, ¿pretende encontrar tal vez, consuelo y compañía? 

A pesar de la frialdad del material, se percata de que el beso que le ha robado su primo, el niño de nueve años que la ha dejado sola en el laberinto, no ha sido precisamente inocente.

              Teresa Flores

     

   

 

martes, 24 de diciembre de 2024

LA PAJARITA DE PAPEL

 Tato tenía seis años y un caballo de madera.

Un día su padre le dijo:

-¿Qué regalo quieres? Dentro de poco es tu cumpleaños.
Tato se quedó callado. No sabía que pedir. Entonces, vio un pisapapeles sobre la mesa de su padre. Era una pajarita de plata sobre un pedazo de madera. Y sobre la madera estaba escrito: “Para los que no tienen tiempo de hacer pajaritas”. Al leer aquello, sin saber por qué, el niño sintió pena por su padre y dijo:
-Quiero que me hagas una pajarita de papel.
El padre sonrió:
-Bueno, te haré una pajarita de papel.
El padre de Tato empezó a hacer pajaritas de papel, pero ya no se acordaba. Fue a una librería y compró un libro. Con aquel libro, aprendió a hacer pajaritas de papel. Al principio, le salían mal; pero después de unas horas, hizo una pajarita de papel maravillosa.
-Ya he terminado, ¿te gusta?
El niño miró la pajarita de papel y dijo:
-Está muy bien hecha; pero no me gusta. La pajarita está muy triste.
El padre fue a casa de un sabio y le dijo:
-Esta pajarita de papel está triste; inventa algo para que esté alegre.
El sabio hizo un aparato, se lo colocó a la pajarita debajo de las alas, y la pajarita empezó a volar.
El padre llevó la pajarita de papel a Tato y la pajarita voló por toda la habitación.
-¿Te gusta ahora? Le preguntó.
Y el niño dijo:
-Vuela muy bien, pero sigue triste. Yo no quiero una pajarita triste. El padre fue a la casa de otro sabio. El otro sabio hizo un aparato. Y con el aparato, la pajarita podía cantar.
La pajarita de papel voló por toda la habitación de Tato. Y, mientras volaba, cantaba una hermosa canción.
Tato dijo:
-Papá, la pajarita de papel está triste; por eso canta una triste canción. ¡Quiero que mi pajarita sea feliz!
El padre fue a casa de un pintor muy famoso. Y el pintor muy famoso pintó hermosos colores en las alas, la cola y en la cabeza de la pajarita de papel.
El niño miró la pajarita de papel pintada de hermosos colores.
-Papá, la pajarita de papel sigue estando triste.
El padre de Tato hizo un largo viaje. Fue a casa del sabio más sabio de todos los sabios. Y el sabio más sabio de todos los sabios, después de examinar la pajarita, le dijo:
-Esta pajarita de papel no necesita volar, no necesita cantar, no necesita hermosos colores para ser feliz.
Y el padre de Tato de preguntó:
-Entonces, ¿Por qué está triste?
Y el sabio más sabio de todos los sabios le contestó:
-Cuando una pajarita de papel está sola, es una pajarita de papel triste.
El padre regresó a casa. Fue al cuarto de Tato y le dijo:
-Ya sé lo que necesita nuestra pajarita para ser feliz.
Y se puso a hacer muchas, muchas pajaritas de papel. Y, cuando la habitación estuvo llena de pajaritas, Tato gritó:

-¡Mira papá! Nuestra pajarita de papel es ya muy feliz.
Es el mejor regalo que me has hecho en toda mi vida.
Entonces, todas las pajaritas de papel, sin necesidad de ningún aparato, volaron y volaron por toda la habitación.

Fernando Alonso



martes, 17 de diciembre de 2024

PRIMER CUENTACUENTOS DEL CURSO

 

Cosas de la vida

Por fin nos estrenamos este curso. Mi querida amiga Leti con la que compartí muchos años cuenteros nos invitó a contar cuentos a su colegio el CEIP Miguel Hernández de Granada.

Como siempre hacemos Vicky y yo preparamos la sesión con  mucho entusiasmo pues las dos somos unas forofas de esta actividad. 

Quisimos utilizar cuentos ya realizados en otras sesiones e introducir otros nuevos para poco a poco ir ampliando nuestro repertorio. 

También tuvimos en cuenta la época del año en la que estamos. 

Como siempre, llevábamos otros cuentos en el tintero por aquello de la actividad no quedara demasiado corta. A veces es difícil programar su duración.

Para nuestra sorpresa los cursos que nos estaban esperando eran de 5º y 6ª de primaria, un total de 17 criaturas entre chicos y chicas, los mayores del colegio. ¿Y si el programa previsto no era el más adecuado a estas edades?

 Después de que Leti nos presentara comenzó Vicky:

1.-- Cosas de la vida, un precioso cuento mejicano que siempre hace las delicias del público. En la primera foto tenéis un momento del relato.

2,.- ¿Por qué los árboles pierden sus hojas?  Este cuentecillo lo tenéis en este mismo blog en el siguiente enlace:

https://cuentosquecabenenunbolsillo.blogspot.com/2017/11/contando-cuentos-para-el-otono.html


La marioneta está hecha con un guante rojo unos ojos movibles y unas plumas.

3º.- El rey que perdió su corona, este cuento que se relata con papiroflexia es uno de nuestros cuentos estrella y puedo decir que Vicky lo hizo de maravilla.  


4º.- La princesa Kaguya,  este cuento de japonés era la primera vez que lo contaba con el apoyo del material, de tela, que me regalaron mis compañeras freinetianas de este país. Lo acompañaron con la traducción de  una versión resumida de la leyenda, pero gracias a internet pude ampliarlo y quedó un cuento muy vistoso.

El pañuelo se va extendiendo e ilustra la leyenda.

5º.-Cuentos con cuerdas, en este apartado conseguimos animar a Leti a que contara unos cuentos con este material ya que fue uno de los que aprendimos todas en su día y siempre nos ha gustado mucho. Relató: El mosquito , a Vicky le correspondió contarnos El campesino y el campo de trigo y La niña traviesa.



La historia del mosquito.
Lo podéis encontrar en nuestro canal de YouTube 
https://www.youtube.com/watch?v=azPSLhLjtxQ

El granjero y el campo de trigo:
https://www.youtube.com/watch?v=N6kQ9VHR08g

                                        La niña traviesa:
 
6.º.-  Yo voy conmigo es otro de nuestros cuentos favoritos y puedo asegurar que    Vicky es una artista relatándolo.


7. .- Aunque teníamos nuestras dudas quisimos probar a contar un cuento con el que nos hemos enfrentado por primera vez, Jacominus. Conscientes como éramos que este libro está indicado para los más pequeños le pedimos ayuda a nuestro precioso público para que nos dijera si la fórmula que habíamos elegido funcionaba y que luego esperábamos sus críticas para así poder mejorar.   

El precioso cuento de Jacominus 

8º Para terminar mi compañera del tandem cuentero contó esta divertida historia de navidad de origen Inglés: El hombrecito de jengibre con la idea de que el alumnado realizara después su propio muñeco para llevar a casa.

El gran hombre de jengibre que Vicky preparó para el cuento
 
9.-Terminamos improvisando el cuento de el bebé que se realiza usando con las manos. 

Valoraron el cuentacuentos como muy chulo, aunque nos recomendaron que practicáramos con el de Jacominus antes de contarlo en otro lugar.  
Una mañana divertida y provechosa. Desayunamos con los demás docentes y hasta los peques nos cantaron un villancico.
Prometimos volver... y nosotras cumplimos con lo prometido.

martes, 3 de diciembre de 2024

EL CHUPETE DE GINA

 



Vuelvo a este libro porque es uno de mis preferidos. Ideal para contarlo a peques y para que los grandes también aprendan a contarlo.
La historia es muy sencilla y los dibujos divertidos. 
Gina, una nena que ya no es tan pequeña se resiste a tirar su chupete,  por más preguntas que le hace su madre sobre como va a vivir en el futuro y como se va enfrentar con las posibles situaciones que la vida le puede ofrecer, responde siempre de la misma manera, ella llevará siempre su chupete.

Un día un encuentro en el campo, la coloca en una situación extraña, el lobo y ella tienen una conversación un tanto complicada e incluso el animal se ponen agresivo... Gina ni corta ni perezosa le encasqueta el chupete y oh sorpresa consigue calmarlo.

Para contarlo, utilizo un chupete con el que reproduzco, con lenguaje chupetero,  todas las respuestas que Gina da tanto a su madre como al lobo. Esta situación provoca muchas risas a las criaturas y les asombra que una persona grande juegue con un elemento que para algunos peques sigue siendo todavía un elemento  de consuelo. 

Se presta también a inventar diálogos sobre todas las cosas que podríamos hacer cuando somos grandes y tuviéramos que llevar el chupete puesto.

Victoria, chupeteando mientras cuenta el cuento...

Curiosamente, el alumnado de más edad tiene dificultad para aceptar que el narrador o narradora utilice un chupete y preguntan que a quién le pertenece.

Cuando ha sido el alumnado los que han  relatado la historia, comprenden divertidos que no se hace el ridículo cuando se utiliza, si lo que se pretende es compartir un momento agradable de lectura.

En plena acción contando el cuento de Gina a una clase de tres años en la Escuela Infantil Belén



domingo, 1 de diciembre de 2024

El PUÑICO

 


Es un juego inocente para entretener  a las criaturas, se sitúan alrededor de una persona mayor y colocan las manos cerradas unas sobre otras verticalmente.

Entonces,  la persona que dirige el juego va tocando sucesivamente los puños y preguntando: ¿Qué es esto?, a lo que los peques contestan: ¡puñico! ; ¿y esto?, ¡puñico!. Y así hasta que tocando la parte superior pregunta ¿y esto? – un agujerico -. ¿Qué hay dentro? –Oro y plata- ¿Quién lo ha dejado?- El gato y la gata-  El que se ría lo paga.

En ese momento sueltan los puños y empiezan a hacer gestos y visajes para hacer reír, y el primero que se ríe se queda, preparándose para recibir unas leves palmadas en la espalda al compás de la canción:

                                 Digo din, digo dan,

                                 A la vera,  vera van;

                                 Del palacio de la cortina

                                 ¿Cuántos dedos hay encima?

Al terminar la canción toca ligeramente su espalda con uno o más dedos de la mano. Si el peque adivina cuantos hay, queda libre, y si no continua el “digo din, digo dan” hasta que lo adivine, en cuyo momento continua de nuevo el juego.

 http://raspall.blogspot.com.es/p/juegos-tradicionales.html

miércoles, 6 de noviembre de 2024

LA PORTERÍA

  


La portería donde viven, lo tiene todo para ser un cuchitril; consta de una sola habitación situada en un semisótano con poca luz, mucha humedad y excesivo ruido. Tres resbaladizos escalones conducen —la desvencijada puerta de entrada—, al interior de la vivienda.

No es el sitio donde espera acabar sus días —no lo hubiera elegido nunca—, pero Úrsula, la portera, no es una mujer que se arredre ante nada. Esto es lo que le ha tocado vivir y, con los tiempos que corren, no puede sino agradecer al “régimen”, a Dios o al destino, tener un techo donde cobijarse con su pequeña familia. 

Hay cosas que se escapan a sus entendederas y no es porque no sea lista —que lo es—, sino porque ante la situación imperante lo mejor es no  preguntar. Lo que le ha llegado lo toma y ya está. Bien que ha aprendido a bajar los ojos con falsa modestia y con cara de no haber roto un plato en su vida. Arrastrarse si hace falta y agradecer, agradecer servilmente las migajas que va consiguiendo y que le permiten vivir, a ella y a los suyos, de una forma más o menos decente.

Úrsula, es viuda de guerra, una viudez que aun no termina de encajar. La idea de no volver a ver a Rodrigo, el amor de su vida, la tiene en una continua desazón. Si cierra los ojos, aun lo recuerda el último día que lo vio: pañuelo rojo al cuello, gorra de miliciano y fusil al hombro, presto para partir al frente de Madrid, allá por noviembre del 36. A esa imprevista despedida solo le siguió el silencio. 

Los rumores que escuchó al terminar la guerra eran que Rodrigo se había pasado al ejército franquista, incluso que tuvo tiempo, antes de ser abatido, de llevar a cabo una gesta memorable por la que obtuvo la Cruz del Mérito. Parece ser que salvó la vida de un regimiento incluido su capitán.

No comprende el giro de esa historia, ni conoce en profundidad los hechos, por eso es consciente de que la portería le ha venido caída del cielo. Imagina que su tía la monja, abadesa de uno de los conventos de la capital, muy cercana por amistad y por fe, a Pilar Primo de Rivera, tiene mucho que ver con su buena suerte.

Con algunas verduras que le mandan del pueblo, menudencias que saca de aquí y de allá en sus recados diarios para las vecinas, sus largas esperas en las colas de racionamiento desde la amanecida,  su inteligencia y su saber estar, va sacando adelante a su pequeña familia.

Rodriguín, su mayor, está ya aprendiendo las letras y Gonzalo, su eterno bebé, vive permanente pegado a ella o mejor dicho a su enjuto seno.

Con paciencia y esfuerzo ha sabido ir adecentando la triste vivienda; un buen fregado, en el que casi se ha dejado las manos, un colchón de borra sobre cartones, para aislarlo de la humedad, donde los tres se arrebujan cada noche, una mesa desvencijada, dos sillas, una sencilla hornilla y un barreño de zinc constituyen, por ahora, su escaso mobiliario.

La luz entra temerosa por los dos ventanucos enrejados que dan a la calzada. La calzada, nunca mejor dicho, porque desde allí lo que se divisa son solo los pies de los paseantes. Una cortina azul y otra rosa, recortes de trapos viejos regalo de la vecina del 4º, permiten ocultar la vivienda a las miradas indiscretas.

Úrsula ve pasar el tiempo con una mezcla entre el terror y la esperanza. Cada día se asombra de seguir viva, temerosa como está ante la llegada  de algún viejo amigo de su marido, o que, los del otro bando, le exijan ser una delatora, función que -sabe bien- desempeñan la mayoría de las porteras.

Intenta mantenerse al margen de todo, lo que no quita que se paralice cuando identifica, al anochecer, los movimientos que escucha en el inmueble; los pasos de los que llegan a horas intempestivas al 2B, el resoplido asmático del anciano profesor que sube corriendo hasta el ático, las señales misteriosas en las puertas o las botas militares que, en tropel, parecen tirar la escalera a cualquier hora del día o de  la noche.

No sabe, no quiere saber.

Cuando no puede dormir, se deja mecer por las sombras que las cortinas de sus ventanucos reflejan en las paredes de la portería y, acuna a sus pequeños con el repiqueteo de los pasos que avanzan en la oscuridad. Mientras, les va contando, en susurros, lo bueno que fue su padre y, cuales fueron sus incumplidos sueños.

Teresa Flores

martes, 5 de noviembre de 2024

LA FIESTA DE LOS DIFUNTOS

Precioso mural realizado  para la fiesta de los muertos

 La fiesta de los muertos se celebra en Bolivia, Perú, Colombia y parte de Centroamérica, entre otros. Lo hace único el caso mexicano que “nacionalizó” con orgullo estas costumbres como símbolo del país. 
A parte de disfraces, altares, murales, puestos de artesanías, desfiles, visitas al cementerio, comidas propias de las fechas, están también la música y las canciones. 

Las décimas de Fernando Árabe Guadarrama Olivera son un claro ejemplo de las historias y poemas de estas fechas. 



 


Fernando Guadarrama es un gran poeta, y en el siguiente enlace podéis encontrar un ejemplo de su arte:

https://www.facebook.com/fernandoarabe.guadarramaolivera/

jueves, 31 de octubre de 2024

EL BARGUEÑO

https://www.blogger.com/blog/post/edit/515963

Lo encontraron un día, en un rincón de las dependencias que antiguamente ocupaban los animales, entre aperos de labranza polvorientos, un arado viejo y varios rastrillos desdentados. No se preguntaron qué hacía allí aquel mueble, ni mucho menos imaginaron su incalculable valor.

Debido a su gran tamaño costó trabajo sacarlo al exterior. Estaba tan sucio y tan lleno de mugre que enseguida pensaron que no tendría más destino que el hacha y una chimenea del convento.

Lo primero fue fregarlo, a lo bruto, a manguerazo limpio  y después a restregones exhaustivos con estropajo de aluminio y jabón de sosa, para poder retirar la roña que lo envolvía desde, vete tú a saber, cuántos siglos.  Poco a poco, aquel armatoste, empezó a mostrar su verdadera fisonomía.

Cuando empezó a asomar la marquetería de la superficie superior y en los laterales se encontraron delicadas cenefas de taracea, abandonaron tan expeditivos métodos y continuaron  limpiándolo ya con tal cuidado que parecía que lo que tenían entre manos no era otra cosa sino una tierna criatura.

Fueron, entonces, trabajando con delicados cepillos, pinceles de suave pelaje, lija del grano más fino, de manera que nada pudiera dañar la estructura ni la decoración de aquel paralelepípedo rectangular, apoyado sobre cuatro patas salomónicas de casi un metro de altura,

Que el frontal del mueble apenas presentase ornamentación les llevó a pensar, como mostraron los trabajos posteriores, que correspondía a una hoja abatible que se posicionaba horizontalmente para permitir usarlo  como escritorio, al apoyarla sobre dos travesaños que se extraían de los laterales del mueble.

 Fue la Hermana Coral, gitana del Albaicín, la que se metió de lleno en la complejidad de los trabajos. Hija y nieta de ebanistas de renombre,  supo con prontitud encontrar los útiles necesarios para la recuperación de aquel extraño mueble. Con dos novicias jóvenes recién llegadas al convento, una de ellas de origen incierto, pudieron romper la cerradura oxidada, casi escondida entre la mugre, y abrir aquella misteriosa caja de pandora.

Para sorpresa de todas, el interior del mueble estaba en buenas condiciones, habida cuentas de cómo habían encontrado lo de afuera. Cuatro cajoncitos enmarcaban tres estantes, lo que no dejaba lugar a dudas sobre el uso del bargueño. Con mucha precaución se fue vaciando el mueble y entregado a la hermana Margarita lo obtenido. Se sacaron las ocho gavetas y se dejó para más adelante la tarea de restaurarlas y de examinar, con calma, su misterioso contenido. La madera del interior aunque era  de roble, no tenía ni la calidad ni la calidez de la exterior, no presentaba ornamentaciones ni arabescos de ningún tipo aunque sí precisaba un urgente barnizado.

Se retomó por tanto la restauración del mueble y, acabada la limpieza de cada uno de los materiales que lo conformaban, se empezaron a recuperar los preciosos decorados de taracea; el nácar se llevó a su sitio, se restituyó el faltante de hueso y de las otras maderas deterioradas, se encoló, se estucó y se aplicó, para finalizar una  protección general con cera de abeja. Se limpiaron y repararon los herrajes oxidados y se colocó una nueva cerradura. El mueble terminado luciría orgulloso en la biblioteca.

Margarita dedicó muchas noches a revisar aquellos latinajos encontrados. Su contenido siguió y sigue siendo hoy en día un secreto…

 


miércoles, 30 de octubre de 2024

CALLADAS, PERO NO ILETRADAS

 


Cuando la madre abadesa recorrió por primera vez la biblioteca, reconoció su magnificencia a pesar del tremendo abandono que encontró en ella.

De planta rectangular y gran tamaño, situada en la  fachada noble del convento, su pared principal estaba ocupada por dos amplios y hermosos ventanales, que le permitían recibir la luz del sol, durante todo el año, gracias a la orientación sureste del edificio. En las tres paredes restantes, abigarrados anaqueles de roble y pino esperaban, detenidos en el tiempo, recuperar sus antiguas funciones.

En una de las esquinas de la estancia una majestuosa escalera de caracol de madera, de balaustres ornamentados con delicadas molduras en forma de hojas de acanto, permitía el acceso a la galería superior. Un policromado artesonado mudéjar de finales del siglo XVI, indicaba el poderío y origen de los antiguos moradores del palacio.

Las mesas de lectura de madera de nogal, profusamente labradas, así como los sillones compañeros, eran muebles recios y fuertes, capaces de aguantar generaciones enteras sin muchos sobresaltos. La luz artificial provenía de apliques con tulipas de delicado cristal de Bohemia y de grandiosas lámparas venecianas estratégicamente colocadas a lo largo de toda la estancia.

La madre Margarita tenía estudios. Había huido de Corea temiendo por su vida, a causa de la violencia machista de su ex pareja, que para más inri mantenía unas extrañas relaciones con la Mafia de aquel país. Licenciada en Biblioteconomía por la Universidad de Busán, encontró en el convento la posibilidad de dar rienda suelta a sus sueños de infancia que le habían conducido hasta la universidad.

Pero era mucho lo que había que reparar y pocos los medios con los que se contaban y es que el deterioro de la estancia era evidente; los estantes de los armarios se cimbreaban, la madera aparecía desportillada en muchos de los anaqueles  y se temía que la carcoma hubiera hecho su agosto.  En las vitrinas, dañados por la humedad y el polvo, permanecían algunos libros a los que nadie había echado cuentas durante siglos.

Pero ahí estaba ella, voluntariosa, trabajadora y terca como ninguna… Si tenía que quitarse horas de sueño, lo haría. Por la noche, después de vísperas, la hermana Margarita escribía, en los cinco idiomas que dominaba, a las embajadas de diferentes países y solicitaba libros en todas las lenguas posibles. Su objetivo: sacar del analfabetismo a su congregación. Y poco a poco se fueron retirando las librerías rotas,  pintando las paredes de un ligero tono amarillo, barnizados los estantes, la puerta y los  marcos de los ventanales.

Terminada esta primera obra se escribió con primor, a la entrada de la biblioteca, la que sería la segunda máxima de aquella casa:

“Calladas, pero no iletradas”.

Mientras que el padre Juan se dedicaba con entusiasmo a las tareas de alfabetización,  se continuaron las labores y se pulió la balaustrada de la galería superior que, como la escalera, estaba realizada en madera de teca roja brillante, con unas vetas exquisitas. Se limpiaron y restauraron los vitrales de las dos ventanas y se repararon los emplomados. Las mesas de lectura se fueron remodelando, ajustando, tratando agujeros y abandonos, hasta que aquel espacio fue tomando forma.

Los libros fueron llegando y, cada noche, antes del momento de lectura, la abadesa desempaquetaba, con un misterio digno de un hada madrina, los maravillosos regalos que iban recibiendo.

El arzobispado se desprendió de algunos de sus viejos ordenadores, que el padre Juan supo traficar con donaire, para que llegaran sin problema al convento.

Con los saberes de unas y de otras, se mejoró y amplió la instalación eléctrica de forma que al poco tiempo la biblioteca  llegó a tener, también, un rincón conectado con el mundo exterior.

Se escribieron en todas las lenguas presentes las normas de la comunidad.

Un día al mes las hermanas se comunicaban con sus familias, cruzándose así mensajes de esperanza.

En tres años, la biblioteca brillaba. Constituía el orgullo de la casa, los libros ocupaban más y más estantes, hasta que, debido a lo que acontecía en el convento, se creó una sección infantil.

El padre Juan, ya jubilado y demasiado ocioso para la energía que siempre había derrochado, se ocupó de que una vez a la semana el letrado espacio fuera utilizado por los vecinos del barrio y, de esta manera, el convento, a pesar de su clausura, se abrió al mundo.

Teresa Flores

domingo, 27 de octubre de 2024

Espacio y corazón

 


No quedó constancia por escrito de cómo se fueron desarrollando  los hechos, habida cuenta que llegó un momento que la Hermana Escribana se percató de que plasmar en papel lo que acontecía en aquel lugar podía llegar a ser  comprometido.

El Convento de Clausura de Santa Carmelita del Penúltimo Suspiro era, a finales de los años 90, una congregación lo suficientemente importante y conocida, como para preocupar al arzobispado por su situación. La falta de vocaciones había convertido aquella Santa Casa en un lugar fantasmal donde mal vivían media docena de ineficaces monjas achacosas, menuditas y nonagenarias.

Pertenecientes  a la orden de las Carmelitas Descalzas, con  voto de castidad y silencio, ocupaban un amplio palacio del siglo XVII situado en el Cerrillo de Maracena. Rodeado de una amplia extensión de terreno poblado de hermosos frutales, se ocupaban, otrora, de un provechoso huerto así como de animalitos diversos, que no solo permitía  autoabastecer a las más de trescientas monjas, como sostener aquella casa, su Iglesia y sus cada vez más decrépitas paredes.

No fue extraño que, con el comienzo del siglo el Arzobispado, seriamente preocupado por la coyuntura, enviara novicias jóvenes a ocupar aquellas plazas. Eran casi unas chiquillas provenientes de diferentes partes del mundo, cuyo  único punto en común era  haber escapado del hambre y de la miseria  “convencidas” de que Servir al Señor podía ser lo que les salvara la vida.

Que se mantuviera el Régimen de Silencio como  principio sagrado de la Comunidad les facilitó la acogida.  Senegalesas, malienses, filipinas, chilenas o serbocroatas,  eran conducidas ante la Madre Superiora que les hacía besar su crucifijo, las bendecía,  les entregaba una hoja  con una serie de leyes, claramente ilustradas con pictogramas sobre las normas de la Comunidad y, convencida de que Dios iluminaría el siguiente paso, las enviaba a sus celdas.

Poco a poco, en el silencio de las tareas cotidianas y unos ritos, de tan repetitivos relajantes, la marcha en el Convento empezó a adquirir forma.

No tardó ni un año en ser nombrada la hermana Margarita, de origen coreano, como nueva madre abadesa; 35 años, fuerte, alegre y llena de vitalidad, promovió tal cambio que  en pocos meses se remozaron los estucos, se arreglaron las tejas,  se cepillaron los bancos del refectorio y de la iglesia, se pintaron la paredes y se enjalbegaron las fachadas.

Aquella media docena de jóvenes novicias, bien alimentadas y protegidas, se anticipaban a cualquier gesto de la madre Margarita, que subiendo una ceja o  alzando la mano, indicaba sin indicar, a donde había que acudir y cual era la tarea pendiente.

 La Comunidad variopinta y colorida floreció como una madreselva en primavera.

La Hermana Jardinera consiguió una variedad híbrida de arbusto tropical que, con sus sabias manos y sus tiernos bisbiseos, creció sin desmán por los rincones, antes yermos, que rodeaban el huerto. A raíz de aquellas plantas palmeadas y rabiosamente verdes, no era extraño que al llegar la noche, el claustro se viera enardecido por un aroma dulzón y agradable que dejaba a las monjitas en un arrebato  permanente, que les permitía dormir sin pesadillas y levantase a maitines con alas en los pies y una energía encomiable.

Poco a poco las habitaciones se fueron ocupando por novicias menudas y ágiles venidas de otros rincones del mundo. El Convento entero hervía de ebullición y de alegría contenida. Había tanto que ofrecer a las demás y tantas heridas de las que recuperarse...

Hasta el padre Juan, el confesor, decidió que, ante la poca faena que le daban aquellas buenas mujeres, lo más coherente era remangarse la sotana y compartir en cuerpo y alma la vida y las tareas de la Comunidad.

En breve se puso en marcha el Economato y la Madre Abadesa se encargó personalmente del torno, donde se vendían huevos criados, no con gallinas alegres sino extasiadas, frutos y verduras de los huertos tan sabrosos que parecían regadas con agua bendita y a las que los vecinos, que se surtían de aquel vergel, les achacaban propiedades milagrosas.

Únicamente tenía derecho a salir de aquel reducto, Asunción, la Hermana Recadera, que con sus 86 años poseía una mente inteligente y curiosa. Al haber ingresado en las Carmelitas en su senectud, no se vio sujeta al voto de silencio, por lo que se ocupaba de las compras necesarias para la buena marcha del Convento. La pobre, arrastrando una seria escoliosis, caminaba tan agachada que parecía buscar moneditas del suelo por las calles de Granada mientras se ocupaba, entre otras cosas, en comprar lanas para las labores o seda para los bordados.

Poco a poco el arzobispado fue dejando a su suerte a aquella Comunidad de monjas hacendosas y autónomas que no daban la lata, nada reclamaban y hasta aportaban sabrosos productos del huerto o mágicas infusiones caseras para las migrañas del obispo.

Y así fue como siguieron aparecieron en la puerta mujeres maltratadas, criaturas  abandonadas a su suerte, emigrantes o refugiadas. Nadie preguntó nada y se fueron abriendo más y más celdas, reconvirtiendo salas abandonadas en dormitorios, desempolvando ollas y cacerolas, conscientes del lema que dignificaba las paredes del Convento: “Dios tiene espacio y corazón suficiente para acoger a quienes lo necesitan”.

Nadie se extrañó tampoco cuando apareció el primer bebé en el torno, no importaba si venía de dentro o de fuera de la casa. El silencio tiene eso cuando se respeta. Después fueron llegando niños abandonados o perdidos que se hicieron al silencio, a los juegos sin ruido y a las risas sofocadas, acostumbrados como venían de pasar la vida bajo situaciones inimaginables.

Más tarde entraron jóvenes, y no tan jóvenes, de cuerpos andróginos, que también recibieron la misma acogida; una sonrisa, una manta, un catre, una cuchara, un plato de lata, una túnica y una tarea diaria de la que ocuparse.

Y por las noches, en el refectorio, después de un plato de sopa caliente, un tazón de leche y un trozo de bizcocho de las semillas que la Hermana Jardinera cultivaba con tanto arte, la gran casa comenzaba a llenarse de cantos  sofocados  y muchas, muchas silenciosas risas.

Teresa Flores

sábado, 26 de octubre de 2024

RETAHÍLA DE PORTUGAL

 


MANO MUERTA, MANO MUERTA

QUE UN SAPO LLAMA A LA PUERTA.

EN MI CASA NO ENTRARÁS

PEQUEÑO SAPO VETE YA.

1.- Coger la mano por la muñeca con suavidad y agitarla

2.-Darle golpecitos en la barbilla

3.- Hacer el gesto de despedirlo

viernes, 25 de octubre de 2024

LA MONJA NIÑA

 

Foto realizada en el claustro del antiguo Convento de Santa Paula

Menuda para su edad, silenciosa, delgadita y  frágil, de cabello pajizo y barriga inflamada tal vez a causa del  hambre o de los parásitos. Hubo rumores sobre si había aparecido  en el torno… si la encontraron en la puerta de la cocina, si era la hija del jardinero o de alguna de las novicias que acababan de incorporarse al monasterio.  Poco más se pudo vaticinar en el convento de Santa Paula, para más inri de clausura y con voto de silencio.

Llevaba prendida entre sus ropas una carta, una carta mal escrita llena de tachones y faltas de ortografía, tantas, que necesitaron varias horas para poder descifrarla. Tres cosas dejaba en claro: que se llamaba Elisa, que tenía cuatro años y que nadie la reclamaría nunca. No había apellidos, ni lugar de origen de la desconocida criatura: abandono. Tedioso y vulgar abandono.

 Los primeros meses le habilitaron un jergón de paja en la misma celda donde dormía la hermana cocinera, el lugar más caliente de la casa; no era para menos, en esta Granada que cuando dice de ser inhóspita se lleva la palma.

La nena miraba la comida con una mezcla entre la ansiedad y el respeto, esperaba que alguien le pusiera en la mano un plato de gachas y luego, con la mirada baja, no sabía qué hacer con la cuchara, como temiendo un arrebato violento que llevara consigo, quizás, un fuerte manotazo.

Para las hermanas fue el farolillo que iluminó aquel duro invierno de 1844. Espiaban sus escasas sonrisas, esperaban con ansia sus balbuceantes y tardías palabras y aplaudían con ahínco sus primeros logros. Peleaban por trenzarle su ralo cabello y le regalaban a escondidas, algunas bellotas de la encina del huerto o los primeros  frutos de la higuera.

Elisa fue creciendo, tranquila, triste, lentamente, sin aspavientos, sin arrullos, sin abrazos, no parecía, tampoco, echarlos de menos. Era la más pequeña  del internado que las monjas regentaban y aprendió, con bastante dificultad, a desgranar las primeras palabras, recorriendo los negros renglones de la cartilla con sus deditos menudos, así como a cantar, desafinando en el coro, por maitines.

Tal como vaticinaba su carta de presentación, nadie regresó a reclamarla.

Con el tiempo, la alimentación, el aire libre en el huerto y la compañía de unas y otras, creció su cuerpecillo, su tez adquirió un color saludable, su cabello tomó lustre y, cuando forjó una amistad con una pequeña de su edad y pergeñó, con ella, su primera travesura, sus ojos adquirieron un ligero brillo, descubrió la risa y, en cierto modo, la alegría de estar viva.

Cada noche se escapaba por los lóbregos pasillos a buscar la calle, a espiarla desde las celosías, queriendo escuchar en los huertos vecinos alguna voz humana ajena al convento.

Su cabecita empezó a llenarse de sueños locos, con los relatos que traían sus compañeras sobre sus vidas de afuera, sus familias, hermanos, madres y padres. Palabras que le resultaban difíciles de asimilar, sobre todo aquellas vacaciones o fines de semana tediosos cuando era la única criatura menuda que vagaba solitaria por el convento.

Espiaba los comentarios de la hermana lega, del pescadero cuando traía la comanda, los vendedores que en la calle voceaban las mercancías, y se acostumbró a esperar. Quizás ella, sí, quizás ella, un día podría salir de aquel encierro, porque alguien vendría a buscarla.

Indagó su rostro en cada una de las monjas e imaginó que era hija de alguna, de las que llegaron antes que ella o de las que llegaron después. Las observaba cautelosa; atenta a un gesto, al color de los ojos, el rasgo de sus barbillas, la forma de la nariz, el tono de las voces, para acabar sollozando cada noche, en el dormitorio común, a la espera de que un día aquella cárcel, que le había sido impuesta, se terminara.

 Decepcionada y aburrida optó por centrarse en el estudio. Cuando cayeron en sus manos la vida de los santos comenzó a fascinarse y, vivió con cada uno de estas historias la existencia que nunca tendría. Suspiró con aquellas que fueron mártires, viajó con las que fueron secuestradas, entregó sus cortos años a la penitencia, a las ciudades desconocidas, a los descubrimientos.

  Las hermanas percibieron en ello una señal y no fue extraño que, a los 16 años, animada por la madre superiora, se decidiera tomar el hábito de novicia con el nombre de María Elisa de los Dolores… Nombre con el que fue enterrada como monja ocho años más tarde, víctima de una larga y terrible enfermedad.

Sor Fuencisla, la madre cocinera, que la cuidó cuando pequeña y la escuchaba llorar, desde su jergón, sospecha que la muchacha se consumió de tristeza.

 Lo más curioso es que, a esta joven muerte le siguió, a los pocos meses, el deceso de la nueva madre abadesa. Solo 16 años mayor que Elisa. Algunas malas lenguas señalaron el escaso tiempo de diferencia en que aquellas dos almas habían entrado en el convento y, se percataron entonces, de cómo curiosamente, se habían rehuido e ignorado durante toda sus vidas.