(El verdugo 1)
No necesitó timbre. Su mente le mandó al cerebro las
señales pertinentes para que supiera que era el momento de alzarse de la cama.
Hoy era el día. Se mesó su pelada cabeza y en un gesto innecesario, pero mil
veces repetido, levantó el brazo y al instante la sala se inundó de luz. Se
aproximó a uno de los paneles del cubículo y los muros opacos se transparentaron
dejándole ver un amanecer indescriptible. El sol inundó hasta el último rincón
de la estancia.
Sus pensamientos
se organizaron con rapidez mientras se desplazaba a un rincón del cuarto, donde una
puerta armario se abrió de forma automática mostrándole el impecable uniforme
que, hoy, debía colocarse. Todo estaba medido y controlado. El gran Ordenador Central
se ocupaba de esas menudencias cotidianas que antes costaran tantos esfuerzos.
En la encimera de aluminio, que ocupaba una de las paredes de la sala, un vaso de cristal de bohemia le esperaba con un batido verde pistacho, repleto de proteínas, vitaminas y sales minerales. Como tenía por costumbre se lo llevó a los labios y sin aprensión tragó un sorbo, el líquido anodino, de forma inesperada, le trajo a las papilas el aroma del café recién molido. Se quedó paralizado ante tal pensamiento y, por un momento, algo parecido al miedo le correteó por las venas.En la pared que reflejaba su figura se contempló tal como era: alto, fuerte, un metro noventa de estatura, cabeza esférica libre de cabello, incluso carecía de pestañas, sus pabellones auditivos, atrofiados, eran apenas unos apéndices decorativos. Lo inútil había sido suprimido en la propia evolución de la especie.
Casta Diva, de «Norma», una de sus arias preferidas, flotó en el ambiente, le bastaba desear una cosa para obtenerla.
En el ascensor acristalado que le llevó al exterior, terminó de ajustarse el cuello del ropaje especial que definía su trabajo. En la puerta del enorme edificio uno de los bólidos oficiales sin conductor, le esperaba. Sus puertas se abrieron al aproximarse.
Nada más ocupar su asiento, el vehiculó con un suave ronroneo se puso en marcha hacia su destino. Mientras el coche se desplazaba entre un enjambre de trasportes diversos y edificios acristalados, el holograma oficial le presentó el caso del día.
Cansado de la burocracia a la que se habían visto sometidos últimamente los profesionales de su ramo, miró sin ver la imagen que se le presentaba.Su carrera había sido meteórica, aunque había tenido que demostrar, siguiendo una serie de rigorosísimos exámenes que estaba preparado para ello. Al contrario de la mayoría de los habitantes de la casta superior de Urno, «planeta perteneciente a la galaxia de Aztia» él formaba parte de los que no manifestaban nunca sus sentimientos. Los demás mortales, si eso se les podía llamar, no poseían esa propiedad y palidecían en momentos de angustia, se ruborizaban ante situaciones delicadas, su piel se tornaba violeta ante la ira o el descontrol y mostraban un verde aceitunado ante la satisfacción. Él, cómo los gobernantes del «Polisenado» controlaba de tal manera su mente que podía realizar su tarea sin la más mínima alteración de su epidermis.
Extrañamente aquella mañana no era verdad, ya que cuando por fin se fijó en la imagen que tenía delante, empezó a sentir como las puntas de sus dedos, sin uñas, se estaban comenzando a blanquear. Sabía que el interior del vehículo estaba acondicionado para conocer en cada momento sus reacciones y analizar el más mínimo gesto: sensores que medían su temperatura corporal, cámaras que controlaban sus facciones, pulsímetros atentos a la modificación de su ritmo cardiaco, a su tensión, a los cambios de humedad.
Consciente de lo que estaba viviendo, con el hábito de tantos años aprendido, pudo corregir su propio pulso y se enfrentó con el informe. Hoy a las 12 horas en la Gran Plaza Ronpoint debía llevar a cabo la ejecución más difícil de su carrera. Su compañera de trabajo con la que había tenido tantas horas de discusión y consuelo caería bajo su mano.
Bajó contrito la cabeza, no se planteó negarse, era consciente de que su propia sentencia de muerte estaba ya firmada.
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